Masiosare, domingo 25 de enero de 1998
Ciudad Juárez, Chihuahua. Irma Pérez apenas puede dominar la ira al recordar el episodio amargo ante el Ministerio Público, cuando denunció la desaparición de su hija.
``No se apure, señora, al rato regresa. De seguro anda con el novio'', le dijo burlón el agente de guardia. ``Es más, cuando llegue me la presenta.''
Era el viernes 10 de agosto de 1995. Treinta días más tarde, el cuerpo de Olga Alicia Carrillo Pérez apareció en Lote Bravo, al oriente de esta ciudad. La muchacha regresó a casa... en una bolsa de plástico.
Olga Alicia fue la víctima número 40 de una cadena de homicidios que se empezó a contabilizar en 1993. A la fecha, la lista suma ya 108 mujeres violadas y estranguladas, o acuchilladas, o ejecutadas a balazos. De 43 nunca se supo su identidad.
Sepultadas en la fosa común, permanecen en las fotos de los archivos policiacos, irreconocidas e irreconocibles, con el letrero de ``Anónima''. Poco o nada hicieron las autoridades para reconstruir sus rostros o utilizar alguna técnica que ayudara a identificarlas. En las estadísticas figuran como posibles migrantes que llegaron a Ciudad Juárez con la esperanza de trabajar en las maquiladoras.
¿Por qué nadie hizo más para averiguar quiénes eran? Gustavo Elizondo, quien hasta diciembre de 1997 fue representante del gobierno estatal en esta ciudad y hoy aspira a la alcaldía, justifica: ``Falta de presupuesto''. Y agrega: ``Se actuó acorde con los recursos que se tenían''.
Esther Chávez Cano, de la Coordinadora de Organismos No Gubernamentales en Pro de la Mujer, denuncia: ``Se gastaron 434 mil pesos en una campaña para promocionar al gobernador y sus zapatos''.
Y en medio de todo, el gobierno panista insiste en juzgar a las víctimas. El domingo 11 de enero, durante un programa de la televisión local, el gobernador Francisco Barrio dijo que entre las mujeres asesinadas ``existe un patrón parecido, se movían en ciertos lugares y frecuentaban a los malvivientes que luego las agredieron''.
Las investigaciones han tenido un tratamiento machista y misógino, acusa Chávez Cano. Hay que captar la dimensión real del problema, dice Barrio.
Impunidad e injusticia, resumen las familias de las víctimas.
``El dia que se fue...''
Olga Alicia Carrillo Pérez quería estudiar psicología, e incluso estaba inscrita en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.
Su madre, Irma Pérez, la describe como hogareña, cariñosa, inteligente y romántica, ``a veces hasta era cursi''. Le gustaba mucho leer, especialmente un libro de ecuaciones diferenciales. ``Se pasaba las horas en su litera, allá arriba, junto al techo'', dice mientras señala un rincón que ahora ocupa la mesa del comedor. ``Leía mucho, escribía.''
-¿Qué escribía?
Guarda silencio. Una pausa para contener las lágrimas. ``Eran cosas muy bonitas. A veces encontraba escritos donde me decía que me quería mucho, escribía poesías para mí o sus amiguitas, con el nombre y su inicial'', responde al fin.
Olga no era afecta a los excesos, ni siquiera en la comida. Su platillo favorito era la ensalada dulce de zanahoria, col, crema, miel y pasas. Casi nunca comía carnes rojas.
-La policía dice que frecuentaba fiestas y bares. ¿Es cierto?
-No, siempre estaba muy metida en la casa, nomás salía a trabajar. Tenía dos empleos: uno por la mañana en un bufete de abogados, el otro en una zapatería del centro. A veces iba a bailes, pero siempre con mis hermanas. Nomás tuvo un novio, un muchacho que primero fue su amigo dos años. Si hubiera andado de malilla yo lo hubiera notado... Cuando dicen esas cosas yo respondo: una sabe lo que tiene, y mi hija no era mala.
