La Jornada 22 de enero de 1998

Un mes de la matanza en Acteal: Chiapas sigue militarizándose

Hermann Bellinghausen, enviado, Polhó, Chis., 21 de enero Ť Ha pasado un mes de la matanza de Acteal. Casi un año ha transcurrido desde los primeros brotes de esta guerra alevosa y sin cuartel, que técnicamente se llama de baja intensidad, y se libra en las tierras de Chenalhó. En ese tiempo han quedado sin casa ni tierra cerca de 8 mil personas, han muerto 33 de enfermedad, un número indeterminado de asesinados, la espiral culminó el 22 de diciembre con los 45 ejecutados en Acteal, a escasos kilómetros de aquí.

En un mes, cayeron el secretario de Gobernación y su equipo, el gobernador de Chiapas y el suyo, mientras el presidente municipal constitucional de Chenalhó fue a dar a la cárcel con algunos de los suyos, todos priístas reconocidos.

La policía estatal, después de ser señalada como cómplice de la matanza cayó en el colmo del descrédito el 12 de enero, al asesinar a una mujer en Ocosingo; 22 policías presos, y una restructuración radical de la Seguridad Pública del estado. Son dos hechos que apuntan, como todo, a la militarización.

Porque en el meollo de toda esta crisis política, de repercusión mundial, está el evidente avance estratégico del Ejército Mexicano en los territorios donde se sabe que están los zapatistas.

Después de la matanza y de malabares para justificar oficialmente los ``lamentables hechos'' de Acteal por un quítame de ahí estas pajas, un pleito local, las posiciones del Ejército Mexicano son preocupantemente numerosas y diseminadas por el territorio de la selva y los Altos como no lo habían estado nunca antes.

La búsqueda de las ``armas de Acteal'' dirigió una embestida militar escalonada sobre más de 30 comunidades en las proximidades de las zonas zapatistas más identificadas, la mayoría muy lejos de Acteal.

No obstante que los actos de protesta mundial contra los acontecimientos de Chenalhó y la militarización de Chiapas en días pasados fueron más numerosos que los realizados durante la guerra del Golfo Pérsico, nada indica que la guerra sucia, de baja intensidad contra la población civil se haya detenido.

Para empezar, los paramilitares de Chenalhó, plenamente identificados, siguen libres e incluso protegidos por la policía y el Ejército Mexicano en Chenalhó, Puebla, Los Chorros, Chimix, Pechequil, Bajoveltic, Canolal, Tzajalcum, Yaxemel y Tsanembolom. Cristóbal Cruz Vázquez, uno de los ``jefes'' de los priístas armados, vive según cuentan en Polhó, a pocos metros del retén policiaco, a veces militar y de migración, en la cabecera de San Pedro Chenalhó. Si no lo han encontrado, es porque no lo están buscando.

-Hasta parece que los cuidaran a esos del paramilitar- dice Emiliano, y agrega otros nombres de responsables, impunes, de los ataques paramilitares. Nombres que ya se han hecho públicos: Victorio Cruz, el juez municipal Manuel Pérez Ruiz, en Chenalhó, y Manuel Ruiz y Armando Ruiz, en Yabpteclum.

La vida dentro de un anuncio

El poblado de Polhó alberga el mayor número de desplazados tzotziles en este atribulado municipio. Esta mañana, en un cobertizo sin muros, sesiona el concejo municipal autónomo, encabezado por Domingo Pérez Paciencia, quien interrumpe un par de minutos la sesión para comentar con los periodistas sus principales preocupaciones:

-La necesidad de techo, madera, clavo y alimento. Y los compañeros sin trabajo.

En Polhó y sus alrededores (Acteal, Naranjatic y Poconichim) viven 7,200 refugiados, algunos doblemente. Ya tuvieron que huir de su primer refugio, al iniciar su éxodo.

-Todo lo quemaron, mi casa, a balazo mataron los perros, las gallinas, lo quebraron el molino- recuerda Sebastián que fue el 12 de noviembre en Yibeljoj.

Hoy nos conduce en un recorrido por todos los campamentos, instalados en torno del anfractuoso valle de Polhó.

Caseríos precarios, en proceso de construcción. Armazones de madera y grandes lonas de desecho publicitario que los hacen vivir debajo de anuncios monumentales. Decenas de familias de La Esperanza viven en una colorida colonia con trozos de Pepsi, Brandy Presidente, la pareja de la película Titanic, un galán de las telenovelas de TVAzteca, un Ford último modelo y una lata enorme de leche evaporada. Tan siquera son lonas resistentes.

En un campamento grande, en una colina, se acomodan 56 familias, expulsadas de Tulantic, barrio de Chimex. El 22 de noviembre los echaron a balazos los paramilitares de Chimex (los mismos que participaron en la matanza de Acteal un mes después). Vivieron en pésimas condiciones y bajo estado de sitio en Xucumal, hasta el 27 de diciembre, cuando llegaron a Polhó. No tienen pertenencias y construyen dormitorios que les permitirán cubrirse de la intemperie con la imagen azul de una toalla femenina.

El paisaje alterado de Polhó, sobrepoblado, espejo de carencias, anuncia además una desocupación de mano de obra campesina que será grave si no regresan pronto estas familias a sus lugares de origen.

Sebastián nos conduce por entre casamatas, barrios apiñados, niños que juegan, lloran, no duermen, una niña vomita de tanta tos, otra de mal digestivo, y por todos los asentamientos, la gente saluda, y todavía sonríe.

Así viven en K'oyep más de mil 613 en Acteal; 68 en Maranjatic Alto. Muchos de los desplazados en Chenalhó iniciaron su errancia desde abril de 1997. En Poconichim, una población de aproximadamente 500 campesinos, desde el 24 de mayo viven allí mil 136 más, procedentes del barrio Chu'xtic de YaxEmel, y de Los Chorros. Los vigilan, a 100 metros, 60 elementos de la Seguridad Pública, y a 200 metros más, un campamento del Ejército Mexicano. Como si tuvieran la culpa de algo.

Lejos de la carretera, en las inmediaciones de la sierra, Poconichim carece de agua, de maíz. Sus condiciones son más críticas incluso que las de los refugiados en Polhó; y llevan más de medio año arrancados de sus casas.

El estancamiento de las soluciones deja ver la frialdad oficial con que se evita resolver el problema. Dice Sebastián al concluir el recorrido:

-No podemos regresar mientras no quiten a los paramilitares.

Y coincide en sus desconfiadas versiones con Emiliano, Luciano y Domingo:

-No vemos que se vayan a quitar los paramilitares. Los están cuidando los que los pusieron. No sabemos si otro día vamos a necesitar correr de aquí también.

Continuamente pasan sobre la carretera convoyes del Ejército Mexicano. Un campamento, con barricadas y tiendas de campaña, domina el valle de Polhó. Ya ni los de esta comunidad, que no están exiliados, pueden ir a sus cafetales.

Amontonados y prácticamente encerrados, una tercera parte de los habitantes de Chenalhó, a través del despojo impune, están arrojados a la resistencia.

-No van a poder con nosotros- se jacta Emiliano y apunta con el dedo al campamento del Ejército Mexicano y las barricadas:

-Esos ya nomás nos pueden matar.