Cuba ha sido, en la historia de América, un país y un Estado de excepción. Es una nación insular, frente a veintitantas naciones continentales; fue la última colonia española en el hemisferio occidental, y recientemente ha sido la única nación latinoamericana que ha podido mantener, contra viento y marea, una actitud de autorrespeto, de dignidad y de independencia frente al poderío económico y militar de Estados Unidos.
Cuba ha resistido lo mismo intentos de invasiones armadas que el embargo norteamericano, el bloqueo y los efectos de las leyes extraterritoriales de Estados Unidos; en su momento fue el único Estado socialista que recibía protección de Moscú, que resistió el derrumbe del Bloque del Este y la destrucción del socialismo real en Europa.
Para sortear tantos obstáculos sin estrellarse en alguno de ellos, ha tenido que evitar el tratar de removerlos a cabezazos, ha requerido de un guía a la vez inteligente y valeroso, pero más que nada de un pueblo casi en su totalidad convencido de la razón que les asiste, como nación independiente, de no someterse a las decisiones del exterior y de no doblegarse ante las presiones y los ataques, por fuerte que sea quien los lleva a cabo.
Castro y los cubanos han demostrado lo que vale el verdadero patriotismo, el respeto y la dignidad como pueblo, y han preferido pasar penurias y aun hambre antes que claudicar.
No hace mucho, por sexta vez, los países que integran la ONU dieron un voto favorable a Cuba al rechazar la posibilidad de que la intervencionista Ley Helms-Burton, pudiera tener efectos fuera del territorio de Estados Unidos. Este rechazo es especialmente significativo dado que 143 votos, siete más que en la consulta anterior, favorecieron a Cuba, y sólo tres naciones votaron apoyando la extraterritorialidad de la impopular ley: el mismo Estados Unidos, Israel, y un país que no sé muy bien en dónde está, Uzbequistan.
Con este espaldarazo moral del organismo mundial de las naciones, el día de hoy Cuba recibe al pontífice Juan Pablo II, en una visita que tiene sin duda aspectos de carácter religioso, como lo ha dicho el arzobispo de La Habana, Jaime Ortega; el Papa, como máximo dirigente religioso de la Iglesia católica se reunirá con sus fieles y con los sacerdotes cubanos, pero la visita tiene sin duda alguna también significados políticos de carácter internacional.
Como quiera que sea, la presencia del sumo pontífice en La Habana, es un desafío a la política de Clinton; significa que la Iglesia no se ciñe a las directrices de la Casa Blanca y que actúa con libertad. La presencia del Papa en la Perla del Caribe, enclave fundamental en la geopolítica, con una gran tradición histórica, es muestra de autonomía y un mentís a los que con motivo de otros viajes papales y de otras actuaciones internacionales de Juan Pablo II han querido encontrar un alineamiento de la política del catolicismo con la del gobierno de Washington.
En voz del arzobispo Ortega, la Iglesia ha dicho que Juan Pablo II no viene a reprobar el sistema cubano ni a desestabilizar al gobierno, y tiene razón; vistas las cosas objetivamente, la visita será más bien un apoyo y un reconocimiento, así como una condena a la injusticia del bloqueo y una muestra clara de que con el gobierno de Fidel Castro es posible tratar a partir de base de respeto recíproco y de igualdad, y no como lo han querido hacer los gobiernos norteamericanos, de arriba hacia abajo y de superior a inferior.
En México, en general, tenemos respeto y admiración por ambos personajes que hoy concretan un hecho histórico; el pueblo y las autoridades mexicanas, en distintos momentos han dado muestras de afecto y admiración tanto por Juan Pablo II como por Fidel Castro, y para quienes no queremos ser una calca del sistema de vida norteamericano, para quienes reconocemos la tradición hispanoamericana promovida históricamente por Simón Bolívar en Sudamérica, por Lucas Alamán y José Vasconcelos en México, por Rubén Darío y Sandino en Nicaragua, este encuentro entre la Iglesia y el pueblo cubano, entre el líder religioso más destacado de este siglo y el carismático líder político cubano, tiene dentro de ese contexto una onda significación. Cuba vive nuevamente un momento crucial y es satisfactorio que lo comparta con el credo que transformó a Europa y que se extendió luego por el resto del mundo.