Joseph Beuys
En los años cincuenta, un grupo de científicos descubrió un fármaco capaz de aliviar la depresión y las náusea de las mujeres embarazadas. A principios de los años sesenta se demostró que causaba serias malformaciones en los fetos si era suministrado durante los primeros tres meses de gestación. Aquel medicamento provocó que por lo menos diez mil niños presentaran deformaciones en los brazos y en las piernas.
Precisamente por esos días apareció en los periódicos la información de que habían hallado a unos niños abandonados en una cueva de los acantilados que separan la ciudad del mar. Se encontraban arropados en una canasta cubierta con una manta celeste. Un pescador los escuchó llorar y al destaparlos encontró que no tenían ni brazos ni piernas. Los niños pasaron unos días en la Estación Policial. Luego, fueron remitidos al Orfelinato del Estado. Desde el primer momento la prensa bautizó a aquellos hermanos como los Gemelos Kuhn.
El Orfelinato del Estado quedaba cerca del mar. Quizá por eso sus rejas mostraban señales de herrumbre. Estaba protegido por muros altos y en algunas esquinas se habían construido imágenes de santos en piedra. Aparte del personal médico y de las niñeras que allí trabajaban, el Orfelinato contaba con un grupo de mujeres voluntarias que colaboraban adoptando simbólicamente a alguno de los niños recluidos. Tenían prohibido sacarlos a la calle, pero dentro podían cumplir el papel de madres como mejor les pareciera. La mayor parte eran mujeres solteras o casadas que no habían podido concebir. Algunas ejercían su rol de madres adoptivas con corrección, mas había otras a las que ningún niño colmaba sus expectativas. Esas madres cambiaban de hijos en forma constante. Al principio, eran vigiladas de cerca por el personal del Orfelinato. Sólo al cumplirse el año de la adopción simbólica eran libres de tratar a los niños como mejor les pareciera. Podían educarlos por medio de golpes o reprimendas. Tenían derecho a hacerles comer a la fuerza las comidas, que les llevaban en termos y vasijas de plástico. Casi ninguna hablaba en sus casas sobre su labor en el Orfelinato del Estado. En las casadas podía ser visto como un reproche a su vida conyugal, y en las solteras la aceptación de la soledad como un castigo.
La mujer que adoptó a los Gemelos Kuhn no estaba en el grupo ni de las solteras ni de las casadas. Desde hacía algún tiempo, compartía su casa con un músico que conoció en un bar. Tenía cincuenta años de edad -ahora está muerta- y era conocida como Alba la Poeta. Era aficionada a la bebida, pero socialmente no se le consideraba una alcohólica. Se embriagaba una o dos veces al mes y muchas veces llegaba al punto de perder el sentido. La muerte le sobrevino precisamente en una de esas ocasiones, pues parece que en esos momentos olvidaba tomar las pastillas que tenía prescritas para el corazón.
Meses atrás, Alba la Poeta había adoptado a una niña cuyo comportamiento la decepcionó. Se trataba de una criatura silenciosa cuyo único placer consistía en ver la televisión muchas horas seguidas. Aparte de alimentarla y vestirla de acuerdo a sus posibilidades, Alba le llevaba libros de cuentos. Pese a que cuidaba de que fuesen historias impactantes, nunca logró que la escuchara con atención. Los libros se fueron acumulando entre las pertenencias de la niña. Cuando decidió abandonarla, Alba la Poeta cargó con los libros sin dejar uno solo. En los días siguientes siguió acudiendo puntualmenteÊal Orfelinato del Estado. Buscaba otra criatura a la cual adoptar. A pesar de que en muchas ocasiones la niña repudiada se le acercaba al verla llegar, Alba la separaba con firmeza, prefiriendo dedicarse a encontrar a un infante que pudiese satisfacerla realmente. Cuando aparecieron los Gemelos Kuhn tuvo que luchar contra las demás madres para conseguir