La caída del precio del petróleo aumenta la diferencia entre, por un lado, los países industrializados que en general no producen carburantes y, por el otro, los productores, para desventaja aún mayor de estos últimos. Una menor factura petrolera puede reducir la inflación en los países europeos y en Estados Unidos y ayudarles a bajar los costos de sus productos industriales de exportación pero, en cambio, la disminución de los ingresos por la exportación de petróleo golpea duramente la economía de los países árabes, europeos -como Rusia-, asiáticos -Indonesia-, africanos o latinoamericanos -México y Venezuela- que dependen fundamentalmente de la venta de crudo y sus derivados.
La conjunción entre el recalentamiento del clima -producido en amplias zonas del mundo por el fenómeno de El Niño- que reduce el consumo de petróleo para la calefacción durante los inviernos del hemisferio septentrional, la mejora de la tecnología para ahorrar en el consumo de energía no solamente en los vehículos sino también en la producción de todas las demás mercaderías, y la baja de la producción industrial y del consumo masivo en buena parte del mundo son algunas explicaciones de la tendencia a la baja del precio de los hidrocarburos. Por otra parte, la reacción de los países productores, que esperan mantener sus ingresos produciendo mayores cantidades de crudo --como es el caso de Arabia Saudita-- agrava aún más la caída de los precios y tiende a romper los acuerdos de autolimitación de la oferta encaminados a mantenerlos. Además, la perspectiva de desaceleración de la economía japonesa y, sobre todo, estadunidense y el posible aumento de la exportación de petróleo iraquí a cambio de medicinas y alimentos podrían afectar también al mercado petrolero. Por añadidura, los precios del crudo probablemente seguirán a la baja, pues se acerca el verano en los países del Norte, que son grandes consumidores de carburantes durante los meses fríos.
Los países exportadores se ven así obligados a recortar sus presupuestos, que dependen en importante medida de los ingresos petroleros y de los impuestos internos que derivan de ese rubro. Esa reducción de los gastos públicos tiende a reprimir el crecimiento de la industria nacional, de los ingresos y del Producto Interno Bruto per cápita y a aumentar el déficit de la balanza comercial de las naciones productoras de petróleo. Si a esta situación se suma la grave crisis por la que atraviesan las naciones del sudeste asiático, importantes consumidores de petróleo, y la reducción de los capitales de inversión disponibles a nivel mundial, las perspectivas para los países petroleros, especialmente para las naciones en desarrollo, se vislumbran difíciles.
Es evidente, por lo tanto, que la suma de los efectos de la crisis financiera en el sudeste asiático y de la caída de los precios del petróleo afectará duramente a muchos países, México entre ellos, que arrastran ya una crisis prolongada y que han tratado de mejorar sus resultados macroeconómicos pagando grandes costos sociales, que ni pueden ser permanentes ni pueden aumentar sin que se corra el peligro de generar inestabilidad y conflictos internos. Por ello, resulta urgente el establecimiento de nuevas políticas económicas que tengan en cuenta los peligros de una excesiva dependencia de la globalización e introduzcan elementos que permitan controlar los peores y más devastadores efectos de la misma.