Olga empezó a militar en el PAN después de asistir a una fiesta del partido, donde conoció a Luis Arenal, que más tarde se convertiría en regidor del ayuntamiento. De la fiesta regresó muy ilusionada. ``Yo creo que fue la primera vez que se enamoró de a deveras, siempre estaba platicando del muchacho.''
Durante la campaña de Ramón Galindo, candidato a alcalde, participó en las brigadas juveniles, repartió propaganda y volantes. ``Siempre andaba diciendo `mamá, usted vote por el PAN'. Yo le decía: ay, mija, si son la misma cosa.''
El jueves 9 de agosto de 1995, los jóvenes panistas recibieron un viaje a las montañas como premio por colaborar en la campaña. Olga no fue. A las 6 de la tarde salió de la zapatería.
Una hora después, el velador de las oficinas municipales del PAN la encontró cerca del partido. Fue la última vez que alguien la vio con vida.
Para su madre empezó el infierno. Y la primera puerta fue la agencia del Ministerio Público. ``Al principio no me hicieron caso. El agente que estaba allí me dijo `no se apure señora, al rato regresa, ha de andar con el novio. Es más, cuando llegue me la presenta', porque yo le había descrito cómo era, muy delgadita porque se cuidaba mucho su físico, hacía dietas y ejercicios.''
Los policías judiciales no movieron un dedo para buscarla, hasta que Ramón Galindo se enteró de su militancia e intervino ante la procuraduría estatal, subrayando que Olga era amiga de un regidor del ayuntamiento.
Según Astrid González Dávila, presidenta del Comité Ciudadano de Lucha Contra la Violencia, fue hasta entonces cuando las autoridades panistas abordaron con interés el problema de las mujeres asesinadas.
Pero los familiares de las víctimas no creen en el resultado de estas pesquisas. Irma tiene razones para desconfiar: una de las compañeras de su hija, a la que recuerda sólo como Ana, le dijo que un sujeto de edad madura que se ostentaba como licenciado acostumbraba molestar a Olga.
La policía no tomó en cuenta el dato. Dos años después no existe ni siquiera un retrato hablado de ese individuo. ``Lo único que han hecho es lastimarnos, enlodar su nombre'', dice Irma. ``Como mi hija ya no se puede defender.''
Una mañana de septiembre de 1995 recibió a su hija dentro de una bolsa de plástico. Supo que era ella por la ropa que se encontró junto a los restos.
La certeza de que nunca más vería a quien, dice, ``era lo máximo para mí'', la dejó muerta en vida. Una especie de embolia le paralizó la mitad de la cara y el brazo derecho.
Pero Dios, señala, no se la quiso llevar.
``Una noche estaba yo muy mal de a tiro. Me quería morir y no podía. Entonces le dije a Dios: si no voy a ir con mi hija, si no me vas a llevar con ella, dime qué va a ser de mi, porque ya no aguanto. Y no me lo va a creer, pero desde ese momento empecé a aliviarme.''
Irma Pérez no se ha resignado por completo, pero recobró el ánimo para volver a trabajar, consiguió un carrito metálico y ahora se gana la vida vendiendo hamburguesas.
Sus vecinos dicen que son muy sabrosas. Que pone el corazón en cada una.
``No van a hacer nada. Ni quieren, ni pueden''
A Adriana Márquez Ledezma le gustaba mucho viajar, y quería dedicarse a hacerlo toda su vida. Así que decidió estudiar turismo, aunque sus calificaciones, confiesa su madre, Bertha Ledezma, no eran muy buenas.
``Siempre pasaba de panzazo'', recuerda con una sonrisa. Así terminó la secundaria. Cursaba el segundo semestre de la prepa cuando fue asesinada. Las matemáticas fueron su coco, aunque ``no le gustaba ni una materia''. De hecho, prefería las revistas de modas a los libros.
Quizá el gusto por viajar le llegó de su familia, pues a su padre lo cambiaban constantemente de lugar de trabajo. Sin embargo, a pesar de las mudanzas continuas, doña Bertha nunca permitió que se relajara la disciplina familiar.