la tutela. La totalidad de mujeres se interesó desmedidamente en esos niños. Parecía que para esas madres hacerse cargo de los Gemelos era la demostración definitiva de la calidad del amor maternal que buscaban colmar en el Orfelinato. Durante dos días dejaron sin atención a sus hijos temporales y una a otra se pasaron a los Gemelos para darles los cuidados que consideraban necesarios. Alba la Poeta tuvo que demostrar ciertos méritos para conseguir el visto bueno de las autoridades del Orfelinato de Estado. Desde muy joven, Alba había escrito poemas cuando su inspiración se lo pedía. No desarrollaba este ejercicio en forma metódica. Había periodos en los que no escribía durante meses enteros. Cuando cumplió cuarenta y cinco años de edad y usando parte del dinero que su hermano el traductor le enviaba desde el otro extremo del mundo, decidió reunirlos en tres libros, que circularon principalmente entre un grupo de amantes de la cultura que se reunía en una pequeña casa situada en el centro de la ciudad. Uno de los propósitos del grupo consistía en detectar cualquier nueva publicación de poesía y conseguir algunos ejemplares para estudiarlos en sus reuniones. De esta forma pretendían construir una historia de la comunidad a través de las imágenes poéticas que iban analizando. Alba la Poeta consiguió que ese grupo le firmara una constancia donde se mencionaba que habían dedicado cuatro jueves consecutivos a la lectura y comentario de sus libros. Aquel documento bastó para que las autoridades del Orfelinato dieran su consentimiento. De esa forma, Alba pasó a convertirse en madre temporal de los Gemelos Kuhn. Frente a su cuna, hecha con altos barrotes de metal, Alba la Poeta repitió incesantemente el nombre de Alba, no consiguiendo con esto sino que los Gemelos la miraran con ojos ausentes.
Para ingresar al Orfelinato del Estado, Alba la Poeta contaba con una credencial ajada cuyos datos eran de difícil lectura. Nunca se la pedían, Alba era bastante conocida por los porteros de la institución. Incluso podía llevar invitados, como la vez que entró acompañada del músico con quien convivía. Alba la Poeta había roto el pacto tácito establecido entre las madres y le contaba al músico sus experiencias en el Orfelinato. Le mencionó las razones por las que la primera niña la decepcionó. Entre otras cosas, nunca pudo despertar en la criatura sentimiento alguno, ni de amor ni de odio. Alba la Poeta dijo que estaba incapacitada para cumplir su rol de madre en la incertidumbre. Luego, le dio detalles de la llegada de los Gemelos Kuhn y de cómo esa presencia trastornó a las mujeres. Cuando le concedieron la tutela, muchas de las madres falsas reclamaron con actitudes histéricas. Hubo las que abandonaron a sus hijos y no se les volvió a ver más por el Orfelinato del Estado. Alba le relató al músico cómo, a pesar de sus limitaciones, los Gemelos poco a poco se las iban ingeniando para valerse por sí mismos. Muchas veces el músico le preguntó las razones que la movían a hacerse cargo de los Gemelos Kuhn. Se lo preguntó en distintas ocasiones. Unas veces cuando estaba sobria y otras cuando su ebriedad le impedía incluso mantenerse de pie. Alba a veces dijo que le daban compasión, otras admitía que cierto sentimiento morboso motivaba su conducta. Sólo cuando se encontrabaÊen un estado de embriaguez incipiente, afirmaba que no lo sabía con certeza. Notaba una fuerza extraña que le impedía estar junto a esos Gemelos todo el tiempo posible. Pero esa energía terminaba por agobiarla. Cuando ese sentimiento llegaba a sus límites, salía aturdida del Orfelinato y no regresaba en varios días. Al volver, notaba en los Gemelos los estragos del abandono. Era en esos momentos, en que trataba ansiosamente de subsanar su conducta, cuando cobraba real importancia lo mucho que los necesitaba.
