La Jornada martes 27 de enero de 1998

Mario Núñez Mariel
La izquierda y la derecha frente a Chiapas

La fuerza de la sangre indígena vertida en Acteal y Ocosingo por acciones fascistoides amparadas por autoridades gubernamentales diversas, hizo pedazos nuestra imagen en el exterior y radicaliza la confrontación interna. La agudización del conflicto en Chiapas, a partir de su expresión más dramática representada por el genocidio, se convirtió en el impulso definitivo de la polarización explícita y pública de la sociedad mexicana.

La intensificación de la lucha de clases, castas y razas, en toda su descarnada violencia, reactivó en nuestro querido país la confrontación ideológica entre los sectores de la derecha y de la izquierda, a través de sus representantes ideológicos, periodísticos y políticos.

Ya sea del lado de los opresores y explotadores, lo que supone la defensa de sus gobernantes y sus fuerzas represoras; o bien del lado de los explotados y oprimidos de nuestra sociedad, jugando su suerte y conviviendo en las barricadas de indígenas, campesinos, obreros y clases medias en vías de extinción. Asumiendo sus luchas por la implantación en México de los valores universales de justicia, paz, libertad, democracia, igualdad y fraternidad. Ciertamente esta lucha teórica, ideológica y política en el seno del capitalismo mexicano actual no se da en los términos de la Guerra Fría y del mundo bipolar, ahora cobra otras formas y proporciones.

Nuestros intelectuales de derecha, de centroderecha y del supuesto centro liberal y ``tolerante'' -v.gr. Luis Pazos, Sergio Sarmiento, Federico Reyes Heroles, Jaime Sánchez Susarrey y Jesús Silva Herzog Márquez-, coinciden ideológicamente con los sectores duros del Ejército, gobierno, PRI y sus exponentes corporativos. Notoriamente comparten opiniones con La güera Rodríguez Alcaine y con el ala derecha de la Iglesia, cuando defienden con vehemencia casi histérica la eliminación política de don Samuel Ruiz de la Conai. Pero también se alinean por la derecha cuando apelan, directa o indirectamente, a la eliminación política y hasta física del subcomandante Marcos por haber tenido el descaro de codearse con los indios, conquistar los reflectores del mundo entero, afrentar al orden establecido y defender con las armas, pero también con la fuerza de la razón histórica y las palabras, a los más humildes de los humildes, a los indígenas, a los desposeídos de todo, a los que no tienen nombre. Lo mismo cabe cuando nuestras plumas de derecha igualan, en clara actitud desinformante, al EZLN con las fuerzas paramilitares, cuando amalgaman a víctimas y victimarios, cuando ponen en el mismo saco a los rebeldes reconocidos por la Ley de Concordia y Pacificación con las fuerzas fascistoides.

En cambio, la izquierda mexicana e internacional y sus representantes políticos e ideológicos -en organizaciones, manifestaciones multitudinarias y medios- suelen solidarizarse con los zapatistas y sus dirigentes por representar una parte significativa en la resistencia frente al capitalismo neoliberal vigente.

En su apoyo la izquierda defiende, aquí y en el exterior, un programa coherente de búsqueda de la paz digna y duradera, fundado en una serie de puntos de amplio consenso nacional e internacional: la desmilitarización de la zona del conflicto; la reapertura de las negociaciones respetando los acuerdos de San Andrés Larráinzar en materias de cultura y derechos indígenas; la incorporación constitucional de esos acuerdos; la desaparición de las guardias blancas, y la restitución del Estado de derecho para la inmediata reincorporación del Ejército a sus cuarteles; el fin de caciques e impunidades; la autonomía y pleno desarrollo de los pueblos indígenas; el reconocimiento de su derecho inalienable de autogobernarse y participar en la toma de decisiones de su propio destino y desarrollo, ejerciendo una mayoría de edad política incuestionable. Finalmente, se exige la celebración de elecciones transparentes, en el corto plazo, para elegir gobernador en Chiapas y la reincorporación del EZLN a la vida civil, bajo condiciones de seguridad garantizada que le permitan deponer las armas, para después participar abiertamente en el juego democrático.

Que el gobierno federal y la derecha no se hagan ilusiones. Sólo así, con una paz justa y verdadera en Chiapas, serán posibles: la estabilidad necesaria para una recuperación económica que vaya acompañada de una distribución más equitativa de sus frutos, la consolidación de nuestra joven democracia, la reconstrucción del prestigio del país en el exterior, y la defensa consecuente de su soberanía sin necesidad de proferir amenazas, al modo de nuestra flamante canciller de hierro, en contra de los defensores internacionales de los derechos humanos, o sea, respetando nuestros principios constitucionales de política exterior que establecen, entre otros preceptos, ``la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales'' (art. 89, X).