He comprado en la Plaza de Armas de La Habana una vieja monografía de Sixto Gastón Agüero, El materialismo explica el espiritismo y la santería, que empieza con una cita de Marx y termina diciendo que la prueba de la relación entre vida espiritual y material está en que el es-
píritu muere al reducirse su velocidad de vibración, con lo que ya hemos estudiado que se condensan sus manifestaciones y pasa a ser materia concreta. Si el materialismo puede explicar la religión afrocubana, está preparado también para legitimar la historificación del catolicismo practicada por Fidel Castro, empeñado en convertir a Juan Pablo II en Pedro el Ermitaño de la cruzada contra el materialismo vulgar, es decir, contra el neocapitalismo salvaje y su filosofía, el neoliberalismo. Juan Pablo II como Pedro el Ermitaño y Fidel como Ricardo Corazón de León, mientras Clinton observa la operación entre denuncia y denuncia por abusos sexuales. Que haga como yo: obedezco el decreto feminista y sólo miro a una mujer 15 segundos, reloj en mano.
No cabe más espiritualidad en La Habana. El Papa acaba de descender del cielo y el babalao, uno de los jefes religiosos afrocubanos, le ha enviado una tamborada para que se entere que sus dioses están dotados de sentido de la hospitalidad, mientras los etnógrafos de la santería van muy buscados, y Gianni Mina va por la ciudad cámara en ristre, filmando cuerpos y almas. En el hotel conozco a la etnógrafa Natalia Bolívar, la autora de Los orishas en Cuba, importante quién es quién de la religión afrocubana eminentemente utilitaria: se recurre a los espíritus para que te consigan bienes materiales, incluidos unos cuantos dólares, vengan de donde vengan.
Luego me veré rodeado de obispos y cardenales en cuantos cocteles se ofrecen en La Habana, y cuando me encuentro con los políticos de más alto rango, una parte del tiempo se dedicará a hablar de religión, de las raíces religiosas sincréticas del pueblo cubano, del papel de las iglesias protestantes y de la resituación de la Iglesia católica, recién salida de la caja de Pandora.
Tras un día de papas, cardenales, babalaos, etnógrafos de la santería, políticos coincidentes con la estrategia de lograr la alianza entre espiritualidad re- volucionaria y espiritualidad cristiana, ceno con Gabriel García Márquez, que, no lo olvidemos, es el fundador del realismo mágico. Hasta el realismo ha terminado siendo mágico, para desesperación de Lukacs, y el escritor asediado por todos los medios de comunicación conocedores de que Fidel casi no tiene secretos para él, ha optado por ser el hombre invisible. Me dice: ``Manolo, estoy pero no estoy en La Habana'', logro de una transparencia que sólo puede conseguirse desde la trascendencia.
Luego hablo con espiritualistas sentimentales que no creen en los espíritus, ni siquiera en el de la historia, ni en el Espíritu Santo, pero que piensan que tal vez la única explicación real del encuentro entre Castro y el Papa, al margen de la puesta en escena del prodigio, sea que se trata de dos hombres cansados y desilusionados. Castro, porque la revolución no es como la esperaba o como se la merecía; Juan Pablo II, porque ha comprobado que desde la caída del comunismo en Polonia van menos polacos a las procesiones.
El materialismo dialéctico como aliado espiritual, frente al materialismo vulgar y el Espíritu Santo como aval sobrenatural de una revolución que ya no puede exportarse con las armas en la mano, pero sí todavía como ideología y teoría de esa inmensa mayoría que vive en los peores barrios de la aldea global.