Un poco tardíamente, si consideramos que la convocatoria para el XVIII encuentro está en vigencia, tenemos ahora la oportunidad de observar la versión 1997 de Arte joven en el Museo Carrillo Gil. Esta vez la selección se antoja más rigurosa que en ocasiones anteriores, a lo cual suma el efecto de una buena museografía que permite calibrar adecuadamente lo que se exhibe. Llama la atención la intensa concurrencia de obras fotográficas de buen nivel, así como la participación de artistas mujeres, que resulta superior a la de otras veces.
No diré que el patito feo del conjunto sea la pintura, sin embargo este es el medio que se antoja más débil, si se compara lo que aquí se exhibe con lo que ofrece el salón Pasión al rojo vivo que patrocinado por United Distillers puede observarse en la Sala Pellicer del MAM hasta mediados de marzo ofreciendo alternativas de comparación. Desde luego que no hay que olvidar que los encuentros de arte joven son multidisciplinarios y en cambio el salón al que me refiero convocó únicamente a pintores.
La pieza que me permito destacar en este XVII encuentro corresponde a Carmen Arvizu. La ficha técnica habla de un políptico, pero no es tal (no hay hojas). Se trata de una composición dividida en seis secciones, dos de las cuales son las principales. La armazón misma de sus segmentos habla de una conciencia acertada del espacio. El título de esta obra es No te claves o la Historia como crítica de la razón. La autora omite si se trata de la ``razón pura'' o de la ``razón crítica'', pero es evidente que su obra tiene como eje un implícito homenaje a Kant. La imagen de un rostro cortado a la altura del tabique que une la nariz con la boca, queda representada en la parte superior únicamente por medio de clavos, mientras que en la sección correspondiente a la parte inferior está pintada. Hay caracteres tipográficos manejados como elementos plásticos, introducidos no de manera aleatoria, sino para complementar significados. Los rostros se repiten en las estrechas secciones en vertical y es la reiteración, concebida de diversos modos, la que dota de concepto a esta pieza en técnica mixta sobre madera.
Me llamó la atención la manera efectiva con que la autora utiliza material extrapictórico para producir obra anclada en soporte tradicional. En cambio, no me pareció tan lograda la pintura de Rodrigo Ayala, Optica dual, que obtuvo premio, pero eso se debe a que conozco mejores trabajos de este artista que ahora optó por insertar dos ``apariencias'' de cubos multiestables sobre un paisaje abstracto.
Las Cartografías de Tatiana Parcero, en acetato sobre papel, son cuerpos que dan la apariencia de encontrarse tatuados con códices prehispánicos. Esta obra, muy merecidamente, también obtuvo premio lo mismo que las sobrias fotografías en técnica tradicional (plata sobre gelatina) de Mauricio Alejo Flores. Lo relevante en su caso es la manera de captar el objeto enalteciéndolo a través de la escala, del acercamiento y de la luz, algo similar a lo que hizo Gabriel Macotela con sus atarjeas que funcionan como alcancías de todo lo imaginable. Pudieron observarse hasta hace poco en la exposición individual que presentó en el Museo Carrillo Gil.
También me parecieron interesantes las fotos digitalizadas de seis manos que presenta Adriana Calatayud, así como la serie Secuencia azul, de Pilar Ramos. Son siete tablitas de pequeñas dimensiones, a modo de paisajes abstractos en los que predomina el azul, integradas a un soporte longitudinal en tonos amarillos. Como propuesta cromática y como pintura semiabstracta, esta obra me pareció superior a la obra informalista de Valeria López, que integra cuatro recuadros en un mismo soporte, el efecto me pareció trasnochado, muy visto.
Hay veces que sólo una zona de determinada composición es la que llama al ojo. Así ocurre con el óleo figurativo de Enrique García, Descontextualizado, que pretende transmitir un mensaje, pero lo hace atentando contra los valores plásticos que maneja. El paisaje urbano perceptible entre el brazo y la mejilla de la enorme figura es sumamente interesante, pero la figura pseudohiperrealista se ``come'' los demás valores. Hay dos obras en las que el montaje que propusieron los autores resulta más importante que el contenido: Intensa quietud, fotografía inserta en un marco arte-objeto de Gerardo Montiel, y Registro no. 3, de Francisco Riquelme. En esta última tres dibujos sueltos, de buen pulso (pero esto es todo) arman una sola composición perfectamente ideada en cuanto al modo como está presentada.
Hay buenos grabados como los Peldaños de la ciudad, de Verónica Gómez, que combinan puntaseca sobre xilografía; David Kumetz utiliza ahora las calaveras (abandonó ya los rosetones) en su pieza segmentada Casi el juicio final. José de Jesús Torres produjo un Cristo-pintor al aguafuerte, atractivo trabajo. A Patricia Montero, muy fina, se le percibe demasiado emparentada con el maestro Carlos García.