Para la familia Avilés
Ya no aparecerá más en La Jornada, la crónica de crónicos de Jaime Avilés Ortiz. No se revolverá más el cotarro taurino con sus críticas despiadadas. Ni se escucharán sus pasiones por algunos toreros en los comederos que rodean la Plaza México. Un crespón negro viste esta semana la página de toros de nuestro periódico. En el aire deja una queja extraña de arrebato en la defensa del toreo legítimo. Queja que tenía la emoción de algo sagrado que defendió hasta su muerte, este día de toros.
Ya no volveré a ver a mi amigo Jaime, con quien asistí domingo a domingo durante años a las corridas de toros. Al llegar a la plaza esta tarde, la garganta se me oprimía y un triste recuerdo se me representaba. Su muerte se me enlazaba a la de mi hermano Alejandro, muerto hace una semana. A la hora del paseíllo sus restos mortales eran cremados y un himno funerario recorría la plaza a la que asistió devotamente toda su vida.
Jaime, el abogado, cuchillo rojo en sus litigios y discusiones, peleó hasta el último día de su vida. Se fue a dormir el sábado en la noche y ya no despertó. El todo coraje en la vida, murió plácidamente desdeñoso. El, que veía el mundo con el sentido torero, la música en los nervios, la templanza en el espíritu.
La sombra de sus escritos pesará y empujará fuerte de un lado a otro por la justicia torera que se fue a buscar al más allá. No volverá Jaime a preguntar ¡a qué plaza iré! Aunque quién sabe si en el más allá, haya llegado preguntando ¿¡a qué plaza iré!? Con toda la pasión de su taurinismo y su pícara ternura.
Crónico de amarga pluma tenía fuego en las entrañas y había nacido para la crítica. Espléndido escritor, todo lo criticaba con lujo de angustia en un ambiente taurino y político conformista. Y ponía sobre la calidez de la tarde torera, el grito desesperado que brotaba de su pecho ante la caricatura de toreo que presenciamos tarde a tarde. Lo que arrancaba de lo enérgico de su carácter un recuerdo de siglos ignorados.
Jaime se fue a la plaza del más allá y ya no vio la consagración de su torero, Eulalio López Zotoluco, quien bordó el toreo y en quien tenía puestas las esperanzas de un toreo que saliera por los fueros de la torería mexicana. Este domingo no protestó como cada ocho días, desde hace varias temporadas por los novillines y algunos becerros que se lidiaban en vez de toros, degradando la fiesta brava. Al más allá, llega un hombre auténtico que defendió siempre lo que consideraba su verdad y la justicia. Hoy perdí a mi bravo interlocutor y nos vamos haciendo menos los cabales. La tristeza me invade al decirle ¡Adiós a Jaime