AUTOPISTA


Clones


En 1997, el nacimiento por clonación de la oveja Dolly hizo que numerosos humanos conjugaran un nuevo verbo con terror y fascinación: ``te quiero clonar'', ``clóname otra vez'', ``¡os clonáis como gamberros!'', hasta llegar a variantes que quizá sean biológicamente confusas, como ``me quiero clonar contigo''.

Si una oveja puede amanecer con impecable pelambre gracias a la ingeniería genética, ¿será posible duplicar ojos y lunares de embrujo? Ante la posibilidad de tener a un clon de la guarda, los cafés y las cantinas del planeta se llenaron de parroquianos dispuestos a discutir y cotejar listas de candidatos. Los resultados fueron de una curiosa unanimidad. La res cogitans es una criatura impulsiva y arrepentida; su primera elección depende del deseo, pero luego se corrige con un embrollo de razones culturales y psicológicas.

Atraída por un VTP a las aguas de la alberca genética, la amiga que nos obligó a aburrirnos con Siete semanas en el Tibet, no vaciló en escoger a Brad Pitt como su clon instantáneo. De igual modo, quienes sólo hemos visto 200 veces Belleza robada (título que ya sugiere el delicioso secuestro del ADN) optamos por Liv Tyler. Tarde o temprano, estos sinceros arrebatos desembocan en la estadística: ¿debemos conformarnos con un clon? ¿Es justo que la tecnología, que tantas fotocopias nos ha dado, nos limite a una réplica humana? En pocas palabras, la sola promesa de la reproducción nos convierte en coleccionistas. ¡Qué maravilla disponer de un museo de los placeres! Si la pintura padece la obsesión del original y un cuadro pierde valor cuando se descubre que es un Rembrandt espléndidamente falsificado, la clonación ofrece la dicha inversa de disfrutar de una obra justo porque se trata de una copia.

Pero no todo es felicidad. Al margen de argumentos morales y posibles celos al interior del harén, la multiplicación de los clones trae un problema de espacio. En cosa de semanas habría suficientes Harrison Fords para llenar el Estadio Azteca y hordas de Sharon Stones congestionando la estación Pino Suárez del metro. Aunque los clones se vean mejor que nosotros, la neta es que ya no caben en la ciudad.

La solución demográfica para el fan de las pasiones múltiples consiste en migrar al cuerpo de un acumultativo Don Juan o de una Mata Hari de consideración. Este proceso aún está en pañales, la fase más nefasta de la lencería, pues no depende sólo de reproducir un cuerpo sino de incorporarse mentalmente a él. Estamos ante la transmigración de las almas anhelada por Woody Allen: ``Me gustaría reencarnar en los dedos de Warren Beaty.'' Tal vez en el futuro la bioindustria se beneficiará de la realidad virtual para dotarnos de un organismo alterno y de recuerdos ajenos.

Suspendamos por un sgundo la especulación y seamos peligrosamente sinceros: la opción de inventar un cuerpo es menos atractiva que la de tener otro cuerpo. Un grito de diván automotriz resume el problema: ``¡Si yo fuera un Volkswagen no me compraría!'' ¿Quién desea un modelo con tantos desperfectos? El horizonte feliz de la bioética es el de cambiarnos por otros.

Obviamente, todo esto suena a ciencia ficción en la limitada naturaleza donde aún no se sabe para qué sirve el apéndice o por qué existe el chayote. El estado actual del planeta permite que, cuando mucho, cada quien aspire a un clon mascota.

El hombre, ya lo dijimos, es un ser que se excita y se arrepiente. Al repasar la lista de presuntos clones, la inmensa mayoría de los congéneres ha llegado a la conclusión de que el compañero ideal no puede ser un pasajero objeto del deseo. Después de un arduo careo con su conciencia, el hommo sapiens descubre que en las filas de la humanidad no hay nada más preciado que él mismo. Si sólo puedes contar con un Hommo Xerox, te conviene que se parezca a ti.

Hay que aclarar que esta opción en modo alguno deriva del narcisismo. La elección de espejo pasa por otras obsesiones. ¿Para qué tener alguien idéntico a uno? La respuesta es obvia: para que se joda.

Si nos está vedada la liberadora capacidad de transfigurarnos en otros, podemos al menos duplicar nuestras desgracias. El tema del doble, que tanto ha ocupado a la literatura, dejaría de ser una amenaza para convertirse en una terapia: nuestro doppelgŠnger sería el reflejo vivo de nuestras dolencias, y al fin alguien entendería que nuestro sufrimiento es único, fatal e intransferible.

CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

¿Qué es arte? Una definición (II)

En la entrega anterior examinamos que para definir arte es preciso hallar y destacar los elementos comunes a todas las artes. La definición, obviamente, ha de ser general. La Belleza, vimos, no nos sirve como elemento enlazante. Hay que buscar por otro lado, y es lo que haremos a continuación.