``Adriana era alegre y muy bromista conmigo. Decía: `Sabes qué, ya no voy a salir contigo porque en lugar de que me digan a mí algo, te lo están diciendo a ti; la que va a agarrar novio eres tú, no yo.''
Bertha nunca le dio permiso de asistir a fiestas, ni siquiera con los novios: la visitaban en su casa, y nada más un momento. Dice: ``Nunca supe que alguien la pretendiera con malas intenciones, o que recibiera llamadas extrañas''.
Y agrega que tampoco iba al cine. Los domingos, toda la familia se dedicaba a ver películas en video o a escuchar música y a bailar en la sala. ``Parece raro pero todos mis hijos eran muy tranquilos, no se veía que tuvieran ganas de salir o de irse a otro lado.''
Adriana usaba casi siempre pantalones de mezclilla, y sólo en ocasiones se ponía falda. Le gustaban los colores oscuros; cuando cumplió 15 años ``se quería comprar un vestido negro, me costó trabajo convencerla de que no lo hiciera''.
El día que desapareció, Adriana acompañó a su madre y una hermana al centro de Ciudad Juárez, y después de prometer que no tardaría en regresar, se quedó en una zapatería para comprarse unos botines.
Tres horas más tarde, cuando empezaba a oscurecer, Bertha Ledezma sospechó que le había pasado algo. ``Pensé en un accidente y me fui rápido a la Cruz Roja, a los hospitales. La busqué con mis hermanos y amigas, creí que se había ido a bailar sin permiso. Pero no estaba en ningún lado.''
Al día siguiente presentó la denuncia ante el Ministerio Público de Juárez. La trataron mal. ``Para ellos es normal decir que las muchachas se van con el novio, pero se equivocan. Yo conocía a mi hija y no era como dicen los policías.''
La misma cantaleta oficial de los últimos dos años, durante los cuales cuatro distintos grupos de investigadores se han hecho cargo de indagar los crímenes. Bertha Ledezma confiesa que está agotada y que se mantiene en pie para apoyar al resto de las familias que han sufrido desgracias similarares. ``Ya no confío en nadie. A estas alturas no van a hacer nada. Ni quieren ni pueden hacerlo.''
``Su cabello todavía estaba bonito''
La receta favorita de Silvia Elena Rivera Morales era licuar cebollas con vinagre y con eso llenar bolsas que se colocaba durante horas en la cabeza.
Con esos gorros improvisados se paseaba por su casa, y a veces practicaba aerobics en la sala sin derramar una gota. En ocasiones el tratamiento era más suave -y seguramente menos oloroso- pues se limitaba a untarse la cabeza con aguacate.
El resultado fue un cabello suave y brillante, que sin embargo tuvo un trágico destino. Su hermano Angel recuerda que cuando le pidieron identificar unos restos, no tuvo dudas en reconocer a Silvia.
``A pesar de que había estado tirada en el desierto por tantos días, su cabello todavía brillaba. Seguía muy bonito, como si nada hubiera pasado'', recuerda.
Silvia Elena quería estudiar administración de empresas. Cuando desapareció cursaba el segundo semestre de la preparatoria y trabajaba como dependiente en una zapatería.
Tenía muy buenas calificaciones -``puros dieces'', dice, orgulloso, Angel- y en ocasiones se desvelaba estudiando hasta muy tarde. Su madre lo corrobora: ``Mi esposo me decía: `Andale, Silvia ya se quedó otra vez dormida con el libro', o a veces era la una o dos de la mañana y seguía leyendo''.
Doña Ramona Morales recuerda cuando pasaba con su hija frente a las instalaciones del Tecnológico. ``Me decía, mira, madre, cuando yo ya esté aquí voy a comprarte un carro, te voy a llevar a El Paso, vas a ver lo que yo te voy a dar...''
Llora. Dos años después, el recuerdo sigue muy presente.
