La Jornada Semanal, 25 de enero de 1998
Buena parte de las peculiares invenciones narrativas de Javier Marías han surgido de sus lecturas de Shakespeare. En esta entrega, el excepcional traductor de Sterne y Faulkner nos lleva a las perplejidades que le suscita la lengua inglesa.
El otro día cayeron por azar mis ojos en una frase de Shakespeare fuera de contexto, perteneciente a una obra -Coriolano- que no suelo releer. Tan mal la recuerdo que ni siquiera fui capaz de reconstruir en la memoria la trama principal, menos aún la escena en que dicha frase es pronunciada, seguramente por el propio Coriolano. A veces es así preferible: de haber tenido presentes su motivo y sus circunstancias, quizá no me habría llamado tanto la atención. Suelta, parece un epitafio.
La frase es la del título, o I shall be lov'd when I am lack'd, está en la Escena Primera del Acto IV, y podría traducirse también de otras maneras, como toda palabra por sencilla que sea: ``Se me amará cuando falte'', ``Seré amado cuando se me eche en falta'', o la más literal y más atrevida, ``Seré amado cuando de mí se carezca''.
¿Quién no ha pensado eso alguna vez, sobre todo en la juventud? Lo más curioso es que se trata de un pensamiento que suele obrar como consuelo en las horas difíciles o agraviadas. Cuando uno se siente objeto de una injusticia, o de malos tratos, o se ve desdeñado o rechazado o herido, sobre todo si no es algo pasajero sino reiterado y aun permanente; o en momentos de desesperación verdadera, tiende a consolarse pensando en su muerte y en cómo será deplorada y sentida por nuestros allegados, que continuarán viviendo y padecerán la pérdida. ``Ya me echaréis de menos'', sería el resumen de tales anticipaciones. ``Entonces os daréis cuenta.'' El que halla cobijo en esas cavilaciones no acostumbra a pensar en sí mismo después de muerto. Sea o no creyente, esto es, crea o no en otra vida tras la única muerte que aquí conocemos, sus figuraciones no lo tienen a él como destinatario; no se ve a sí mismo en el más allá ni tampoco en la cesación absoluta, sino que contempla el escenario de sus actuales desdichas o ultrajes, en una especie de anhelo cinematográfico, o anhelo de ser fantasma: imagina lo que ocurrirá si él o ella ya no estuvieran, la noticia llegando a cuantas personas conoce, sobre todo a las más cercanas y a las que más daño le hacen; imagina su reacción, su dolor, su arrepentimiento, su desesperación incluso, más adelante su añoranza. Las imagina en su entierro, y si es alguien público, también imagina lo que escribirán los periódicos. Sí, es una fantasía tan reconfortante que a veces satisface el deseo de venganza: ``Se han portado mal conmigo; les infligiré el castigo de mi muerte.'' Y así hay numerosos suicidios -no digamos tentativas- que se ejecutan tan sólo para vengarse del otro o de otros, para arrojar sobre ellos una culpa infinita que los acompañará el resto de sus existencias. ``Quieres librarte de mí, no me soportas'', puede pensar el amante despechado. ``Me mataré para que así no te libres nunca y para siempre hayas de soportarme.''
Es común todo esto, y sin embargo resulta extraño. En ocasiones no sé si son los tiempos los que tanto cambian o si es uno mismo el que cambia tanto con sus años, y se engaña menos. Lo cierto es que esta clase de ensoñación por lo general se queda corta, corta en el tiempo. Quien imagina su muerte detiene sus figuraciones casi allí donde se detendría él mismo: en la impresión, el lamento, las dudas, la sepultura. Pero olvida -y quizás es normal que lo haga- que la vida de los otros sigue, acaso durante decenios. Olvida que los días pasan y todo se difumina; que quien no puede conciliar el sueño acaba siempre durmiendo; quien se obsesiona con los recuerdos acaba sustituyéndolos por algún presente que por fin lo distrae o interesa; quien tiene remordimientos acaba por justificarse y tranquilizar su conciencia. Y lo que es aún peor: queda el muerto a merced de los vivos, que contarán sobre él o ella sin que haya mentís posible: le atribuirán bajezas y no habrá respuesta; o se colgarán medallas relatando cuánto hicieron por uno aquellos que más lo infamaron; dirán que fueron amigos tuyos quienes te odiaron, y usurparán y mancharán tu nombre; tergiversarán tus hechos y robarán tus dichos y tus recuerdos; y acaso quienes más te impulsaron a abandonar el campo cantarán tus alabanzas sin que puedas afeárselo ni tacharlos de falsos. ``Seré amado cuando falte.'' Tal vez, pero aún así es mejor no faltar, o más bien ser el último en despedirse y por lo tanto el último en contar el cuento. Al menos, háganme caso, en el terreno de las figuraciones.