La Jornada 26 de enero de 1998

Desde hace 25 años filmo lo que se me antoja: Martin Scorsese

Gabriel Lerman, especial para La Jornada, Los Angeles, Cal. Ť Allá por 1967, un joven director italoamericano que apenas había cumplido 25 años rodaba con un presupuesto ínfimo su primer largometraje, Who's that knocking at my door?, protagonizado por un actor tan talentoso como desconocido, un tal Harvey Keitel. El filme fue exhibido con considerable éxito en el Festival de Chicago, pero así y todo Martin Scorsese no pudo encontrar quién quisiera estrenar su película. Dos años después, un productor se ofreció a lanzarla si Scorsese accedía a incorporar una escena de sexo para que fuera más comercial.

El más prestigioso cineasta de EU ya no hace concesiones

``Hoy, Scorsese -que esta semana fue nombrado presidente del jurado del Festival de Cannes- ya no hace más concesiones. Es el director estadunidense más prestigioso de la industria del cine, y aunque nunca se ha llevado un Oscar, quizás por su recelo para abrazar el estilo de vida hollywoodense, puede hacer más o menos lo que le plazca.

Los cinéfilos de todo el mundo están agradecidos: ``Desde hace 25 años filmo lo que se me antoja'', reconoce el director con una amplia sonrisa, aunque admite que dirigir tiene también su lado negativo: ``tengo que levantarme muy temprano todas las mañanas para hacerme cargo de un equipo de más de cien personas'', se queja, admitiendo que era mejor cuando nadie esperaba tanto de él y se limitaba a realizar películas independientes: ``es que siempre quiero que todo salga perfecto, y a veces la ansiedad se vuelve intolerable, especialmente cuando las cosas no salen y todo mundo me está mirando'', describe.

Nacido en el barrio italiano de Manhattan, este hijo de humildes inmigrantes sicilianos pensó primero que su destino estaría en una iglesia, y por eso ingresó a un seminario. Pero un año después comprendió que lo suyo era hacer películas, aunque nunca dejó del todo sus inquietudes religiosas. Cuando ya había ganado fama y fortuna, Scorsese se dio el gusto de adaptar la polémica novela de Nikos Kazantzakis, La última tentación de Jesucrito, que le generó no pocos disgustos, pero donde nuevamente mostró su condición de enfant terrible del cine estadunidense. Capaz de pasar de grandes superproducciones como The color of money, a ensayos cinematográficos como After hours e inclusive hacer documentales, el director de clásicos de la talla de Mean streets, Taxi driver y Raging bull, es además uno de los más activos defensores de la preservación de viejas cintas.

Reacio, por lo general, a ser entrevistado, quizás porque le encanta hablar y con un buen estímulo puede pasarse valiosas horas revisando tanto la historia del cine como cada una de sus películas, Martin Scorsese ha aceptado que esta vez es la única estrella de su más reciente filme, y que solamente él podía salir a promoverlo. Kundun es toda una rareza dentro de los estrenos que se dieron la pasada Navidad en Estados Unidos, particularmente porque se trata de una superproducción de un gran estudio, aunque en la cinta no hay un solo actor profesional.

La historia de Melissa Mathisson, esposa del actor Harrison Ford y ganadora del Oscar por el guión de E.T., relata la niñez, adolescencia y juventud del Dalai Lama, el líder espiritual y político del Tibet antes de la ocupación china, tema que parece obsesionar a los grandes realizadores. El filme de Scorsese, con una fotografía apabullante y música de Philip Glass, es el segundo estrenado el año pasado con el mismo tema, siguiendo de cerca a Siete años en el Tibet, de Jean-Jacques Annaud.

-¿En qué medida la espiritualidad de Kundun se conecta con la tuya propia?

-La espiritualidad siempre me ha interesado. Cuando era joven, en mi barrio, el Lower East Side de Nueva York, tenías la típica vida de vecindario pobre. Por un lado estaba lo que nosotros llamamos skid row, que es donde estaba toda la gente asociada a la mala vida, y por el otro estaban las buenas familias, todos sicilianos, que intentaban recrear en esa parte de Nueva York la misma sensación de comunidad de los pueblos que habían dejado en Europa. Por lo general, suelo hacer películas sobre lo que conozco, por eso he hecho tantos filmes sobre Nueva York y sobre gente que se expresa mediante la violencia, porque muchas veces no conocen otra manera de hacerlo. Eso no los excusa, pero los explica. Y al estar atraído por ese tipo de personajes, también me atrae el polo opuesto, la gente que vive a partir de sus creencias religiosas: la compasión, el amor y la no violencia.