Angel y doña Ramona insisten en que era una muchacha tranquila, que vestía permanentemente de mezclilla y que le gustaba estudiar lo que fuera, hasta primeros auxilios. Aprendió a inyectar y poner sueros, aunque sólo pudo practicar con su padre, que estaba enfermo.
El hombre murió en diciembre de 1995, tres meses después que sepultaron a su hija.
Silvia no era aficionada a los bailes, aunque de vez en cuando iba a fiestas en los salones cercanos a su casa, como La Baticueva o el Bandolero's, siempre acompañada de su hermano. Sus amigos le decían Selena porque se parecía a la cantante.
Cuando Silvia cumplió 15 años, la familia Rivera Morales echó la casa por la ventana. Las fotos de la festejada con su chambelán y acompañantes adornan las paredes de la pequeña sala. ``Tengo hasta su película'', presume doña Ramona.
``Jamás supimos que fuera a los salones del centro ni tampoco se nos desaparecía como andan diciendo'', repite con desesperación. Por eso, cuando a mediados de julio de 1995 no llegó a su casa, ``luego luego supe que algo malo le había pasado''.
El 2 de septiembre, cuando aparecieron los restos de la muchacha en el desierto, un carro lleno de judiciales se detuvo a la puerta del humilde hogar de la familia. Los agentes se llevaron a doña Ramona con malas maneras. La bajaron en la morgue, la hicieron entrar, sola y aterrada, y le pidieron que identificara unos restos. No pudo.
Fue Angel quien dijo que se trataba de Silvia. Lo supo al ver el cabello. ``Todavía estaba bonito.''
Entre vueltas, humo y cerveza
Trivia: ¿cómo se identifica a un chilango en un salón de baile de Ciudad Juárez lleno de trabajadoras de la maquila, narcos al menudeo y aspirantes a mojados?
Respuesta: por los zapatos.
En el Bandolero's, el sitio de moda entre la raza de las plantas maquiladoras, el 100% de los asistentes usa botas o tenis.
Las morras se dan cuenta de inmediato. Una sola mirada les basta para identificar a quien es ajeno al lugar. ``Eres chilango'', responden a los saludos.
Es viernes por la noche y en este atestado salón de baile, donde la pista ovalada rodea una de las tres enormes barras, se desconfía más de los capitalinos que, por ejemplo, de los empistolados con camisa de seda que bailan con la cheve en la mano.
Porque en Juárez es fácil meter armas en bares y discotecas. O droga. O lo que sea, porque en esta ciudad, donde el año pasado hubo 918 muertes violentas, revisar a los clientes parece impensable.
El Bandolero's y su pista ovalada. Las parejas dan vueltas y vueltas mientras bailan, a veces de reversa, casi siempre nomás moviendo la cintura mientras caminan. Como los domingos en el pueblo, cuando el rito del ligue se cumple entre una vuelta y otra al kiosco de la plaza.
A medianoche llega una nueva oleada de morras que vienen del jale. Algunas llegan directo al baile, apenas con una brevísima escala para dejar encargadas las chamarras en el guardarropa. Otras no encuentran pareja luego luego, y esperan mientras se refrescan la garganta con una cerveza.
En medio de la fiesta, el fantasma de 108 mujeres violadas y asesinadas no existe. A las morras no parece importarles que algunas de las muertas fueron enganchadas en lugares como éste, entre humo, baile y cerveza.
Pero el caso ha dejado huellas. Hasta hace unos meses, el Excalibur era también un salón muy frecuentado por las operarias de la maquila, hasta que intempestivamente los propietarios decidieron cambiar la música grupera por el rock pesado.
Resultado: las morras se fueron, y a decir de algunos meseros así estaba planeado. ``Ya no querían que vinieran, por lo que sale en los periódicos'', comentan en voz baja.
Ahora el Excalibur es, predominantemente, un bar de homosexuales.
Sábado por la noche. En la colonia Nueva Hipódromo, decenas de muchachas recién bañadas, faldas cortas y medias para aguantar el frío, esperan en las esquinas a que pase el novio o la rutera (pesera) que las lleve al Bandolero's. Lo mismo ocurre en las colonias Independencia, Bellavista, Felipe Angeles, Guadalajara Izquierda y Derecha.