El músico la escuchaba en silencio. Aquel era el modo también como observaba a Alba la Poeta cuando decidía embriagarse. A Alba le hacía falta tan sólo una dosis mínima de alcohol para que su conducta se modificara evidentemente. A pesar de la afección cardiaca, comenzaba a beber desde las primeras horas de la noche y no se detenía sino hasta el amanecer. Durante ese tiempo deliraba acerca de su pasado. Hablaba de su hermano el traductor y de los hombres que no había podido retener a su lado. Eso ocurría cuando se embriagaba en su casa. En las esporádicas visitas a la cantina las cosas eran diferentes. Llegaba a los bares a la medianoche llevando en su bolso los poemas que hubiese escrito durante esos días. Tomando asiento y luego de beber dos vasos de aguardiente, comenzaba en voz alta la lectura de los manuscritos. Acostumbraba leer cerca de una hora. Al terminar y darse cuenta de que nadie la había escuchado, repartía entre los asistentes los papeles escritos. Iba de una mesa a otra y pedía opiniones o repetía versos de memoria. Cuando notaba que seguían sin hacerle paso recogía los poemas, se iba a su mesa y mirando hacia un punto muerto se ponía a balbucear palabras relacionadas con el trabajo poético. En los últimos tiempos varió aquel final. En lugar de sentarse a balbucear, se paraba en una silla desde donde se ponía a relatar la historia de los Gemelos Kuhn.
Según Alba la Poeta, los Gemelos Kuhn habían nacido a raíz de un incesto cometido entre dos hermanos. Alba afirmaba que aquello lo supo por ciertos informantes que llegaron hasta la puerta del Orfelinato del Estado. El verdadero comienzo de la historia se iniciaba varios años atrás, cuando los padres de los Gemelos eran infantes. Eran un niño robusto y una niña de trenzas con los cuerpos cubiertos de lunares. Algunos eran protuberantes, otros minúsculos como pecas. A medida que crecían, les iban apareciendo otros en lugares inusitados. En aquella época la ciudad tenía un alto número de habitantes con deformidades físicas. En medio del discurso, Alba la Poeta solía interrumpir su relato para informar que un médico le había contado que esas características eran normales en determinadas épocas de la evolución de las sociedades. Las mutaciones genéticas propias de cada raza se manifestaban en algunos momentos con más fuerza que en otros. Aquel médico le dijo además que este descubrimiento se realizó con la percepción simple de las anomalías, con el reconocimiento de que en cierto modo la naturaleza violaba las expectativas que regían al desarrollo normal. Al final se concluyó que lo anormal estaba llamado a convertirse en lo esperado. En ese tiempo, esas características genéticas fueron tan evidentes que incluso se conformó un grupo humano que en las afueras de la ciudad se congregaba a partir de las peculiaridades de sus cuerpos. Le daban el mando a un anciano ciego, quien tenía el poder de evitar las deformaciones en la descendencia. Todos los días acudían hasta la sede decenas de parejas que buscaban tener hijos sin anomalías. Con los donativos que se obtenían, el ciego había construido un conjunto de casas de adobe donde daba asilo a una serie de cojos, jorobados y tuertos que lo ayudaban con la administración de las curaciones. Molestos por las miradas indiscretas de los vecinos, los padres de las criaturas plagadas de lunares, que muchos años después serían los progenitores de los Gemelos Kuhn, llevaron a sus hijos hasta los terrenos de la comunidad. Querían restituir la normalidad de la estirpe. El anciano ciego revisó a los hermanos. Luego de pasar una y otra vez las manos sobre los cuerpos de las criaturas, mandó al niño y a la niña afuera y se retiró a un pequeño cuarto donde le dictó a una mujer, que tenía una de las piernas como la de un elefante, una serie de prescripciones. Luego de una hora, la mujer salió del cuarto. Llevando un papel en la mano y caminando de la manera peculiar como la obligaba su deformidad, se acercó donde los padres. Les dijo que el hombre ciego no podía saber aún de qué clase de mutación podía tratarse. Había que esperar para que a través de los cuerpos el tiempo dijera su verdad. Sin embargo, lo que había que hacer desde entonces era ir preparando a los hermanos, a ese niño robusto y esa niña de trenzas, para que se casasen entre ellos. Lo similar cura lo similar, había apuntado el anciano ciego con letras grandes en el papel que la mujer tenía en la mano. Sólo con la unión carnal de esos hermanos podía evitarse que en las futuras generaciones los males genéticos llegaran a un grado aún peor de desarrollo.
Fragmento de la novela Poeta ciego, de próxima aparición en editorial Tusquets.