Definamos ortodoxamente, declarando el género próximo y la diferencia específica del arte. Hay otros modos de definir, pero no los exploraremos aquí. En nuestra operación el género próximo no presenta problemas. El animal es ser orgánico o vivo, los números en la definición de Frege y Russel son clases, y así paralelamente el arte es trabajo humano, un tipo de trabajo, siempre que se entienda por esta palabra tanto la acción de realizarlo como su resultado. ¿Qué tipo de trabajo es el que calificamos de artístico? Eso es lo que establece la diferencia específica.

Hay dos elementos comunes a todo trabajo de arte, relacionados entre sí pero discernibles: por un lado, arte implica creatividad, inventiva; por el otro, arte implica tradición, entendida ésta como el conjunto de modelos disponibles en cualquier campo de la actividad. Estos dos elementos operan como condiciones: no hay arte sin inventiva (esto lo distingue de la mera artesanía), y no hay arte sin tradición.

Definimos arte, entonces, como el trabajo en el que se inventa dentro de una tradición, modificándola de manera personal. La tensión que se suscite entre tradición e inventiva personal es propia del arte y recorre su historia. Hay épocas, las de los reyes-dioses de la antigüedad, arte egipcio, asirio, maya, donde la tradición se lleva la parte del león, y hay otras, en cambio, como el Renacimiento italiano o la que hoy vivimos, donde es dominante la creatividad individual, la personalidad artística. Pero siempre están ahí los dos elementos y siempre en tensión.

La parte más incómoda de esta definición, la que lastima nuestros escrúpulos, es que no se especifica de ningún modo la índole de la tradición que hacemos entrar en juego. ¿Qué es arte? El trabajo que responde, reacciona, juega a partir de una tradición ``artística''. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Al no determinar qué es lo que distingue un modelo como ``artístico'', hacemos un escamoteo: no declaramos la índole peculiar de lo artístico y caemos en círculo.

Nuestra definición no está equivocada sino incompleta. Necesitamos determinar lo artístico para distinguir sus modelos de otros, como los de la ciencia o la tecnología, por ejemplo, porque en estas dos actividades también se inventa a partir de una tradición.

Aceptemos esta crítica. Hagamos el intento de ampliar y completar la definición. Aquí otra vez hay que estar alerta para no entrar en el juego de la Belleza, y decir cosas bastas y apresuradas como que la ciencia busca la verdad, la tecnología la utilidad y el arte la belleza. Esa es palabrería hueca: la Belleza, volvemos a decirlo, es misteriosa, y es difícil, tal vez imposible, hablar de ella en general.

Digamos mejor que tradición artística es aquella cuyos trabajos se comprenden, aprecian o valoran haciendo uso del gusto estético, y no mediante demostraciones ni pruebas de ninguna especie. En arte no hay hipótesis ni teoremas ni tiene utilidad ninguna exterior a su propio disfrute. El reino del arte es desesperadamente etéreo y acrobático, sin suelo firme y conclusivo. Pero no es arbitrario. Cualquier artista sabe cuánto desvelo y dificultad hay en dar con el modo justo de hacer algo. Nadie en este terreno hace lo que le da la gana, sino lo requerido por la obra según formas sutiles de necesidad, variables de arte a arte, y aun de obra a obra, muy difíciles de formular discursivamente.

A diferencia de la Belleza, del gusto estético sí podemos hablar, y sin dificultad, en general. Es algo que se educa, que se va formando. ¿Cómo? A través de la experiencia estética reiterada, es decir, el gusto musical, oyendo música, el de la pintura, viendo cuadros, etcétera. Así vamos adquiriendo destreza apreciativa, olfato, malicia para captar las intenciones artísticas y vamos atesorando la información que nos permite situar los trabajos, compararlos unos con otros, en una palabra, disfrutarlos.

Arte es entonces el trabajo humano que inventa modificando una tradición heredada, tradición cuyas obras se captan, aprecian y comprenden mediante el gusto estético. Creo que esta definición requiere, para ser bien comprendida y utilizada, algunos comentarios.




Naief Yehya


OVNTS: OBJETOS VOLADORES NO TRIPULADOS

¿Y dónde quedó el piloto?

``La verdad está ahí afuera''; para encontrarla (y eventualmente destruirla) el Pentágono requiere de muchos ojos. Esta necesidad ha propiciado el interés por una nueva generación de aviones no tripulados, capaces de volar de manera autónoma gracias a sistemas de inteligencia artificial. Estos vehículos tendrían sus planes de vuelo inscritos en ROM y podrían responder a una variedad de situaciones como lo haría un piloto de carne. La misma agencia que engendró a la red Internet, DARPA (Defense Advanced Research Proyects Agency), está invirtiendo muchos millones de dólares en el desarrollo de aviones no tripulados que podrían utilizarse para tareas de reconocimiento, espionaje, vigilancia, rescate, monitoreo del tráfico, supervisión de bosques, rastreo de animales salvajes, vigilancia de fronteras y observación de cultivos.

