José Steinsleger
De fieles y fideles

En uno de los agasajos a las personalidades que en 1985 fueron a Cuba para debatir el tema de la deuda externa dicen que, palabras más, palabras menos, Fidel Castro espetó al obispo de Barquisimeto: ``¿Cuál es el problema? ¿El ser y la materia? ¿Por qué no nos ponemos de acuerdo aquí en la tierra y después seguimos discutiendo allá en el cielo?''.

Puede ser que el líder de la revolución cubana coincida con el Papa Juan Pablo II en que las diferencias políticas son las más superficiales entre las que imposibilitan la armonía del género humano. Que las únicas diferencias que importan, las irreductibles y las insalvables diferencias, son las que exigen reacciones instintivas, capaces de justificar la condición humana. Al menos esto es lo que han dejado traslucir en sus discursos, entrevistas y homilías. Por lo que, ahora, es improbable que en su esperada visita a Cuba el Papa sacuda el índice admonitorio ante las barbas del anfitrión, tal como lo hizo en Managua con el cura Ernesto Cardenal. Los tiempos han cambiado. Sea como Estados o poderes con ascendencia en la dimensión ideológico-espiritual, Cuba y el Vaticano buscan hoy la salvación de sí mismos. Condicionados por los rigores dialécticos de la historia, el socialismo cubano salva lo que hay que salvar y la Iglesia católica, abrumada por su complicidad en la tragedia de los musulmanes serbio-bosnios y atornillada en la misoginia de una burocracia senil, desempolva algunos fundamentos de la teología de la liberación que tanto desacreditó y, en un continente que al igual que Washington mira como su retaguardia natural, busca el modo de frenar el avance del protestantismo y las sectas religiosas de origen anglosajón.

Aliado secular de los poderes imperiales, la Iglesia entiende que con el puritanismo norteamericano apenas pudo llegar a Polonia. Y que algo muy denso debe ocurrir en una sociedad que a la visita del Papa a Cuba le concede menos atención que a Paula Jones y la dirección lateral que, según ella, toma la erección del órgano presidencial. Púdicamente, la Iglesia católica prefiere entenderse con el austero Fidel, en el marco de una relación que algunos eruditos de Roma encuentran similar a la alianza que el Papa Adriano estableció con Carlomagno en el siglo VIII para instaurar la cristiandad en Europa. Muy a sabiendas que de todas las guerras dirigidas por el rey de los francos, la más larga y difícil fue la que sostuvo contra los sajones, renuentes al cristianismo.

Tales pretensiones tienen costo: echar leña al debate de la deuda externa (que Cuba auspició en el decenio pasado), condenar a la industria bélica y el capitalismo salvaje, ratificar el compromiso con los pobres y pedir el fin del bloqueo a la ``perla de las Antillas''. Por lo que al dios mercado no le resta más que encender luces amarillas en las pantallas de los templos financieros.

El Vaticano también sabe que en 40 años y tras 250 presidentes, dictadores y jefes de gobiernos que multiplicaron la pobreza sin dignidad, la historia de América Latina hubiese sido un pie de foto de no haber existido la voz soberana de Cuba. Y que, por tanto, es hora de que Washington estimule su propia apertura política para, con buena voluntad, normalizar las relaciones diplomáticas con el país latinoamericano que más relaciones tiene en el mundo y un pueblo que clama por la ``interdependencia'' y la ``globalización'' sin sometimiento.

Mas fuera de lo político... ¿cuán distintos son estos hombres entre sí?; ¿qué los aleja, qué los niega si el uno asegura representar a Dios en la tierra y el otro ha sido, como lo indican las siglas de su nombre, ``fiel a la causa revolucionaria''? ¿No es la presencia del Papa en Cuba el triunfo de la tenacidad de fieles y fideles? ¿O todo puede explicarse por motivos económicos, ideológicos, y geopolíticos?

En la apretada agenda del Papa se prevé un encuentro a solas con Fidel. ¿Qué le dirá entonces? ¿Le dirá que es ``el más piadoso de todos los impíos'', como aquel Papa del ``Zaratustra'' le dijo al Anticristo de Nietzsche? ¿Y qué le responderá Fidel? ¿Entonará los versos de ``La Bayamesa'': ``...pero si siente/ de la patria el grito/ todo lo deja, todo lo quema,/ ese es su lema, su religión''?

Previsiblemente, Juan Pablo II pondrá el acento en el carácter divino y la dignidad de la persona humana. Y Fidel recordará el legado de solidaridad y desprendimiento de Jesús para que los sinceros deseos del invitado alcancen plena realización terrenal. El pueblo cubano recibirá a Juan Pablo II con el optimismo, los tambores y la fuerza espiritual de Changó y Oshún, Eleguá y Yemayá. Y el Vaticano confirmará, una vez más, que los caminos del Señor son, para felicidad de todos, absolutamente inescrutables.