Polémica sobre las acusaciones a partidos y la ``segunda iniciativa''
Elena Gallegos Ť Pablo Gómez metió en un aprieto al secretario Francisco Labastida cuando le exigió que diera los nombres de los partidos que --de acuerdo con el discurso del presidente Ernesto Zedillo-- buscan ``propósitos políticos'' en Chiapas. ``No los identifico'', contestó con un gesto que le atravesó el rostro y delató su nerviosismo. Por primera vez, a lo largo del encuentro, titubeaba. Gómez se regodeó:
``Es decir, señor secretario, que ¿el gobierno no sabe cuáles son los partidos que buscan propósitos políticos en Chiapas? ¿Usted no los puede identificar? o ¿el Presidente está hablando sin saber de qué habla..? ¡Esas cosas son graves!''
El cerco había sido tendido. Irritados, los priístas se revolvieron en sus asientos. José Luis Lamadrid mordió su puro y el mismo Labastida encendió un cigarrillo. Atrás, el subsecretario Jesús Salazar Toledano se fumó otro y no fue sino hasta después de cuatro turnos de preguntas y respuestas, cuando el secretario atinó a sacarse la espina:
``¡El Presidente sí sabe con exactitud de lo que habla. Yo no voy a interpretarlo!''
Reunión en un vestíbulo de San Lázaro adaptado para la ocasión. Más de cinco horas en las que Chiapas volvió a ocupar el centro pese a la oferta que, sobre reforma del Estado, llevaba el secretario en el bolsillo.
Jaloneo en torno al segundo texto de la Cocopa --inédito para muchos, aunque su existencia pudo ser confirmada anoche-- sobre los derechos y cultura indígenas. Labastida mencionó, entre los autores, a Heberto Castillo, y Jesús Martín del Campo le reprochó que señalara como testigo a un muerto: ``esto parece una argucia''.
Labastida se sostuvo: ``hay una segunda propuesta en poder de la Cocopa, elaborada por distinguidos miembros de la misma, y esto no es una argucia''. ``Pues entonces --pidieron los perredistas-- que nos la den a conocer''.
Diecisiete rondas de preguntas y respuestas, en las que un cauto, en extremo, secretario de Gobernación buscó no confrontar, aprendiendo así de la lección que le dejó su antecesor, quien terminó vetado como interlocutor por las fracciones parlamentarias luego del affaire que precedió a la instalación de la Cámara y que, de entrada, le fue recordado por Santiago Creel.
En términos generales, el encuentro transcurrió casi sin sobresaltos. Todos celebraron la puntada de Porfirio Muñoz Ledo de iniciar su intervención con una advertencia a Labastida:
``¡Esta no es pasarela ni plataforma de lanzamientos!''
En el cifrado lenguaje de los políticos, ``ese fue un destape!'', festejaban muchos. Muñoz Ledo no paró ahí. Como los priístas insistían en que su frase del día le quedaba a él, el perredista se los quitó con un: ``No. No, me refería a (Carlos) Medina Plascencia''. Hasta Labastida se rió.
La cita fue a las 10 de la mañana en uno de los costados del salón Verde en San Lázaro. Secretario y diputados se sentaron alrededor de una mesa. El staff de Labastida se acomodó atrás. Emilio Gamboa, Jorge Alcocer, Fernando Solís Cámara, Guillermo Jiménez Morales, el comisionado Emilio Rabasa y Mayolo Medina.
Cuando, acompañado por Creel, en su calidad de presidente de la comisión anfitriona (la de Gobernación), Labastida ocupó su sitio, un buen número de sillas permanecían desocupadas. Poco a poco se fueron llenando. El último en llegar --para variar-- fue Jorge Emilio González junior, del PVEM. También fue el primero en irse. Estuvo sólo en las dos ocasiones en las que le tocó hablar.
Bienvenida a cargo de Creel: ``no podemos permitir que sigan las prácticas del pasado y menos que en el marco de una nueva correlación de fuerzas políticas se vuelva a intentar vulnerar el principio de la división de poderes --``remember Chuayffet'', se codeaban los opositores--, cuando éste puso en riesgo el diálogo perdió sentido, las diferencias se tornaron insuperables y los enconos se escalaron''.
Se quejó de que los acuerdos políticos del diálogo ``las más de las veces'' hayan sido incumplidos. Por ejemplos no paró: ``los veinte compromisos para la democracia; el Acuerdo Político Nacional o Pacto de Los Pinos; los acuerdos de Bucareli y los acuerdos de San Andrés. Es claro que los incumplimientos a la palabra dada, han resultado muy costosos para todos''.
Antes que nada, el secretario quiso destacar el significado del encuentro: ``reanudamos el diálogo público entre la Cámara de Diputados y la Secretaría de Gobernación''. Ofreció escucharlos a todos, pesar sus propuestas y respetar con escrúpulo todas las opiniones: ``¡como regla de oro en las relaciones humanas, en reciprocidad, sólo pido a cambio lo mismo que ofrezco!''
