Es comprensible que para un gobernante la jerarquización de los problemas obedezca a las ideas en que se ha formado profesionalmente y que determinan lo que es urgente y lo que puede esperar, el antes y el después. El presidente Zedillo es economista, se rodea de economistas, piensa como economista y debe estar preocupado hasta la angustia por los problemas de la economía. La caída de los precios del petróleo y la caída del valor de las exportaciones en los meses anteriores, por ejemplo, son fenómenos altamente preocupantes que merecen atención personal y prioritaria. La caída de 45 indígenas en Acteal y más tarde la caída de una mujer indígena en Ocosingo, entre otras caídas, en cambio, son hechos irremediables en cuanto tales y su esclarecimiento, que es cuestión de trabajo policiaco, puede esperar, o no llegar nunca.
Verdaderamente, la justicia mexicana no se ha hecho notar nunca por su agilidad, incluso si pensamos en los siglos de la Colonia. En otro sentido, los problemas de los indígenas se resolvían en esa época de manera más expeditiva, aunque la justicia fuera una resplandeciente ausencia. Después de la Colonia, las soluciones expeditivas siguieron siendo la regla: la Virgen de Guadalupe humanizó a los indígenas, lo que ya era algo, y les dio una nacionalidad, pero no los hizo iguales a los demás, cosa en la que ellos no ayudaron mucho: pasaron los años y los siglos, y los indígenas sobrevivientes han mantenido tercamente sus diferencias en cuanto a lenguas, cultura, costumbres y formas de relacionarse con la tierra y con otros misterios de la vida, según se dice en el Convenio 169 de la OIT.
Por lo demás, los indígenas han estado tan protegidos por las leyes como el resto de los mexicanos pobres (dicho sea esto sin la menor ironía), y nunca ha hecho falta ninguna clase de distingos constitucionales para que ellos se incorporen a la jurisdicción del Estado mexicano en las últimas escalas de la economía y de manera magnífica (sin cosa alguna), como bien se dijo en Rosamorada, Nayarit. Ultimamente, a raíz del levantamiento armado zapatista, se inició la negociación de ciertos acuerdos que tienden a la igualdad de lo diverso ante la ley, al reconocimiento, la aceptación y el respeto de los diferentes. De las negociaciones, que tuvieron lugar en San Andrés Larráinzar (un nombre que ya ha corrido mucho mundo), se obtuvo el acuerdo de llevar a la Constitución los derechos y la cultura indígenas, y ese acuerdo fue firmado por la representación del gobierno. Se habla allí de autonomía (como la universitaria, para dar un ejemplo extremo y algo forzado), no de soberanía, que es asunto bien distinto en derecho público. Debido a un exceso de quisquillosidad, por un momento se pensó que Rosamorada negaba a San Andrés. Pero no era sino una mala interpretación, y a la postre, una vez aclarado el punto, ambos pueblos conservarán su lugar en el mapa.
Así que nadie ha desconocido los acuerdos firmados. Lo que ocurre es que... ¿Qué es lo que ocurre? Una hipótesis: un asunto que ha esperado 500 años bien puede esperar, digamos, unos tres años más. Y no en situación de tregua pactada, sino de avances militares más o menos disimulados, por si se dieran las condiciones para resolver el conflicto por la vía del zarpazo y el exterminio, al estilo de Díaz Ordaz (según la información del amigo Julio Hernández López), mientras se consigue estabilizar la economía al estilo de Ernesto Zedillo, sin parecerse a Santa Anna, que es lo verdaderamente urgente e importante. El modelo de Lázaro Cárdenas, en lo que hace a la verdadera defensa de la soberanía y a otros puntos, es impracticable, impropio e imposible. Habría que demostrar que el conflicto chiapaneco está produciendo la descomposición de esa martirizada entidad federativa y de la vida política nacional en tiempos de elecciones y de peligrosos endurecimientos, que el desprestigio de México en la comunidad internacional ha alcanzado ya dimensiones históricas y, principalmente, que todo eso va a incidir de modo negativo en la economía. En otras palabras, habría que ingeniárselas para demostrar lo ya demostrado, y hacerlo muchas veces; tal vez así logremos que la economía forme parte de la política, y no a la inversa. Entre tanto, hay que esperar y esperar, pero hacerlo a Dios rogando...