Los homicidios se multiplican pero los salones de baile siguen llenos. ¿Por qué? Rosaura trabaja en Phillips desde hace cuatro años, cuando llegó de Torreón. Los crímenes no la asustan. ``Tú sabes con quién te metes, lo sientes, pues.''
Susana, operaria del segundo turno en Vishay, se ríe del asunto. ``Eso le pasa nomás a las morras reventadas, las que se van de raite con el primero que pasa. Pero si no lo haces, mira, ni en cuenta.''
Y Blanca, quien apenas cumplió los 16 años y trabaja en Utautomotive, se sorprende. ``¿Deveras está pasando eso en Juárez?'' Tiene tres meses en la ciudad. No se ha enterado.
Hay otras razones. Según Astrid González, Esther Chávez Cano y la socióloga Chela de la Rosa, directora de un organismo que trabaja en un proyecto de salud sexual con muchachas de la maquila, los empresarios no se han preocupado por advertir a sus empleadas de los riesgos a que están expuestas. No les conviene.
La normalidad segun Barrio
Le pica la panza un reportero local al procurador Arturo Chávez Chávez. ``¿Trae chaleco antibalas?''
-No. Es la pura grasita buñuelera -responde el funcionario.
La sonrisa se le borra cuando enfrenta la pregunta: ¿Por qué las críticas al trabajo de la procuraduría?
Enfadado, responde directo: ``Si por motivos políticos alguien pretende mantener vivo un asunto que está plenamente esclarecido, es otro cantar. Nosotros tenemos los elementos técnicos, jurídicos y policiacos en los que se basó el juez para dictar auto de formal prisión''.
-¿Por qué entonces siguen apareciendo mujeres asesinadas?
-Mire, siguen apareciendo mujeres y hombres asesinados como en cualquier parte del mundo, como en la ciudad de México, en Veracruz o Morelia, o Cuernavaca. Y con esto no pretendo justificar ni mucho menos, pero el querer enderezar que particularmente están matando mujeres, bueno, del universo de homicidios el 14 por ciento son mujeres. Y le puedo decir que a una madre le duele lo mismo un hijo que una hija.
Los asuntos, concluye la entrevista, están allí. ``No especulamos ni estamos para hacer política.''
Es una posición de gobierno. Según Francisco Barrio, el número de homicidios de mujeres cometidos en Juárez es igual al del resto del país.
En otras palabras, son hechos normales.
Por lo menos hay un cholo en cada esquina.
Es fácil distinguirlo.
Camisa de lana, pantalón guango, tenis de buena marca, barba de candado, lentes oscuros y sombrero gris, como de hampón de los cuarenta.
Es el centro de Juárez, la zona más peligrosa de la ciudad. Calles enteras de bares, cantinas, burdeles y picaderos. Donde las esquinas delimitan las fronteras de las bandas. Donde todo se compra y se vende, desde rifles automáticos de asalto, hasta heroína o prostitución infantil.
De estas calles desaparecieron, quizá, muchas de las jóvenes mujeres de entre 18 y 25 años que luego fueron encontradas en el desierto, violadas y estranguladas.
El centro de Ciudad Juárez: casas y edificios en ruinas, polvo que flota pese a que no hay viento, basura que se amontona, boleros que todo lo saben, putas de 50 pesos y cholos rateros.
Aquí se fundó Ciudad Juárez. Aquí sigue el Noa Noa de Alberto Aguilera (hoy Juan Gabriel), que posee dos enormes residencias del siglo pasado en la avenida 16 de Septiembre, el barrio donde su madre trabajaba como sirvienta.
Zona de comercio barato, indispensable para los marginados de las colonias sin agua, drenaje ni mucho menos calefacción, porque aquí los precios, en promedio, son 20% menores que en los grandes malls estilo texano.
