José Cueli
Desfallece el indócil pajarito de Clinton

Razón hay en destacar la indócil libertad de este miembro que tan inoportunamente se inmiscuye cuando no tenemos en qué ocuparlo y que desfallece tan importunamente cuando más queremos tenerlo ocupado, y que con tanto imperio hace querella de soberanía a nuestra voluntad, rechazando con tanto orgullo cuanta obstinación nuestras solicitaciones así mentales como manuales. Si, no obstante, porque la reprenden su rebelión y la aducen en prueba de su condenación, me hubiera él pagado para que abogara por su causa, pudiera ser que yo arrojara sospecha sobre nuestros demás miembros, sus compañeros, de haberle levantado adrede, por pura envidia de la importancia y dulzura de su uso, esta querella, y haberse coligado para malquisitarlo con todo el mundo, acusándolo malignamente a él solo de su falta común: porque les propongo reflexionar sobre si hay una sola de las partes de nuestro cuerpo que no rehúse a veces a nuestra voluntad su operación, y que no se ejerza a veces contra nuestra voluntad. Tienen, cada una, pasiones propias que las despiertan y aduermen sin nuestro permiso. ¿Cuántas veces los movimientos involuntarios de nuestro rostro atestiguan los pensamientos que queríamos secretos, y nos traicionan ante los circunstantes? Esta misma causa que anima a este miembro anima también, sin que lo advirtamos, al corazón, los pulmones y el pulso, cuando la visión de un objeto agradable propaga imperceptiblemente en nosotros la llama de una emoción febril. ¿Son sólo esos músculos y esas venas los que se levantan y se acuestan sin mediar el consejo no sólo de nuestra voluntad, sino de nuestro pensamiento? Tampoco ordenamos a nuestros cabellos erizarse, ni a nuestra piel temblar de deseo o de terror.

Lo anterior es un extracto del capítulo XXI del libro primero de los ensayos de Montaigne, citado por Jean Lapanche en su libro sobre la Castración y las simbolizaciones, y parece encajar como anillo al dedo en los sucesos que vive el presidente Bill Clinton, en que todo es tan azaroso, tan tergiversado, tan absolutamente fuera de lugar, que sólo se entiende en juegos imaginativos entre luces y sombras levantadas que forman falos que aparecen y desaparecen, y va de nuez, demencia al servicio de la nada.

Al inteligente presidente, los movimientos involuntarios de su rostro atestiguan los pensamientos que quería secretos y lo traicionan, en el país, su país, en que ese extraño jueguito del pajarito volador que le colgaba y era único le puede costar la presidencia. Esos movimientos involuntarios que como rendijas permitieron devolver los secretos de alcoba de la Casa Blanca y marca como en un puntillado la línea de recorte que será la castración (humillación, exclusión, fuera de lugar, al ser investigado por obstrución a la justicia, falso testimonio y perjurio) del hombre más poderoso del mundo, por culpa de ese indócil pajarillo que se mueve a pesar de él, en algunas, muchas ocasiones, inoportunamente.