Una vez sentadas las bases de la relación, las partes se dieron el beneficio de la duda y cada fracción fintó posiciones. Carlos Medina Plascencia aprovechó para aclararse frente al PRD por aquello de las iniciativas que ha votado con el PRI y que pusieron fin al espejismo del bloque opositor:
``Al PAN no le ha temblado la mano para suscribir acuerdos y apoyar iniciativas y propuestas que sean positivas para el pueblo, vengan éstas de donde vengan... Que nadie se llame a engaño... Tenemos la coherencia que nos dan nuestros principios... Nunca apostamos por el todo o el nada... Se deben respetar nuestras desavenencias...''.
Muñoz Ledo le tomó la palabra a Labastida en cuanto a la urgencia de acotar y democratizar el presidencialismo. ``Eso, lo sabemos bien, nunca ha existido, pero tiene que ser sin escapatorias ni dilaciones para asegurar la continuidad de las instituciones nacionales''.
Minutos después, las palabras de Arturo Núñez, el líder de la fracción priísta, causaron molestia entre los perredistas: ``la paz no se logra con exclusiones ni mentiras; no depende de aprobaciones doctrinarias ni filiaciones partidistas, sólo del diálogo y la negociación'', y pidió a los partidos madurez para distinguir la línea divisoria entre la legítima lucha política y la distorsión o el agravamiento interesado del conflicto con miras a incrementar su capital político.
Luego jugó con la frase de Clausewitz: ``tendría que quedar muy claro que la política no es la continuación de la guerra por otros medios...''
El siguiente tramo, el de las preguntas, y para empezar bien lo abrió el paisano del secretario, Rafael Oceguera. Había que agotar el tema Chiapas para dejar paso a la reforma del Estado. Deschiapanizar el debate nacional, dicen que era la consigna. Por eso, Oceguera pidió estrategias y plazos para resolver el conflicto, pero los siguientes oradores --no obstante la respuesta de Labastida-- se fueron también por ahí.
Un primer sobresalto cuando el petista Patiño le reclamó: ``estamos satisfechos con su respuesta, sigue habiendo generalidades y evasivas''.
En pos de concretar posiciones, el panista Francisco José Paoli le pidió precisiones sobre los nudos del desentendimiento en Chiapas; las condiciones para el retiro del Ejército y las posibilidades de que el gobierno se flexibilice.
``Me hizo usted cinco preguntas y sólo tengo cinco minutos para contestar, así que lo haré de manera sintética'', se quejó el secretario del tiempo. Esta queja la repetiría más tarde y es que el esquema fue diseñado para que los diputados dispusieran de ocho minutos, entre interrogante y réplica, y el secretario de sólo cinco.
Así se fueron hasta que vino la intervención de Pablo Gómez, el titubeo de Labastida y el enojo de los priístas que, más tarde, le cobrarían a Gómez el que haya dicho que iban a politizar aún más el asunto, puesto que se trataba, esencialmente, de un fenómeno estrictamente político.
Vino también el turno del panista Juan José Rodríguez Prats quien, entre las carcajadas de sus compañeros --``otra vez con lo mismo'', se burlaron los del PRI--, sacó a relucir el caso Tabasco (su tierra) y lanzó un seco: ``discutimos durante muchos meses qué era Ernesto Zedillo para Roberto Madrazo: ¿cómplice o rehén? Ya superamos la discusión. Puede ser las dos cosas''.
Enseguida matizó: ``no son diatribas estridentes ni ataques infundados. Si alguien me demuestra lo contrario estoy dispuesto a retractarme''.
En su oportunidad Labastida no hizo ninguna alusión a esto. Finalmente, Rodríguez Prats casi terminó compadeciéndose de él al recordar a Ruiz Cortines: ``decía que era muy difícil ser secretario de Gobernación y precandidato a la vez''. Labastida sólo meneó la cabeza. Le advirtió que los peores enemigos están dentro de su partido y le mencionó, entre ellos, a Manuel Bartlett, al que llamó --entre risitas irónicas-- ``su colega de aspiraciones''.
En síntesis, salvo Paoli, los panistas tejieron sus intervenciones en torno a la reforma del Estado y la seguridad pública; el PRD se fue con todo sobre el conflicto en Chiapas y el PRI habló lo mismo de una estrategia de comunicación que de la incorporación de las mujeres (lo hizo la única mujer en la mesa, Juana González), lo que dio respiros al secretario.
Como último en la lista, Fidel Herrera pasó facturas y de paso dio pie a que el secretario hiciera la defensa pendiente del presidente Zedillo. Herrera, entre los aplausos de sus correligionarios y fuertes palmadas de Oceguera, imputó al perredismo ``terrorismo verbal'' y ``dogmatismo sectario''. Calificó de ``¡mentiras absolutas!'' que en el conflicto en Chiapas los únicos culpables sean el Presidente, el Ejército y el PRI.
Y como los perredistas no cejaron en su empeño de que el secretario revelara nombres, casi como despedida, Demetrio Sodi le restregó: ``nos preocupa que el Presidente haga acusaciones sin sustento. El fracaso de los cinco secretarios de Gobernación ¡cuatro, perdón, esperemos que el actual no..! --hizo una pausa para que se notara el sarcasmo--, puede haber sido porque el que no ha estado dispuesto realmente a negociar la paz, el que no ha entendido el momento político que vive el país, es el Presidente''.
Con todo, secretario y diputados reanudaron ¡por fin!, el diálogo público.