Pasan los días y la actitud gubernamental hacia Chiapas no toma un rumbo cierto que apunte a resolver la conflictiva y compleja situación que prevalece allí y que no puede medirse por la extensión geográfica donde habitan sus principales actores, pues las repercusiones involucran al estado entero y preocupan al país y a los segmentos más sensibles de la comunidad internacional. La matanza de Acteal y el irresuelto conflicto en Chiapas conforman hoy, para vergüenza nuestra, la referencia de México en el mundo.
Uno se queda perplejo ante la actitud del gobierno mexicano. Resulta sumamente difícil saber qué quiere, cuál es su estrategia y cuáles sus objetivos con relación a Chiapas. Se habla de doble lenguaje y doble discurso, pero no.
Si se examinan bien los actos de gobierno, se concluye que más bien no hay lenguaje ni discurso. Enviar ayuda y disponer la presencia del secretario de Salud, Juan Ramón de la Fuente, se contrapone ostensiblemente con las incursiones militares en comunidades zapatistas, y lejos de constituir vertientes del pretendido doble discurso, estos hechos más bien indican que no hay estrategia ni ruta. Están las instancias gubernamentales como dejadas a merced del viento, del azar, del a ver qué pasa, y nadie en el gobierno parece estar consciente de que lo que puede pasar es terrible para todos, incluso para los gobernantes.
A pesar de los cambios en Gobernación --donde Francisco Labastida, Jorge Alcocer, Emilio Gamboa, Emilio Rabasa e incluso Adolfo Orive debieran ser juzgados por lo que hagan o dejen de hacer y no sólo por su pasado--, la acción gubernamental no parece hallar rumbo. Y todo ello ocurre porque el presidente Ernesto Zedillo todavía no acierta a ejercer un gobierno con visión de Estado.
Un presidente con visión de Estado no puede permanecer públicamente impasible (como lo está Zedillo cuando estas líneas son escritas) ante la postura de una vasta e influyente porción de la intelectualidad mexicana, que caracterizó a la mencionada matanza como ``una síntesis atroz del proceso genocida contra quienes viven en la miseria y en el desamparo'', aunque no todos son asesinados con armas modernas sino que mueren por enfermedades curables, o son víctimas del caciquismo, de la explotación, del hambre y la ignorancia (La Jornada, domingo 18 de enero de 1998, pp. 14 y 15).
Un gobierno con visión de Estado no puede hablar simultáneamente con antibióticos y vacunas por un lado y con tanquetas y fusiles por el otro, porque la brutalidad de éstos termina por anular la bondad de aquéllos.
Un presidente con visión de Estado atiende a las voces plurales que le demandan soluciones y no declaraciones. Cierto que la pluralidad equivale obligadamente a divergencia e incluso antagonismo, pero si existe sensibilidad, no es difícil separar el grano y la paja.
Un gobierno con visión de Estado no se limita a oír a quienes hablan de balcanización, de retorno al colonialismo y de presumibles pudriciones. No evade, sino busca, escuchar a sus adversarios políticos, y no rechaza a ninguno, menos aún a quienes han dado pruebas sobradas de buena fe.
Tampoco repudia las voces internacionales por un supuesto celo nacionalista, sino las afronta y atiende o las desmiente con hechos.
Un presidente con visión de Estado, en fin, no se sienta a esperar que pasen los cadáveres de sus enemigos, reales o supuestos, porque se arriesga a sólo ver pasar el cadáver de su sexenio.
Jacobo Zabludovsky, quien se ha ido de la pantalla con sus 24 Horas a cuestas, tiene una deuda de gratitud con Televisión Azteca. En su momento, el noticiario Hechos levantó esperanzas de convertirse en una opción frente a Televisa y sus distorsiones, parcialidades y compromisos con el sistema político mexicano. A la postre, frustradas las esperanzas, Hechos permitió revalorar a Jacobo.
Mientras Zabludovsky se va, Jesús Blancornelas, el director de Zeta, está de vuelta tras de su hospitalización por el atentado de que fue víctima, aunque por ahora como entrevistado y no como actor del periodismo. Su libro más reciente, escrito para Océano junto con Héctor González Delgado, Adela Navarro Bello y Francisco Ortiz Franco, ofrece interesante información de primera mano sobre el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la investigación realizada por los periodistas de Zeta. Su título es El tiempo pasa. De Lomas Taurinas a Los Pinos