Guillermo Almeyra
Cuba: preturas y aperturas

El Papa pide apertura a una Cuba ya abierta en todo lo que de ella depende al mercado mundial y a las inversiones extranjeras. ¿De cuál apertura se trata? ¿De la apertura de brazos y piernas a los valores y concepciones que propagan el ``pensamiento único'' o el Vaticano sobre la educación y la familia, por ejemplo, caballos de Troya de la sumisión política y del hedonismo e imperio del mercado que el Papa dice deplorar? Ante un mercado donde su producto tiene escasa penetración y presencia, ¿quiere el Papa ganar posiciones frente al crecimiento de la demanda religiosa provocada por la crisis, la incertidumbre y el derrumbe paulatino de ese subrogado de religión que es la ideología oficial? ¿Quiere reforzar al débil clero católico isleño frente a los competidores de otras Iglesias pero también y sobre todo, frente al crecimiento de la santería, ese sincretismo que --porque no es institucional ni está institucionalizado-- corresponde mejor al anarco-individualismo y al sentimiento libertario de los cubanos? Al mismo tiempo, Karol Wojtyla pide ``al mundo'' que se abra a Cuba. Si se trata de la población mundial, de los pobres (que son mayoría), de los oprimidos el llamado es vano porque a ellos Cuba siempre tuvo acceso.

Si, en cambio, se refiere a los gobiernos, todos (menos tres: Estados Unidos, Israel y Uzbekistán) condenan y violan, cuando y como pueden, el bloqueo impuesto desde hace tres decenios por Washington. El estadista vaticano haría mejor si mencionara por su nombre al Departamento de Estado y llamara a los fieles de Estados Unidos y del mundo a desconocer esa abominación, que se opone a la ley internacional y a la ética, y que castiga al pueblo para tratar de golpear a un gobierno que no se somete a la voluntad imperial.

Con armas despuntadas, el heredero de Pedro no podrá imponer a Estados Unidos un cambio de política frente a Cuba, pues éste sólo puede venir del estímulo a la violación del bloqueo resultante a escala mundial y estadunidense del reconocimiento de que se puede tratar con el gobierno cubano. Tampoco podrá imponer a éste un cambio en su política educativa ni para la familia, por conservador que pueda ser el régimen castrista en su concepción de la moral y pragmático en su idea de que ``La Habana bien vale una misa''. El fracaso del Papa es, por lo tanto, previsible y quien mayor provecho sacará de su visita es Fidel Castro que, en lo inmediato, ve reforzado su control del poder aunque a largo plazo, con el viaje de su huésped, esté ayudando a zarparlo. Pero todos sabemos, con Keynes, que a largo plazo ``todos estaremos muertos'' y eso lo sabe sobre todo quien no repara demasiado en futilezas como la coherencia principista y siempre ha creído en la realpolitik.

Lo cierto es que la excelente foto de Pedro Valtierra en la primera página de La Jornada documenta un fin de milenio y el de dos reinados. En ella se ve un deferente y anciano señor, muy enflaquecido y envarado y con la cara y la mirada congelada de los viejos, que saluda a un achacoso y dolorido contemporáneo, sobre un patético fondo donde dos sillas en la pista del aeropuerto esperan aliviar y destacan el cansancio y el desgaste de los augustos personajes, uno de los cuales es el último monarca absoluto por derecho divino y viene a hablar de democracia y el otro es un gerontócrata que controla el poder hace casi 40 años y todavía habla de revolución aunque ésta, como su nombre lo indica, es un renovarse permanente. Fidel Castro tiene que depender (para utilizarlo) de un hombre que por función y vocación es antisocialista y cuyo rechazo a la mundialización capitalista se hace en nombre de valores precapitalistas o, como máximo, del capitalismo de Pío IX. Wojtyla, por su parte, para que le escuchen, debe rendir homenaje a la sinceridad de la lucha del Che en favor de los pobres (y dar así pábulo a la influencia de éste sobre los cristianos en serio, que optan por los oprimidos y no se guían por la Iglesia-Estado de Constantino).

En este fin de milenio, el fin de los ideologías es, en realidad, el fin de las Iglesias, que son ideología congelada: de todas, inclusive la marxista-leninista, inclusive la neoliberal, con su fundamentalismo. Y es el fin de los reyes-sacerdotes, laicos o no. Al mismo tiempo, reabre el camino a la utopía, por sobre la crisis de los aparatos y prepara el camino a la esperanza, o sea a una alternativa al capitalismo y hacia un socialismo democrático, que aparece como sombra detrás de los ancianos estadistas y de sus discursos desde el eco presente de ese siempre joven que es el Che.

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