Aquí es también donde la muerte acostumbra a pasar en una camioneta de vidrios polarizados, ofreciendo un ``raite'', muchas veces obligatorio, a las niñas que desobedecen a sus mamás. (Alberto Nájar).
En Ciudad Juárez una ejecución no es sólo una ejecución.
Según el sapo es la baleada.
Si el proyectil entra por la parte superior del cráneo con trayectoria de arriba hacia abajo, significa que la víctima sabía demasiado.
En cambio, si el disparo se realiza en una de las orejas, o bien, al difunto le cortan un dedo, quiere decir que se trataba de un soplón u oreja.
Cuando el tiro se efectúa en cualquiera de las sienes, con trayectoria horizontal, significa que el occiso era traidor.
Pero si a la víctima la rocían de balas desde un auto o lo cazan al salir de su domicilio, es una muestra de respeto. Los homicidas saben que se trata de un tipo peligroso y no quieren arriesgarse a enfrentarlo directamente. (Alberto Nájar).
Viernes por la noche en un bar de Ciudad Juárez.
La plática es animada porque se habla mal de los chilangos. Ya encarrerados, los tres juarenses de la mesa se siguen con las puyas entre ellos, que son gente franca, y los chihuahuitas (de la capital del estado), que son ``soberbios''.
Una pregunta se desliza: ``¿Y que se cuenta de Amado Carrillo?''.
Silencio en la mesa. Se cruzan miradas de alarma.
``Eso no se pregunta en Juárez'', responde en voz muy baja una rubia de ojos verdes. ``Esas cosas mejor no saberlas. Le andas arriesgando la vida.''
Diez minutos después, la reunión se disuelve. Ni los mejores chistes de chilangos lograron reanimarla.
El convoy de diez vehículos avanza lentamente por avenida 16 de Septiembre, rumbo al centro de Juárez. Lo encabeza una Suburban blanca con seis tipos adentro, y detrás otros tres autos grandes, sin placas.
En medio una camioneta Van nuevecita, blindada y con vidrios polarizados. Atrás el resto de la comitiva.
¿Narcos o federales? Sabe. Lo único cierto es que todos los autos que circulan por la avenida reducen la velocidad para permitir que pase el convoy, o de plano se van por otra calle.
Esas cosas, mejor no saberlas.
El año pasado, según estadísticas del Departamento de Medicina Legal de la Subprocuraduría de Justicia de Chihuahua, 918 personas murieron en forma violenta, entre ejecuciones, accidentes viales, homicidios por asaltos y sobredosis de droga (La Jornada, 5 de enero).
En el mismo lapso, en el Distrito Federal se cometieron mil 688 homicidios, casi el doble que en esta ciudad fronteriza. Pero la población de la ciudad de México (8 millones de personas) es seis veces mayor a la de Juárez (un millón 300 mil).
Oficialmente se reconoce la existencia de 650 picaderos, lugares donde se compra, vende y consume heroína. Pero los policías municipales y judiciales afirman que la cifra puede ser hasta de mil 500.
Hay 640 pandillas con 25 miembros cada una en promedio. Eso representa un ejército de 16 mil jóvenes armados, generalmente adictos a las drogas y que se disputan el territorio de la única forma posible: a balazos en las calles.
La Cámara de Comercio de Juárez tiene registrados 10 mil negocios. De acuerdo con su presidenta, Nora Yu, todos fueron asaltados o sufrieron robos al menos una vez en el ultimo año. Ante la multitud de ilícitos, la procuraduría estatal adoptó una decisión salomónica: instruyó a las agencias del Ministerio Público que no aceptaran denuncias de robos cuyo monto sea menor a 350 pesos.
``Hace mucho tiempo que no denunciamos los delitos'', dice Yu. ``¿Para qué? Es perder el tiempo. Y cuando vamos con el gobernador siempre nos dice que la delincuencia está bajando. Pos cómo no, si ya no se presentan denuncias.''
