Para Laurétte
Jesús Ferrer es un teatrista cubano de larga trayectoria, según curriculum que ofrece. Al parecer está avecindado entre nosotros desde hace algunos años, puesto que fue nominado (así dicen en lugar de propuesto en una terna, en estos tiempos en que hasta el lenguaje perdemos) para algún premio en 1994, y dirige un casi desconocido grupo llamado Arteatro que presenta Bernarda Alba, las máscaras, inspirada en la obra de García Lorca en el teatrito de Radio UNAM. El programa de mano desconcierta un tanto, ya que ofrece su montaje a los ``amigos queridos y enemigos de siempre'', lo que no se sabe si está dirigido a gente de Cuba o de México, país este último en donde no ha logrado sentar las bases de un real desempeño y cuyo medio parece desconocer (cuando se me presentó en la función a la que fui, me dijo que ya le había hablado de mí alguien llegado de ...¡Miami!, lo que lejos de halagarme por saberme reconocida internacionalmente, me sumió en la mayor perplejidad).
Amén de una, bastante acentuada, pedantería en el programa de mano, que incluye una actuación especial de él mismo en el espectáculo que dirige, llama la atención la asepsia con la que habla de la Guerra Civil española: ``Dos bandos irreconciliables, dispuestos a actuar en todos los terrenos desataron la violencia y empezó a funcionar la ley del Talión: Camisa, plomo por plomo'', con lo que equipara la gesta de la República con el fascismo que la ahogó. En este país y en este momento, esa aseveración se parece demasiado a lo que sostiene el gobierno mexicano que compara los puños cerrados de las pequeñas y heroicas mujeres indígenas con el ejército y los grupos paramilitares que están asolando Chiapas, y casi nos escupe a la cara. Sea como fuere, para muchos estudiosos la figura de Bernarda Alba es la de la represión fascista, por lo que en algunas ocasiones es representada por actor varón, en un travestismo que la convierte en un símbolo más allá del género a que pertenezca.
Jesús Ferrer utiliza a cinco actrices con máscaras que se intercambian con títeres de tamaño natural para hacer todos los papeles de la obra lorquiana, lo que en principio resulta una propuesta interesante. Por desgracia el resultado es poco grato. Las máscaras carecen de gracia y de belleza, las monigotas --más que títeres-- son dejadas de cualquier modo en las sillas, la iluminación es caótica y el mismo trazo escénico abusa de la entrada y salida del sillerío. El desaseo del montaje llega a extremos tales que el suéter que usa la Poncia --actriz o monigota--, al que se le han añadido dos enormes pechos postizos, se desajusta con el trajín y produce monstruosas deformidades.
Para peor, las voces han sido grabadas --la de Bernarda, faltaba más, es masculina, probablemente la del mismo director-- y presenciamos una muy desacertada fonomímica, en la que las poco diestras actrices bracean y bracean de un modo grotesco cuando se supone que dicen sus partes. Está muy reciente el recuerdo de Juan Volado del grupo Tablas y diablas comandado por Alicia Martínez, como para no hacer comparaciones. El teatro con máscaras requiere de una intensa preparación gestual y si ciertamente Ferrer no es un especialista internacional como Jean-Marie Binoche, debería haber puesto más cuidado en el trabajo anterior con sus actrices --ya que, al parecer, forman su grupo-- antes de acometer su riesgoso intento. Incluso hace que una de ellas baile algo así como flamenco sin tener la menor idea de la danza --ni estar dotada para ello-- por no hablar de la monigota que representa a Adela, ya ahorcada, que vuela de un lado al otro del escenario, arrancando risas de los --escasos-- espectadores. El teatrista cubano, al parecer con importantes premios en su país y en otros, se presenta en el nuestro carente de todo rigor.
Me gustaría hacer una apostilla final. El temor al qué dirán de la horrenda Bernarda Alba y por el que es capaz de cualquier cosa, se da todavía en muchas señoras ``decentes'', sobre todo de pasadas generaciones. Un ejemplo es la mamá Lena de la muy vista por todos telenovela Mirada de mujer que aborda muchos temas antes no tratados --y de un modo diferente gracias a la dirección de Antonio Serrano-- por nuestras televisoras. Lástima que el trío de amigas cincuentonas nos digan poco a muchas mujeres porque, sobre todo la simpática Paulina, navegan en el ocio: entre gimnasios, salones de belleza, amoríos y tragos de vodka, van pasando la vida. Y es difícil sentir la menor identificación con estas mujeres improductivas que, en la vida real, no podrían ser nuestras amigas