Masiosare, domingo 25 de enero de 1998
Al iniciar esta década el
Departamento del Distrito Federal decía haber resuelto el grave
problema de la disposición final de los residuos sólidos originados en
la capital del país. La Dirección General de Ordenación Urbana
aseguraba haber habilitado tres rellenos sanitarios en el área de
Santa Fe -denominada Prados de la Montaña- en Santa Catarina y en el
Bordo Poniente, en el ex lago de Texcoco, estado de México. En esa
infraestructura se confinaban poco más de las 10 mil toneladas diarias
de basura. La cifra era elocuente respecto del gran logro.
Un año después, en el informe de la situación general del equilibrio ecológico y la protección al ambiente 1991-92, la entonces Secretaría de Desarrollo Social excluía de la lista oficial de entidades federativas que contaban con rellenos sanitarios al Distrito Federal y al estado de México.
La administración del Distrito Federal pasó de protagonista de un cambio de actitud respecto a la protección al ambiente, a ser la que mayores perjuicios ecológicos origina, con la del estado de México, en la zona centro del país. Esto tiene que ver, por supuesto, con el volumen de residuos que día con día generamos los pobladores de la metrópoli: más de 20 mil toneladas diarias de basura.
Lugares fáciles y sin control
El estado de México, a la vez que creaba la Secretaría de Ecología en 1991, manifestaba algunas intenciones en cuanto al saneamiento de viejos tiraderos en Naucalpan, Ecatepec, Tultitlán, Nezahualcóyotl y en la zona metropolitana de Toluca. La atención, cabe decirlo, se orientaba hacia los sitios que mayores conflictos sociales originaban a la administración en turno. En Naucalpan se llegó al extremo de clausurar el tiradero a un costo equivalente a la apertura de un nuevo sitio, sin embargo, como no se consiguió un sitio alternativo se tuvo que abrir al tiro de basura unos meses después. Así, el dinero de los impuestos y los errores quedaron enterrados.
En 1995 la misma secretaría anunciaba la apertura de un nuevo relleno sanitario en Atizapán de Zaragoza que, se decía, contaba con estudios y tecnología de punta. Quienes no conocían el tema asumían la noticia como un logro institucional. Un par de años después el panorama había cambiado radicalmente. El sitio no había sido elegido con base en investigaciones geológicas o estudios de impacto ambiental, es más, por indagaciones en el área rural del vecino municipio de Naucalpan, se presumía la existencia de fallamiento y fracturamiento geológico en la zona elegida para abrir ese supuesto relleno sanitario. En realidad, el predio fue seleccionado simple y llanamente porque era propiedad del Estado. Cabe añadir que las fallas y fracturas geológicas son debilidades estructurales que facilitan la percolación de sustancias contaminantes hacia los acuíferos subterráneos, utilizados para abastecer de agua potable a la población.
En suma, la base del relleno no fue impermeabilizada, lo que bien puede ofrecer en estos momentos un riesgo de contaminación del agua subterránea, máxime que a menos de 200 metros se encuentran dos pozos de donde se extrae agua para el consumo humano de múltiples colonias localizadas en torno a ese sitio, como La Colmena; además, en el lugar se localizan dos tanques de almacenamiento de agua potable.
A últimas fechas se agregó un factor que raya en el absurdo: a un costado del tiradero se construyeron las primeras edificaciones de un plantel regional de la Universidad Autónoma del Estado de México. ¿Podemos imaginarnos a los alumnos estudiando con un olor pestilente que penetra hasta la médula?
Los daños
A los jugos resultantes de la putrefacción en un tiradero, comúnmente llamados lixiviados, se les considera sustancias de alta peligrosidad. En éstas se encuentran elementos pesados, plaguicidas y compuestos orgánicos como el benceno, responsables de graves males como el cáncer, oncogénesis, mutagénesis o teratogénesis. Los lixiviados no sólo contaminan el agua y el suelo, durante la temporada de fuertes calores ocurre un fenómeno inverso. Los líquidos en el interior del confinamiento se calientan llegando a evaporarse, y a su paso arrastran partículas de menos de diez micras de distintos compuestos químicos. El viento, por último, las arrastra a los sitios contiguos o a distancias considerables, y de esa forma alcanzan el sistema respiratorio de la población que se encuentra en los alrededores, originando graves padecimientos o enfermedades crónicas, amén de los microorganismos patógenos que también se transportan adheridos a las partículas orgánicas.
