En la segunda mitad de este siglo ha habido un incremento exponencial en la generación de la información. Con el conocimiento científico se ha desarrollado una gran cantidad de tecnologías, y algunas han tenido un impacto social decisivo. Sin embargo, la producción de bienes de consumo sofisticados y la competición global en el mercado de dichos productos han generado, a la par, tanto la destrucción creciente del medio ambiente como de las tradiciones culturales, y han acentuado la concentración de la riqueza en una minoría de la población.
Es paradójico que la enorme capacidad para generar conocimiento y tecnología nos haya llevado a una situación de irracionalidad extrema. Es irracional que la producción de bienes y servicios esté dirigida fundamentalmente a satisfacer los requerimientos de una pequeña clase social privilegiada. Es irracional que el valor agregado de un determinado producto sea mil veces el costo de su producción. Es irracional que el consumo de artículos de lujo y productos desechables haya llevado a la destrucción del medio ambiente, particularmente el de los países obligados a satisfacer la demanda de combustibles y materias primas baratos. Es irracional la imposición, a través de la mercadotecnia, de patrones de conducta y consumo que tienen poco qué ver con las tradiciones culturales de los pueblos. Es irracional que las economías de los países en vías de desarrollo estén en manos de la especulación con el dinero ocioso. Es irracional la cantidad de dinero que busca una ganancia fácil, en vez de estar invertido en la generación de empleos, en menguar los enormes requerimientos de la población con escasos recursos o en abolir los núcleos de miseria que existen en todos lados, inclusive en las naciones desarrolladas.
El desequilibrio económico y social ha desembocado en situaciones que amenazan con el estallido de conflictos sociales. Estos se han podido posponer, en gran medida, debido a la exitosa industria de la ficción, la cual canaliza los sentimientos de frustración y agresividad de la población explotada por las condiciones injustas en el mercado del trabajo. Ello lo logra a través de la oferta masiva de una variedad de productos tecnológicos como películas, videos, programas de televisión y de radio, anuncios de toda índole, productos culturales estereotipados, todo aderesado con una gran dosis de desinformación.
A través de la profusión de imágenes y situaciones, en las que la agresión y el sexo tienen un papel predominante, el individuo es capaz de vivir experiencias que le están negadas de por vida. Más aún, la tecnología avanzada ha generado un nuevo producto de consumo masivo: la realidad virtual, que pronto podrá ofrecer la satisfacción ficticia de todos los deseos individuales.
Finalmente está el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, que controla la angustia y ofusca la conciencia de manera transitoria. Es obvio que el escape temporal no resuelve la situación angustiosa de la vida real y el descontento social no podrá ser contenido indefinidamente con mera ficción. A las nuevas generaciones, a los futuros profesionales, les corresponderá pasar de la era de la información a la era de la racionalidad, de la era de la ficción a la era de la realidad. En esa transición los deberá guiar un humanismo profundo.
Ante un mundo en transformación, los futuros profesionales deben tener en cuenta el ambiente en el que se van a desarrollar y los cambios que se operan a nivel internacional, pues probablemente van a determinar sus posibilidades de éxito. La transformación continua de los requerimientos para la producción de bienes con un alto valor agregado o para ofrecer servicios especializados, restringen las posibilidades de acción de una persona que sólo haya estudiado una licenciatura. Aun teniendo un empleo dentro de su ámbito, el profesional actual corre el riesgo de ser desplazado por las nuevas generaciones de profesionales especializados. La tecnología evoluciona constantemente, y la única manera de contender con el cambio es tener la capacidad de adaptación y estar actualizado. La actualización es obligada. El profesional de nuestra época no termina su preparación al recibir un grado de licenciatura o al concluir un posgrado, sino que requiere seguir estudiando toda su vida.
El alto nivel de especialización exigida por el mercado de trabajo obliga a la colaboración con otros profesionales. Para ello, es indispensable tener una preparación multidisciplinaria que facilite la interacción.
Asimismo, se requiere tener una disponibilidad para la cooperación. Colaboración no quiere decir estar atenido a la iniciativa de los demás. Dentro de la profesión y la especialización escogida, el profesional debe ir encontrando su camino de manera creativa y propositiva para poder ser competente, es decir, con el fin de tener algo qué ofrecer.
* Instituto de Fisiología Celular (UNAM)