Me intriga saber qué es más fuerte: la violencia o la espiritualidad

``Lo que siempre me ha intrigado es cuál de ambas maneras de entender la vida es más fuerte, la violenta o la no violenta. Durante estos años he tratado de hacer historias sobre gente no violenta. Siempre me ha interesado mucho la vida de los santos. Por eso hice La última tentación de Jesucristo, pero allí el peso estaba puesto en la cuestión dialéctica más que en el aspecto religioso. No pude profundizar en lo religioso en esa película porque sentí que terminaría por arruinarla. Me pude dar gusto con Kundun, que creo se trata de un filme muy simple, que aborda la historia de un hombre que debe vivir de acuerdo con sus convicciones''.

-Y que es una película muy diferente a todas tus anteriores. No tiene un argumento tan conciso y en cambio exhibe una sensibilidad nueva en ti.

-Esa era precisamente mi intención. Teníamos una historia muy simple para contar, pero deseaba ir más allá de lo meramente narrativo. Quería lograr cierta continuidad emocional y espiritual. Eso fue lo más difícil de lograr, porque no podía explicar lo que quería sólo con palabras. Tenía que guiarme por mi sensibilidad y mi instinto. Después que vimos por primera vez la película terminada, con Melissa y mi editor, decidimos volver al set para filmar unas cuantas escenas más. Y a la hora de editar, yo trabajé como si se tratara de una partitura antes que un filme, donde al poner una escena delante de otra ibas a sentir algo diferente de lo que hubieras sentido si se hubiera hecho al revés. Muchas veces esa manera de editar terminaba por interferir con el relato, así que teníamos que volver atrás y reformularlo todo. Otras, todo estaba basado en el color. Una escena era azul, otra naranja y otra roja. Y de pronto me daba cuenta que si poníamos una escena con colores dorados cambiaba totalmente la apreciación por parte del espectador. Pero eran cambios que tenían que ver con lo estético y con la sensibilidad, no con la narración. Espero que la gente se lleve algo cuando deje la sala después de ver el filme, pero tal vez es difícil de explicar con palabras qué es exactamente lo que quiero que se lleven. Tiene que ver con las emociones, y para algunas personas probablemente tenga que ver con lo espiritual.

-Pero Kundun no es lo que la gente espera ver como una película de Martin Scorsese. ¿Tienes miedo de que la audiencia no te responda?

-Claro que sí. La realidad es que pude concretar esta película hasta ahora, aunque hubiera querido hacerla antes de Casino. Pero no podía, porque tenía un contrato con Universal Pictures que me forzaba a hacer esa otra película. Pude hacer Kundun porque Disney puso el dinero junto a un grupo de inversionistas extranjeros. La están lanzando como corresponde, así que vamos a ver cómo le va. Creo que hay una audiencia para The age of innocence, y sé que la habrá para Kundun si la gente se atreve a verla, si entiende que es una película muy difícil de realizar, porque te introduce en una cultura totalmente diferente y en un ritmo cinematográfico distinto. Es un cambio para el público, de la misma manera en que fue un cambio para mí. Así como me apasionó describir el mundo del tío Paul y el tío Jimmy en Goodfellas, de la misma manera en que me apasionó meterme en el mundo de Edith Wharton, me apasionó meterme al mundo del budismo tibetano. Es una película diferente, porque mostramos en detalle la cultura y los rituales, y sin embargo nunca los explicamos. Es el lenguaje corporal de los tibetanos lo que le da unidad. Así fue como editamos el filme, porque hay muchas escenas que supuestamente no iban en el lugar que las pusimos, pero quedaron mucho mejor de esta manera desde un punto emocional. Eso tiene que ver con la manera como lucen los tibetanos en la pantalla. No son actores profesionales sino tibetanos reales, y algunos de ellos tienen alguna vinculación con el Dalai Lama. No participaron en la película porque la idea de actuar les resultara divertida, sino porque tuvieron la oportunidad de mostrarle al mundo su cultura y su religión.

Seguiré probando siempre que pueda hacerlo

-¿Qué es lo que te motiva a seguir filmando, ahora que lo has hecho casi todo?

-Siento una especie de escalofrío muy especial cuando veo por primera vez las imágenes de mi nueva película en la sala de edición. Todavía me entusiasman, ver cómo cambian en la medida en que las voy compaginando. Lo alucinante del cine es que una imagen por separado te produce una determinada impresión, pero cuando pones varias imágenes juntas, es ahí donde generas lo que se llama la magia del cine. Obtienes algo totalmente diferente, una nueva idea a partir de las imágenes que tenías antes y que aisladas te sugerían otra cosa. Aún siento ganas de hacer más películas. No me doy por satisfecho con lo que he realizado hasta ahora. Tengo que seguir probando nuevas cosas en la medida en que pueda hacerlo.