Avances y retrocesos en la protección del clima planetario

El cambio del clima es, quizá, la principal amenaza que se cierne sobre el ambiente planetario, según las investigaciones realizadas por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático que trabaja bajo los auspicios de la ONU. A pesar de que aún existen muchas incertidumbres, se sabe que la alteración de los patrones de temperatura y lluvia en el mundo podría conllevar desastrosos efectos para los ecosistemas y la gente: sequías en unas partes, excesiva lluvia en otras, tormentas y ciclones cada vez más violentos y frecuentes, y mayor incidencia de plagas y enfermedades. La velocidad del cambio climático podría ser tal que algunos ecosistemas serían incapaces de adaptarse. Países enteros, ubicados en pequeñas islas, podrían desaparecer con la previsible elevación del nivel del mar.

Los científicos consideran urgente reducir las concentraciones atmosféricas de gases con efecto invernadero. Esa reducción es responsabilidad, principalmente, de los países industrializados. Son éstos los que mayor cantidad de gases invernadero generan, por la quema de combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas); además, buena parte de sus gases emitidos desde el siglo pasado siguen en la atmósfera, captando calor. Se ha lanzado tal cantidad de gases invernadero a la atmósfera que ha sido rebasada la capacidad de absorción de los ecosistemas sumidero (bosques y océanos, principalmente).

La convención sobre cambio climático

En 1992, en Río de Janeiro, se suscribió la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Los países desarrollados formularon sus ``buenas intenciones'' de regresar en el 2000 a los niveles de 1990. Posteriormente se constató la insuficiencia de esos propósitos y la necesidad de un protocolo que estableciera, de manera jurídicamente vinculante, compromisos cuantitativos y calendarizados de reducción de emisiones.

Lo que está en juego es un modelo de desarrollo basado en la industrialización, basada a su vez en la quema de combustibles fósiles. Para sobrevivir, la humanidad necesita cuestionar sus modelos de consumo y modificar su concepción de ``bienestar'' y ``progreso''. Los intereses que se mueven son gigantescos. No por nada las corporaciones petroleras, carboneras y automotrices de Estados Unidos se movilizaron, con una multimillonaria campaña de prensa, contra cualquier medida orientada a castigar la extracción y uso de combustibles fósiles -por ejemplo, mediante impuestos a la energía.

El problema no es sólo de los países industrializados. Las emisiones de algunos subdesarrollados, particularmente los de numerosa población, aumentan rápidamente. Pero los límites a las emisiones permisibles de cada nación deben basarse en un criterio de equidad. Todos tenemos el mismo derecho a beneficiarnos de la capacidad del planeta para absorber los gases invernadero.

El protocolo de Kyoto

Durante la tercera Conferencia de las Partes de la Convención sobre Cambio Climático (Kyoto, Japón, diciembre de 1997) hubo que conciliar propuestas muy divergentes en relación con los compromisos de disminución de emisiones de los seis principales gases invernadero. La Unión Europea claramente señaló que sólo sostendría su ofrecimiento -una reducción de 15 por ciento para el 2010, con respecto al nivel de 1990- si los demás países industrializados se comprometían a algo similar. Pero ni Estados Unidos ni Japón ni otras naciones desarrolladas estaban dispuestas a realizar un esfuerzo significativo. Acabó aprobándose un protocolo que establece compromisos diferenciados: para el periodo 2008-2012, la Unión Europea reducirá sus emisiones en 8 por ciento con respecto a 1990; Estados Unidos en 7, y Japón y Canadá en 6. Algunos países no tendrán ninguna reducción.

Además del bajo porcentaje acordado, se perciben varios factores que afectan seriamente el posible impacto de ese instrumento jurídico:

a) La indefinición de las medidas para evitar el incumplimiento de los compromisos.

b) La adopción del lapso 2008-2012 como periodo meta, que no refleja la urgencia de adoptar medidas para proteger el sistema climático.

c) La inclusión de ``vías de escape'' como el comercio de permisos de emisión: aquellos países industrializados que cuenten con cierto margen permisible de emisiones y no cubran su cuota, podrán vender a otros la porción no ejercida de sus permisos. Por otra parte, los países industrializados tendrán la posibilidad de cumplir parte de sus compromisos financiando en otras naciones proyectos de eficiencia energética o fijación forestal de dióxido de carbono (CO2). Instalar motores eficientes en Rusia o establecer una plantación forestal en Costa Rica resulta mucho más barato que reacondicionar una planta termoeléctrica en Texas. Los fondos canalizados para ese tipo de proyectos serán captados y distribuidos mediante un Mecanismo para el Desarrollo Limpio.

d) La adopción del enfoque de ``emisiones netas'', mediante el cual se resta al CO2 emitido por la industria y el transporte el absorbido por los bosques o sumideros de carbono. Cualquier actividad de reforestación realizada por un país industrializado después de 1990 será contabilizada. El problema aquí es que existen aún demasiadas incertidumbres científicas sobre los flujos de carbono entre la biosfera y la atmósfera.

Perspectivas a futuro

Están por verse los efectos del protocolo en términos de políticas de desarrollo, energía y manejo forestal. ¿Se impulsará el aprovechamiento de las energías renovables? ¿Se logrará frenar las pretensiones de la industria nuclear por aparecer como la opción limpia? ¿Se redefinirán las estrategias de cooperación de organismos con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, en sintonía con los objetivos del protocolo? ¿Se garantizará el cumplimiento de los compromisos? ¿Se crearán metodolo-gías confiables para evaluar el efecto de los proyectos de captura de carbono?

Resulta difícil ser optimista. La aplicación del protocolo descansa sobre bases demasiado vinculadas con los mecanismos y la lógica del mercado, y la experiencia muestra pueden no ser muy eficaces.

Desgraciadamente, todo parece indicar que será necesario que los países hegemónicos sufran en carne propia graves desastres climáticos (que, por cierto, ya no pueden llamarse ``naturales'') para que se movilice la voluntad política y se tomen medidas de fondo que protejan el sistema climático de nuestro planeta.

Gerardo Alatorre

Grupo de Estudios Ambientales, AC