Usos bélicos

La historia de los aviones sin tripulación comienza a principios de los setenta, cuando el D-21 fue soltado sobre China, primero desde un Blackbird y luego de un B-52, con la misión de espiar bases militares y sitios de pruebas atómicas. El D-21 fue un fracaso que incluso costó la vida a un miembro de la tripulación del avión que lo lanzaría. El proyecto fue abandonado; no obstante, desde 1982 los aviones sin tripulación se han utilizado en el campo de batalla. El ejército israelí empleó aviones a control remoto (diseñados por el californiano Al Ellis) para localizar plataformas de lanzamiento de misiles sirios tierra-aire (SAM) en el valle de Beka, en Líbano. Una vez que los radares del SAM bloqueaban un blanco, el avión a control remoto los situaba, enviaba sus coordenadas a tierra y eran destruidos con precisión por las bombas israelíes. Ese mismo ejército utiliza el Mastiff, un avión sin tripulantes extraordinariamente eficiente para las labores de espionaje. Recientemente, aviones de este tipo fueron usados en la operación tristemente conocida como ``Las uvas de la ira''. El 18 de abril de 1997, 12 misiles israelíes de 155 mm, con detonadores de proximidad M-732, disparadas por howitzers M7109A1, dieron en un campamento de las Naciones Unidas en Qana, Líbano, matando a más de 50 civiles. Tras cambiar un par de veces la historia, el ejército de Israel aseguró que no había contado con el avión a control remoto (drone) que envía imágenes de video al puesto de control y que es necesario para disparar los howitzers. Más tarde, cuando apareció un video en el que podía verse el drone, aceptaron que el avión a control remoto sí estaba ahí, pero que andaba buscando otra cosa.

Asesinos inhumanos de los aires

Actualmente, los aviones a control remoto más comunes, pilotados por el Capitán Nolo (No Live Operator : ``Sin operador vivo'', en la jerga de la fuerza aérea), pueden ser manejados como videojuegos mediante joysticks desde tierra (a menudo se requieren dos ``pilotos'', uno para el despegue y otro para guiar el vuelo). En general, éstos no aterrizan sino que son cachados con redes. No obstante, hay otros capaces de salir rodando del hangar, despegar, realizar una misión, aterrizar y regresar a su hangar. Así como inicialmente los estrategas militares concebían que el único uso del avión en la guerra sería la observación, vigilancia y espionaje, hoy la función de los aviones no tripulados consiste casi exclusivamente en ser ojos en el cielo (equipados para fotografiar, tomar video, película infrarroja y realizar una variedad de mediciones), pero podemos intuir que pronto pasarán a ocupar un lugar más activo en las operaciones militares. De hecho, los prototipos que se han probado en Bosnia (con resultados bastante desilusionantes), Irak y otros sitios en conflicto, llevan nombres como Predator, y Hunter, lo cual anticipa que los militares sueñan con volverlos cazas y bombarderos. El principal obstáculo para que se fabriquen máquinas voladoras asesinas no es que la tecnología aún no se haya desarrollado, sino que los pilotos de la fuerza aérea aún no están dispuestos a perder su estatus de top guns e iconos culturales (cowboys de las nubes).

Aviones en un chip

Los aviones sin piloto tienen la obvia ventaja de que no ponen en riesgo a un ser humano, pero tienen otro atractivo: bajo costo. Al no necesitar condiciones de seguridad y comodidad para un piloto, los costos bajan notablemente. Ahora bien, si el vehículo mide apenas unos cuantos centímetros, el precio baja mucho más. DARPA está muy interesada en el desarrollo de microaviones o aviones en un chip (menores de 15 cm), que puedan tener una gran autonomía, sean fáciles de usar, salgan baratos y puedan realizar una variedad de funciones útiles en situaciones bélicas: ser operados por soldados sin requerir la atención que éstos, localizar artillería, determinar daño causado y recibido, contar con sensores acústicos para escuchar al enemigo y registrar la presencia de agentes tóxicos o radiación. Estos microaviones están inspirados en insectos y aves pequeñas. No obstante, construir este tipo de aparatos es extremadamente complejo, ya que las reglas de la aerodinámica usadas en el diseño de aviones normales no pueden aplicarse a esta escala, e incluso la selección del combustible y el tipo de propulsión resultan una apuesta arriesgada. Los científicos que actualmente trabajan en este campo aseguran que antes de año 2000 estas diminutas naves formarán parte del arsenal de ejércitos, policías y equipos de socorristas.

Naief Yehya

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