La ausencia física de Fernando Salmerón es, desde luego, un punto de partida para la reflexión, un encuentro con nuestra cultura y una mirada a la historia de nuestro pensamiento; debe ser, también, una invocación de su presencia.
¿Quién fue Fernando Salmerón? De suyo, es difícil definir a un hombre con una palabra, pero cuando se trata de reducir al concepto a una persona compleja, como él, la cuestión resulta prácticamente imposible. Tal vez, ante todo, Salmerón fue un pensador y un educador, es decir, un maestro.
Maestro que se abocó a la formación de estudiantes desde secundaria y bachillerato hasta su brillante carrera como profesor universitario, Salmerón se comprometió con la enseñanza porque le permitía transmitir no sólo conocimientos, en cuanto se refiere a información; también estructuras de pensamiento, formas de entender el mundo y escalas de valores. No resulta, entonces, casual que dirigiera el seminario de ética de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Una mejor manera de acercarse a la presencia de Fernando Salmerón es, sin duda, aproximarse a su pensamiento. ¿Cuáles fueron sus principales preocupaciones? Es un heredero intelectual de hombres como Heidegger, Ortega y Gasset, José Gaos y Samuel Ramos; porque, al igual que ellos, se ocupa del hombre en el mundo, del ser en el entorno, es decir, del hombre que vive en una sociedad determinada, en un tiempo y en un espacio específicos, no una simple abstracción, sino un enjambre cultural. Ese tiempo es el nuestro, esa sociedad y esa cultura son México y, naturalmente, esos hombres somos nosotros.
Resulta ya un lugar común decir que el hombre sigue presente por su obra, pero es cierto; como lo es el hecho de que Salmerón sigue vigente porque supo encontrar su carácter y su papel dentro de varias tradiciones intelectuales y culturales en el país. Experimentó en varias rutas del pensamiento; junto con García Máynez, se enfocó al estudio de Hartmann y, desde otro punto de vista, siguió el camino que los pensadores del Ateneo de la Juventud habían planteado, suponiendo la preeminencia del pensamiento humanístico sobre la experimentación y peso de los datos, esto es, sobre el positivismo porfirista.
Sorprende en Salmerón, entre otras cosas, la coherencia de su carrera. Siempre abocado a la educación, la cultura y el pensamiento; no sólo ejerció funciones directivas de nuestras instituciones académicas, sino persistió como educador y maestro; al parecer, existe una íntima relación entre su estar en el mundo y la forma en que se relacionó con la filosofía.
Alfonso Reyes escribió que ``entre poseerse íntegro y darse íntegro, vale más este último extremo''; podemos fiarnos de que así entendió Salmerón la actividad de filosofar; primero, como un oficio que posee reglas, métodos y sistemas, donde ninguna pieza es caprichosa y donde cada principio, lógico o ético, conduce a una visión ordenada del mundo, pero sobre todo, lo segundo; un oficio de darse íntegro, de participar en el movimiento de una sociedad que se está construyendo permanentemente y que, como todo organismo en evolución y crecimiento requiere de nutrientes y de sentido, esto es, de ideas y valores que retraten su ser íntimo en un productivo diálogo con lo universal. Es este darse íntegro lo que constituye, en las tesis de Salmerón, no una declaración de principios, sino más bien un impulso inicial y una fuerza motriz.
La filosofía de Salmerón es, así, un darse íntegro, porque sale al encuentro de su sociedad y de su tiempo, en términos de su maestro, Ortega y Gasset, del hombre y su circunstancia. Cualquiera puede entender la ontología, la epistemología, caminos recorridos por Salmerón, como los define la fórmula clásica: el estudio del ser en sí mismo; pero pocos como él saltan los muros del claustro y ubican este pensar abstracto y, a veces, subjetivo en la dinámica del diálogo del tiempo histórico y el espacio geográfico; diálogo que conduce a una construcción de valores y, sobre todo, de identidad.
Tal vez en este punto es donde puede apreciarse, con más claridad, la honda huella de su primera formación, la del abogado. No resulta extraño este paso vocacional y profesional pues, al contrario de lo que a muchos juristas escapa, Salmerón encuentra la norma, el deber ser plasmado en la norma, dentro de una herencia cultural que refleja los anhelos, ideales y arduas realidades históricas; una suma de lo que somos pero, también, de lo que podemos y deseamos ser; no el dique a la libertad del individuo, útil para la vida en común, sino el concierto de las voluntades que juntas son el ser y el deber ser de la nación y de nuestra cultura peculiar.
Yeats afirmó que ``si de los debates con los demás hacemos política, de los debates con nosotros mismos hacemos poesía''; el pensamiento filosófico se encuentra a medio camino de ambas especies de debate; lo notamos claramente en el pensamiento y en el método filosófico de Salmerón. Estos se gestan en lo profundo del hombre de su tierra y de su tiempo, pero que ha tomado lo que le corresponde de las más clásicas fuentes universales; madura en su constante debatir con sus raíces culturales, con el vasto mundo que lo rodea y también posee, con su necesidad histórica y se manifiesta en un futuro digerible para nuestra cultura y nuestra sociedad, sin dejar de ser, ni por un solo momento, pensamiento plenamente occidental.
Harán falta, todavía, muchas líneas y muchas páginas para atraernos la presencia de Salmerón, tarea que no es sólo deseable sino necesaria; por lo pronto, lo dibujamos con unos cuantos trazos, encaminándonos por la periferia de sus preocupaciones filosóficas más apremiantes. Acaso sea preferible que lo más valioso en un pensador, en un auténtico pensador, sean las preguntas que deja flotando entre líneas, más que las mismas conclusiones a que se dirige. Esto es especialmente válido en Salmerón, quien actuó como reordenador de pensamientos que tenían ya dos generaciones en el campo de la discusión, como un constructor de nuevas soluciones y un postulador de visiones integrales de la realidad.
Quedan por resolver cuestiones fundamentales planteadas en el pensamiento de Fernando Salmerón, como el perfeccionamiento de la conciencia de la identidad nacional, otras más como el papel de la filosofía en una sociedad deseosa y necesitada de vías de desarrollo acordes con su historia y su carácter, y algunas, como las rutas por las que se transita entre las normas del deber ser de la ética y el derecho; en suma, las que surgen de todo esto que somos y de todo aquello que queremos ser.
Presencia de Fernando Salmerón es, como seguramente él hubiera apreciado, reflexionar sobre una frase anónima: ``igualar con la vida el pensamiento''.