Chiapas, signo universal del llamado a la justicia
Blanche Petrich Ť El párroco de Tila, Heriberto Cruz, pidió: ``Recemos fuerte''. Una forma de rezar que no se estila en las iglesias mestizas, cada quien en su idioma. Es ``el costumbre'' de ellos.
Primero es un murmullo de una serie de letanías pronunciadas en tres o cuatro lenguas monosilábicas. Pero los indios arrodillados van entrando en confianza en su conversación con Dios o con la Virgen de Guadalupe y abren su corazón. Lloran en tzotzil, en tzeltal, en tojolabal y en chol. Sollozan mucho rato sin perder la cadencia. Rezan fuerte.
Tres días de viaje y una peregrinación por la calzada de los Misterios, entre las vallas y los brazos de fieles parroquianos de muchos otros lados que acudieron a acompañarlos, culminan así, en el redondel de mármol que preside el altar de la Villa de Guadalupe.
En el ofertorio le brindan muchos regalos a la imagen de la Morena, ``nuestra maigue'', dice una tzotzil; ``nuestra Señora'', dice el obispo Samuel Ruiz, la Lupe: veladoras, flores, cruces. Pero la ofrenda principal es el reguero de lágrimas derramadas en el rezo, el momento de mayor sincretismo de la misa, casi una catarsis.
Parecía que le relataban a la imagen lo ocurrido en Acteal: tanto era el dolor de la plegaria. Sin entender las palabras, los feligreses no indígenas entendieron a fondo la elocuencia del murmullo.
La popularidad del tatik
Llegaron cerca de un millar de peregrinos de decenas de templos chiapanecos, ``de los lugares más olvidados de Chiapas'', dice el obispo Samuel. Y lograron una doble acción religiosa: elevar el clamor de una solución pacífica al conflicto en su tierra y refrendar el liderazgo de Ruiz García.
Al alza la popularidad del tatik Samuel, sin duda, ya que los tumultos de laicos y monjitas provocados con su sola presencia impidió que pudiera caminar por el camellón de las procesiones hasta el atrio de La Villa. Flotillas de religiosas, unas de blanco, otras de azul, otras de gris, caminaban coreando: ``Queremos obispos que estén junto al pueblo''. Es acosado y empujado por fieles y admiradores. Al fin tuvo que adelantarse en vehículo y esperar a la columna en la nave central.
Las beatas que frecuentan La Villa preguntan: ``¿A quién traen? ¿Son zapatistas? ¿Y vienen también sus contrarios?'' Reconocen y se entusiasman con la imagen del obispo que han visto en la tele últimamente, con su mitra y su hábito dorado. ``Es él'', comentan. Y lo oyen decir que ``el futuro de Chiapas se está jugando en estos momentos''.
``Todos los días lloramos''
Por la puerta central entran los chiapanecos. Muchos son de los Altos, hay de Ocosingo, Margaritas y las Cañadas. Pero los grupos más grandes vienen del norte: Tila, Sabanilla, Tumbalá, Salto de Agua. Al idioma chol le toca ser hoy el dominante. Lo de Acteal, que ocurrió en sus comunidades pero en cámara lenta, les llega muy de cerca.
Por las puertas laterales entran los grupos de otras parroquias del Distrito Federal, el estado de México, Jalisco y Puebla. Los de Morelos vienen encabezados por el antaño obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, muy sonriente como siempre en la gran imagen que portan sus ahora sí que fieles. Estos se han uniformado con una camiseta que reproduce la fotografía de una tzeltal de Altamirano enfrentando a los soldados con un guajolote agarrado de las patas. ``Caín, ¿qué has hecho con tu hermano?''
Se presentan los grupos. Primero el de Acteal. Dice el representante al micrófono: ``Todos los días lloramos por nuestros hermanos y hermanitos que murieron inocentemente''. Y pide: ``Que nuestra Virgen siga corriendo por todo el pueblo de México pidiendo la paz''. Y explica la confianza que tiene su gente de que la Guadalupana llora con ellos, ``como cualquier mamá que se preocupa y llora si su hijo sufre''. Relata: ``Se murió nuestro jefe de zona, nuestro promotor de salud, nuestro catequista de la parroquia''.
Habla una mujer de Acteal. ``Venimos a pedir por Zenaida, que por sus heridas ya no puede ver, ya no va a poder caminar sola, ya no puede conocer a nadie esta niña Zenaida que quedó ciega por las heridas''. Dice: ``Venimos pereginando para pedir paz, porque es muy triste este dolor de Acteal''.
Breve, el chol desplazado de Tila, víctima de la violencia en la zona Norte de Chiapas, que se muestra agradecido ``porque nuestra madre Guadalupe escucha nuestra opinión''.
El catequista de una parroquia de Ocosingo extiende sus peticiones, ya no a la Virgen, sino a los presentes y a los sacerdotes de México: solidaridad con el obispo Samuel, ``que también es golpeado y despreciado por los que no siguen la palabra de Dios''.
El catequista de Tumbalá denuncia: ``Allá en la zona Norte hay mucho chinchulín, mucho Paz y Justicia y guardias blancas. Cuando se avisa que han matado a un hermano, los ejércitos dicen que no están para perseguir asesinos''.
Solemnidad sin prisa
Después de las presentaciones bailan los magdaleneros, que son vecinos de los andreseros, en los Altos. Es la danza del perdón y las sonajas suenan más allí, bajo la impresionante arquitectura de madera de La Villa, que en sus ermitas cubiertas con juncia o en sus montañas con niebla.
Cada etapa de la misa toma su tiempo, porque en la solemnidad india no cabe la prisa. Por eso tal vez no es tan larga la homilía a dos voces de los obispos Samuel Ruiz y Raúl Vera, una homilía de esperanza. En síntesis, dijeron ambos: ``Nos aprietan por todos lados pero no nos aplastan; nos derriban pero no nos aniquilan. Estamos apurados pero no desesperados''. Y también definieron a Chiapas, hoy, como ``un signo universal del llamado a la justicia''.
Ultima danza, la de los choles y tzeltales de la zona Norte, la del Kuk mejel. Pausadamente bailan los diáconos mientras concluye la abundante repartición de hostias en la iglesia repleta. Es una danza de agradecimiento y se baila con plumas de quetzal. Con acordes de violín y guitarra termina la misa.