La caída de Emilio Chuayffet continuó ayer cobrando víctimas políticas: Felipe Solís Acero y Agustín Ricoy Saldaña, ocupantes de sendas secretarías ejecutivas, uno del Instituto Federal Electoral (IFE) y otro del Sistema Nacional de Seguridad Pública, han sido desplazados de sus cargos.
En el primer caso, el de Solís Acero, además de Chuayffet el otro perdedor es José Woldenberg, el presidente del IFE que asoció su capital político al del tamaulipeco, sobre todo al desarrollar una enjundiosa y obcecada defensa del funcionario al que los consejeros impugnadores consideraron representante de la cultura política autoritaria que desde la Secretaría de Gobernación, y en acuerdo cómplice con los gobernadores priístas, continuaba controlando la estructura operativa electoral del país.
En el segundo caso, el secretario Francisco Labastida Ochoa desplazó sin consideración a Ricoy Saldaña y, a pesar de que aún no se reúne el consejo del área, que según el artículo 14 de la ley respectiva es el órgano que debe nombrar al secretario ejecutivo, se ha instalado ya en ese espacio a Carlos Ontiveros Salas, abogado sinaloense (pero por supuesto que sinaloense), quien fue subprocurador de Justicia de la entidad norteña. Además, ha entrado al remplazo provisional de Ricoy Saldaña, aunque en un segundo plano, apoyando a Ontiveros Salas, José de Jesús Connubio Lugo, a quien se identifica con el también sinaloense Roberto Zavala Echavarría, subsecretario de Gobernación para asuntos de seguridad pública y rehabilitación social.
Ahora bien, teniendo ambos como fuente de su separación del servicio público la pertenencia al declinante grupo de Chuayffet, son diversas las formas de remplazo y las consecuencias políticas. En el caso de Solís Acero se le permitió presentar su renuncia como decisión propia, y en el de Ricoy Saldaña simplemente se le avisó con su relevo ya listo para entrar en funciones. Las consecuencias, sin embargo, son distintas: la suavidad para Solís Acero se debe a que el conflicto político en el IFE no ha terminado y a que, en realidad, apenas va entrando a su fase más delicada, mientras que la dureza en el trato a Ricoy Saldaña significa simplemente la tajante apropiación sinaloense de un espacio más de poder.
La secretaría ejecutiva del IFE, puesto clave
Solís Acero, como ha sido documentado ampliamente en todos los medios de comunicación, se convirtió en el punto de enfrentamiento entre la mayoría de los consejeros electorales (seis de nueve, Woldenberg en la minoría de tres) y el consejero presidente del IFE. Promovido a última hora por Woldenberg para mantenerse en el puesto clave de la secretaría ejecutiva, con una promesa de revisar su funcionamiento pasados los comicios del 6 de julio de 1997, Solís Acero fue el motivo de un ríspido forcejeo, público y privado, entre los seis consejeros y el consejero presidente.
Hoy, la victoria corresponde a la mayoría de la media docena, no sólo en cuanto a la sobrevivencia de Solís Acero, sino, además, por cuanto a la designación del sustituto, pues aun cuando es facultad exclusiva del consejero presidente Woldenberg proponer nombres para la secretaría ejecutiva, también es facultad plena de los consejeros aprobar por mayoría el nombre adecuado; así que Woldenberg (respecto a cuyo futuro político arreciarán ahora las especulaciones, centradas sobre todo en la presunción de su inminente salida del Instituto) podría proponer uno por uno todos los nombres de un directorio telefónico, y sólo será aprobado aquel que decida la mayoría en este caso representada por el bloque de los seis.
(Anoche mismo estaban ya sentados a la mesa de las negociaciones los consejeros y Woldenberg, pues sólo una propuesta consensada podrá salir adelante. Es decir, el consejero presidente perdió al hombre a cuya permanencia apostó cuanto pudo y, además, tendrá que negociar para nombrar al sustituto. No debe perderse de vista que la próxima sesión del consejo general del IFE será el próximo viernes 30. A dicha reunión se podría llegar con una propuesta negociada o posponer el nombramiento para la sesión venidera.)
Barbas a remojar en algunos estados
No son, sin embargo, meramente heráldicos los cambios que se han dado en el IFE. En realidad van mucho más allá de lo que una primera lectura sugiere. Por principio de cuentas, es muy probable que la caída de Solís Acero (la caída de Chuayffet) estremezca a varios consejos estatales presididos por personajes que en su ámbito local reproducen las mismas percepciones que Solís Acero (Chuayffet) generó.
Dicho de otra manera: en varias entidades se dieron acuerdos políticos entre los gobernadores priístas y la Secretaría de Gobernación (aplicados luego por la secretaría ejecutiva del IFE) para que al frente de los consejos electorales estatales quedaran presidentes, digamos, confiables. Ahora, habiendo caído los sostenes de esas situaciones, se comenzará a depurar la estructura electoral, y se buscará el mayor grado posible de credibilidad para los comicios del 2000 que, apareciendo desde ahora tan competidos como se ven, requerirán del máximo ofrecimiento de imparcialidad a la ciudadanía por parte de los órganos electorales.
No está de más anotar un dato para sonreír con más soltura cuando releamos los discursos del pasado reciente en los que se hablaba de la independencia y autonomía de la estructura total del IFE: la suerte de los grupos políticos, en este caso el de Chuayffet, ha decidido la suerte de personajes que en el discurso se asumen como ajenos a tales bamboleos. Solís Acero simplemente corrió la suerte de su puntal, aun cuando la renuncia tenga el disfraz de proceder de una decisión personal. Algo más: la salida de Solís Acero hará innecesario difundir y discutir el informe que sobre el desempeño del secretario ejecutivo entregaron los consejeros electorales de la mayoría al consejero presidente Woldenberg. De no haber renunciado, el tamaulipeco hubiera tenido que enfrentar públicamente un juicio de mayor costo político.
Las formas, esa especie en extinción
Ricoy Saldaña fue secretario general del mismo IFE (un cargo que en la práctica corresponde al actual de secretario ejecutivo), y se retiró a su despacho profesional de abogado luego de entregar el cargo a Solís Acero. Meses después, el secretario Chuayffet lo convocó para invitarle a ocupar la secretaría ejecutiva del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Desde allí, durante siete meses, desarrolló una interesante labor de análisis y procuró armonizar los presumibles esfuerzos de las corporaciones policiacas estatales y federales para darle seguridad a los ciudadanos.
Sin embargo, la suerte principal afectó a la secundaria y, a la salida del mexiquense, Ricoy Saldaña quedó condenado al relevo. Las formas y el estilo, sin embargo, no dan ningún lustre al espíritu colegiado y federalizado que la ley establece para este tema tan delicado. No se le permitió al renunciado (porque se le pidió su renuncia, tal cual) comparecer ante el pleno del sistema de seguridad (integrado por gobernadores y secretarios de Estado), al que sirvió, ni a los miembros de ese cuerpo indagar sobre las causas del relevo y la calificación de las tareas realizadas por el saliente. Nada de eso, simplemente se instruyó a quien tenía el cargo para que lo dejara y se instaló al nuevo funcionario. A ver qué opinan los gobernadores no priístas de tan peculiar estilo sinaloense de acomodar sus piezas.
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