Para un final de siglo que tiene problemas para entender y respetar ``la alteridad'', lo distinto, porque los nuevos paradigmas, cual modernos fundamentalismos, pretenden hoy vigencia planetaria con exclusión de cualquier otro, nada mejor que un encuentro con la tolerancia.
De entre los últimos testigos de la historia que ayudaron a construir, Fidel Castro y el papa Juan Pablo II conjuran, potenciando lo que los une y no lo que los separa, contra la intolerancia y el silencio que se tiende sobre las diferencias culturales, políticas o religiosas.
Metáfora incesante, la historia nunca se está quieta (no tiene por qué). A un siglo de su independencia y a casi cuarenta años de su revolución, Cuba --símbolo para los mexicanos, con todas sus contradicciones-- enfrenta el desafío de mantener vivo su proyecto, en un contexto donde la transformación es la constante.
Reto formidable para unos y otros probar, probarse, que la existencia de una, la revolución, no significa la exclusión de la otra, la religión. Hace más de una década, Fidel Castro advertía que la revolución no está reñida ni con la tolerancia ni con la religión: ``Nos gustaría una Iglesia unida, apoyando las justas reivindicaciones de los pueblos del Tercer Mundo y de toda la humanidad y, de modo especial, las de América Latina, donde están o estarán en breve tiempo, al ritmo del crecimiento que llevamos, la mayoría de los católicos del mundo y también los más pobres''.
Lección de tolerancia, la visita del Papa a Cuba evidencia que hay, y pueden hallarse, puntos de encuentro entre visiones aparentemente irreconciliables. Al mismo tiempo, la visita pastoral constituye una censura al bloqueo; rompe, de facto, el aislamiento al que Washington (o una parte) quiere confinar a la isla, y construye puentes entre Cuba y el resto del mundo, entre el resto del mundo y Cuba. Pero también articula, da estatus a aquellos cubanos que tratan de eludir, con imaginación política, la disyuntiva artificiosamente ineludible entre la sumisión a Estados Unidos y la pesadez del régimen cubano frente a la vertiginosa transición mundial.
Porque la tolerancia se responde con tolerancia, en los próximos días habría que esperar no sólo señales de distensión en las relaciones exteriores de Cuba, sino una actitud más abierta y tolerante de la comunidad internacional.
La tolerancia y el respeto a la pluralidad no admiten ni vencedores ni vencidos. Hasta hoy no existe una mejor forma de convivir con la diversidad que no sea el reconocerla. Hace siglos, Shakespeare escribió en Romeo y Julieta: ``Es sólo tu nombre el que es mi enemigo, sin embargo, tú eres tú mismo, no un Montesco. ¿Qué es un Montesco? No es una mano, ni un pie, ni un brazo ni una cara ni cualquier otro miembro que le pertenezca a un hombre''.
Más que el encuentro de dos líderes carismáticos, históricos --de suyo trascendente--, quizá lo que atestiguamos en Cuba no sea sino un adelanto de lo que debiera ser una costumbre en el comportamiento colectivo, una regla fundamental de la convivencia social: tolerancia y respeto a la diversidad.
Muy a pesar de las experiencias de la barbarie que ha vivido nuestro siglo, advierte Esther Cohen, el problema del otro y su derecho a la existencia como alguien diferente e irreductible, continúa interpelándonos.
La experiencia de estos días en Cuba... y la que nos sacude en distintos espacios de la tierra mexicana, sobre todo en el sureste chiapaneco, obliga a recuperar la lúcida enseñanza de Humberto Eco: La base para una ética es el respeto, antes que nada, a los derechos de la corporalidad del otro, entre ellos, los de hablar y pensar. ``Si nuestros semejantes hubieran respetado estos derechos del cuerpo, no habríamos llegado a la destrucción de los inocentes, de los cristianos, del circo, a la noche de San Bartolomé, a la hoguera para los herejes, a los campos de exterminio, a la censura, a los niños de las minas y a las violaciones de Bosnia''. Regreso a Cohen: ``Pensar éticamente es recuperar para los hombres que vendrán un universo y un lenguaje donde el otro, esa alteridad que nos conforma como sujetos, no sea el enemigo, sino aquél que acogemos en su diferencia''.
La conciliación y la paz no se construyen colocando espinas en el camino del ``otro'', se edifican con tolerancia, con respeto, con dignidad. Así se escribe la historia.
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