¿Qué aconteció en estos últimos años como para que se descalificara a los sitios y a la infraestructura del DF y del estado de México como confinamientos apropiados para disponer residuos? ¿De no ser confinamientos aprobados, qué repercusiones entraña su funcionamiento?. Y en todo caso: ¿qué es posible hacer ante una situación que rebasa todas las expectativas económicas y tecnológicas?
En realidad, la elección de un sitio de disposición final de residuos sólidos está determinada por la investigación regional y local en materia de geología, geofísica e impacto ambiental, cuando no, por la investigación social. Luego de tener resultados satisfactorios en esos estudios sobre el sitio elegido, es obligado el equipamiento ambiental para contener y tratar los procesos contaminantes.
Los estudios de carácter regional, como un primer paso, nos llevan a un análisis detallado de la infraestructura urbana e industrial y a la identificación de los sitios con las propiedades geológicas más aceptables. Este nivel de investigación permite ubicar en planos regionales las instalaciones o inmuebles que obstaculizan la realización de un relleno sanitario. Como ejemplos importantes tenemos los gasoductos, las tuberías de agua a alta presión, las cuencas hidrográficas (especialmente las que sirven para la captación de agua potable), los asentamientos humanos, la ubicación de industrias (particularmente las riesgosas), los epicentros, fallas y fracturas geológicas, entre otros.
En la zona metropolitana de la ciudad de México se procedió, sin embargo, en un sentido inverso: los sitios elegidos para confinar basura no resultaron de un análisis regional, por el contrario, los predios fueron escogidos porque eran propiedad del Estado, por ofrecer ciertas facilidades de compra, o bien porque se trataba de una zona donde ya existía un antiguo tiradero, y otras razones que distan mucho de ser un argumento técnico.
Por no reunir las especificaciones técnicas previstas para un relleno sanitario, los tiraderos pasaron a ser ``sitios controlados'', porque ahí se realizan un mínimo de obras o actividades para el control de la contaminación ambiental, como el cubrimiento diario de residuos y el desalojo de gas mediante tubos de venteo, esto es, que se recupera el gas del interior del tiradero para liberarlo directamente a la atmósfera. De cualquier forma, los principales problemas ambientales no son corregidos con ese equipamiento mínimo, pues subsiste el riesgo de contaminación del suelo y agua subterránea y la liberación de gases contaminantes a la atmósfera sigue como un problema ambiental.
¿Qué hacer?
Lo que es posible hacer ante un fenómeno de tal magnitud tiene relación con la clausura y, en su caso, con el saneamiento de los sitios en los términos descritos. Antes, es obligado un programa emergente de investigación para elegir nuevos sitios, los que sin duda deben contar con tecnología ambiental. También será indispensable proceder a la formulación de un programa oficial de monitoreo ambiental para averiguar los recursos naturales y, principalmente, los acuíferos que son o pueden ser afectados. De esa forma conoceremos la población que se encuentra en riesgo para tomar las previsiones adecuadas, como cancelación de pozos, pruebas de calidad del agua con mayor frecuencia y medición de los parámetros que se consideran riesgosos para la salud. Sólo así será posible establecer el tipo apropiado de medidas correctivas o tomar determinaciones antes de que la población resulte afectada. Y lo más importante, debiera institucionalizarse un programa paralelo de eliminación de residuos potenciales o reciclado de éstos.
Hay que insistir en que cada día se generan como 20 mil toneladas de basura que, como ya se dijo, está yendo a sitios de ``dudoso control ambiental''.
En este momento se desconoce si los sitios que operan en la metrópoli se encuentran sobre fallas geológicas activas, cercanos a epicentros, gasoductos, o a cualquier otro obstáculo o infraestructura urbana e industrial riesgosa. La ausencia de un diagnóstico ambiental oficial impide reconocer la gravedad del problema, y quizá esa sea la intención.
Por no estar equipados con la tecnología ambiental necesaria o por estar en predios inapropiados, los tiraderos o sitios controlados del Distrito Federal y del estado de México son el origen de un problema ambiental de magnitudes insospechadas.
Al grave problema de contaminación del aire se suma otro no menos importante: la contaminación que corre bajo nuestros pies. Tal vez también la respiramos y probablemente nos la estamos tomando.