Y es que no obstante que la violencia siempre ha estado presente en la vida de Juárez, los habitantes de esta ciudad fronteriza están sorprendidos por la saña con que se cometen los crímenes de seis años a la fecha. Y más: ahora se cree que ya nadie está a salvo.
Las historias sobran.
A mediados de noviembre, Victoria Olivo Barrientos se dio cuenta que a un lado del cuarto de madera que construyó sobre la plancha de un estacionamiento, se instaló un picadero.
Alarmada, notificó de inmediato al dueño del terreno. ``Mejor no se meta'', fue la respuesta. ``A usted eso no le afecta.''
Doña Victoria no hizo caso y denunció anónimamente el picadero. No lo hubiera hecho. El 2 de diciembre le cayeron a su vivienda tres camionetas repletas de policías y agentes judiciales, que detuvieron a ella, su marido y sus dos hijos.
Los adultos quedaron encerrados ocho días en una cárcel preventiva, acusados de abusar sexualmente de los niños. Al final los dejaron libres, pero sus hijos permanecen en la Granja Hogar del DIF municipal.
La pareja regresó a su casa, clausurada con sellos de la policía. No se atrevieron a entrar. A partir de ese momento buscaron refugio en albergues de la Iglesia católica.
El 22 de diciembre, el esposo de doña Victoria, José Rodríguez, salió del albergue para buscar trabajo. Nunca regresó. La señora no tiene noticias de su marido, y para colmo tampoco puede ver a sus hijos.
Por allí anda en Juárez, durmiendo en albergues a veces en la calle.
Según las autoridades, muchas de las ejecuciones y desapariciones están directamente relacionadas con el tráfico de drogas o el crimen organizado. Pero doña Victoria y su marido no son narcos. Su único delito fue abrir la boca.
Es una vida nueva. Astrid González, presidenta del Comité Ciudadano de Lucha contra la Violencia, dice que hasta hace diez años lo único que separaba a las familias de la calle ``era la malla de alambre que ponías en la puerta para que no se metieran las moscas''.
Los niños y adolescentes viven ahora encerrados con sus padres. Las discos de moda se volvieron lugares prohibidos por peligrosos, refugio de narcos y toda la violencia que traen consigo. Uno de cada tres hogares, añade, tiene un arma de fuego.
En esas condiciones, el asesinato de 108 mujeres en los últimos años no les tomó por sorpresa. ``¿Cómo no van a aparecer si aquí reina la impunidad?'', dice Astrid.
El de hoy
Ya es un hábito.
Al salir del estacionamiento de Sanborn's algunos reporteros locales preguntan al encargado: ``¿Cuántos hubo hoy?''.
No es broma. El Choco -como le dicen al empleado- fue testigo de al menos tres ``levantones'' el año pasado en ese lugar, y los afectados aparecieron ejecutados horas o días después.
El glosario de términos de la mafia define levantón como un secuestro, y hasta hace poco eran facultad exclusiva de la Policía Judicial Federal. Pero ahora también lo practican los narcos. Tan solo en 1997 hubo 70, pero entre la madrugada del sábado 10 al domingo 11 de enero, en Ciudad Juárez ocurrieron ocho, de los cuales tres siguen sin aclararse. Los restantes fueron aprehensiones que efectuó la Procuraduría General de la República.
Los hechos causaron molestia a las autoridades locales. El procurador Arturo Chávez Chávez dijo con enfado que nunca se enteraron de las acciones, y anunció que solicitará informes ``al más alto nivel'' dela PGR.
Pero en general, las autoridades panistas no consideran que los haya rebasado el problema, y como muestra recurren a las estadísticas: el año pasado se cometieron menos homicidios dolosos que en 1996, aunque aumentaron las ejecuciones ``relacionadas directamente con la muerte de Amado Carrillo'', dice el procurador.
Los argumentos oficiales no parecen tener eco en la sociedad de Juárez. El obispo Renato Ausencio de León advierte una grave crisis de credibilidad de las autoridades. ``Hacen muchos esfuerzos pero les falta coordinación. Ya no sabemos a quién atenernos.''
