León Bendesky
El manejo de la economía

Sin duda Carlyle reafirmaría hoy su idea de que la economía es una ciencia lúgubre. Cuando según las visiones oficiales, tanto públicas como privadas, todo apuntaba ya a que la recuperación de la economía mexicana estaba garantizada, a que el crecimiento tenía un sustento firme y que sería posible sostenerlo en el tiempo, las expectativas están cambiando de manera rápida. El nuevo choque petrolero obligó a las autoridades hacendarias a rectificar la política de gasto público apenas a un mes de que el Congreso aprobara el presupuesto federal para 1998. El gasto se redujo en una cifra equivalente al 0.4 por ciento del producto interno bruto, y se anunció que con ello se prevenían quebrantos mayores que podrían surgir de la posposición de un ajuste de este tipo. La medida fue bienvenida en una parte importante de los círculos con influencia en el país, se tomó como una acción decisiva que mostraba la capacidad de reacción oportuna por parte del gobierno. Ahora, a escasas dos semanas parece haber sido un tanto apresurada.

El precio del petróleo sigue cayendo, y llegó a su nivel más bajo en 23 años. La mezcla mexicana de crudo se redujo a 11.20 dólares por barril, y es muy probable que no se alcance el nuevo precio promedio de 13.50 dólares que Pemex había estimado para todo el año (véase el reporte de Roberto González, La Jornada, 24-I-98). Ello indica que el ajuste propuesto será insuficiente, y que para cubrir el faltante de los ingresos necesarios para ejercer el gasto previsto serán necesarias acciones complementarias. Con ello se abre de par en par la discusión, en diversos frentes, de la gestión económica que se sigue actualmente en el país. No es posible dejar de enfrentar de modo más decisivo la vulnerabilidad externa que aún marca de modo claro el funcionamiento de la economía, y que se agrava por la propia fragilidad que caracteriza a la estructura productiva, a la operación del mercado interno que sigue reprimido y a la distribución del ingreso.

Los márgenes de maniobra de la economía no se han ampliado de modo tal que puedan amortiguarse en mayor medida los choques externos y no se provoquen desequilibrios que cada vez tienen un mayor costo económico y social. Es evidente que en el marco de las corrientes de los capitales y del tipo de intercambio comercial que se mantiene, no se puede estar fuera de los impactos adversos que se provocan a escala internacional. Es evidente, también, que es difícil prever los cambios en los precios internacionales del petróleo, pero es cierto que hay tendencias y que la reducción del precio del petróleo se observa ya por cuando menos tres meses. Apenas hace unos días tanto Lajous como Gurría afirmaban que los precios no caerían más.

Hoy es ya muy difícil justificar políticamente una nueva reducción del gasto público; el gobierno quemó un cartucho y en ese sentido es que fue apresurada su reacción. La dependencia fiscal que tiene el gobierno en cuanto a los recursos generados por Pemex, ahora es una condición de debilidad y pone de manifiesto el costo de haber pospuesto durante muchos años la reestructuración de la industria petrolera, cuando menos en términos de su relación con las finanzas públicas. Si los ingresos públicos siguen cayendo, habremos de pagar más por los productos petroleros; la gasolina en México cuesta mucho más que en Estados Unidos y será difícil que se haga efectiva la disminución de los precios de otros combustibles. Si los ingresos son insuficientes tendrán que reducirse más los gastos, ya no solamente en los de tipo corriente sino en los de inversión, y con ello el efecto multiplicador del ajuste será más grande y recesivo. No puede descartarse que entonces deban contratarse más créditos externos para financiar a la economía, rebasando con ello la autorización del Congreso en cuanto al endeudamiento externo y aumentando las cargas financieras del Estado.

La situación puede verse como un asunto de tipo meramente coyuntural, producida por una situación externa y fuera del control de la política económica interna. Esto abarca no sólo al tema del petróleo, sino al de la severa inestabilidad financiera en los mercados mundiales y cuyas repercusiones adversas sobre la economía mexicana pueden crecer de modo aparatoso. Y en efecto esto es así, aunque dejarlo en ese nivel sería sumamente miope. Lo que se desprende del comportamiento del mercado petrolero, como ocurrió antes en 1986, y del mercado financiero, como pasó de modo más reciente en 1994, es la necesidad de poner en la mira una discusión cada vez más inevitable y que está en el centro del debate político. Lo que es cada vez más cuestionable es si la reforma económica que se instrumentó hace 15 años lleva al país a una situación de mayor fortaleza relativa. Los acontecimientos de esos mismos 15 años parecen decir lo contrario.