Uno de los más esforzados para encontrar la salida al problema es el subprocurador de Justicia en la Zona Norte de Chihuahua, Jorge López Molinar.
Horas después que desaparecieron ocho personas en circunstancias hasta ese momento desconocidas, el funcionario propuso a través de la televisión una estrategia novedosa para combatir el crimen: que la comunidad ``se autoaplique un toque de queda, para que todos los buenos estén en su domicilio con sus familias, y los malos se queden en la calle''. (Alberto Nájar).
Encontrar empleo en Ciudad Juárez no es difícil. Y menos si se trata de jóvenes ``bien presentadas'' entre 18 y 25 años.
El único requisito: que estén dispuestas a entrarle a todo. Cumplida esta condición, basta abrir el aviso clasificado de cualquiera de los dos periódicos locales y seleccionar lo que más le agrade.
Ejemplos tomados de El Diario de Juárez el viernes 9 de enero:
Bar Santana's solicita damitas de 18 a 24 años. Magnífico sueldo. Vicente Guerrero y Honduras. Acudir después de las 4 pm.
Damita, si quieres ganar hasta 500 pesos diarios o más, te esperamos en José Borunda # 1822 local 2, entre Honduras y Colombia, de 11:00 am a 9:00 pm.
Bar El Pueblo solicita damitas guapas y delgadas, 18 a 25 años, con deseos de trabajar, sueldo 120 a 150 diarios. Interesadas presentarse en avenida Waterfill # 165.
Las plantas maquiladoras también hacen su luchita para atraer a las damitas de entre 18 y 25 años, con sueldo ``muy superior al mínimo'', bono de puntualidad y seguro social.
Nada más.
Para competir con los bares y cantinas, la maquila ofrece como incentivo la tranquilidad de un empleo seguro, sin riesgos.
O al menos así era hasta que se conocieron los homicidios en serie de mujeres, precisamente de las más buscadas: jóvenes delgadas de entre 18 y 25 años, con o sin experiencia... (Alberto Nájar).
Primero cayó el egipcio Abdel Latif Sharif, avecindado en Juárez y muy afecto a visitar los múltiples antros de vicio que hay en la ciudad.
La policía lo acusó de ser el asesino en serie de las mujeres que aparecieron violadas y estranguladas en Lote Bravo. Al momento de su captura, el 4 de octubre de 1995, la lista de muertes sumaba 42 víctimas.
El egipcio se fue a la cárcel pero los homicidios continuaron. Los cuerpos aparecieron, esta vez, en los desérticos terrenos cercanos a Lomas de Poleo, en el lado contrario donde se ubica el cementerio original.
Las pesquisas de agentes encubiertos en bares y cantinas dieron como resultado la captura de ocho cholos, integrantes de la banda Los Rebeldes y a quienes el gobierno panista acusó de violar, estrangular y mutilar por lo menos a seis mujeres.
Dos de los detenidos salieron libres el año pasado pero sus compañeros continúan en prisión, sujetos a proceso sin recibir aún sentencia alguna. El egipcio incluso fue exonerado de dos homicidios pero sigue sujeto a proceso por la muerte de Elizabeth Castro García, trabajadora de una maquila.
De acuerdo con la policía los asesinos en serie están presos. Pero en los alrededores de Juárez siguen apareciendo mujeres violadas, mutiladas y estranguladas, en promedio 27 por año. Ya van 108 y, según las autoridades, se trata de casos aislados, parte de la cuota de crímenes que se paga en todas las ciudades del mundo.
Lo cierto es que desde el 14 de abril de 1996, cuando fueron detenidos Los Rebeldes, 49 cuerpos más han aparecido tirados en distintas partes de la ciudad. En 12 casos se identificó a los presuntos responsables, pero sólo en tres hay detenidos.
De los otros, ni rastro. Apodos como El Chango, El Pedro, El Luis o La Camelia aparecen en la lista de sospechosos. Ninguno está ya en Ciudad Juárez. (Alberto Nájar).