Todas las filosofías revolucionarias, esas ``enfermedades'' que para Hobbes señalan ``el crecimiento de la humanidad'', han tenido su talón de Aquiles: la deformación de sus figuras precursoras para justificar las profecías. Después de la muerte de Lenin, por ejemplo, la exasperante disputa por su legado político se partió en cuatro: el democrático de ``El Estado y la Revolución'', el autoritario de la guerra civil, el flexible de la Nueva Política Económica y el petrificado del partido único codificado por Stalin. ¿Cuál Lenin era el verdadero?
Asimismo, cuando en Cuba el papa Juan Pablo II manifestaba que ``sólo en la doctrina de Cristo hay salvación'', ¿a cuál de los cuatro evangelios se refería? ¿Al de Mateo y su Jesús antingentil o al de Marcos que lo era menos? ¿Al de Lucas que simpatizaba con los paganos o al antijudaico de Juan? En los tres primeros siglos de nuestra era hubo cuarenta evangelios. ¿Por qué la Iglesia católica eligió cuatro? Con lógica teologal, San Irineo dio una explicación: ``Porque cuatro son los puntos cardinales''.
Pero doctrinariamente, a la Iglesia le hubiese convenido elegir uno solo, pues los cuatro incurren en contradicciones inconciliables entre sí. Entre los tres primeros o ``sinópticos'' (Mateo, Marcos, Lucas) y el cuarto atribuido a Juan, hay tanta distancia como la que separó en su época el pensamiento de Marx del papa Pío IX, enemigo de las revoluciones y mentor del dogma de la inmaculada Concepción y la infalibilidad del Papa (1854).
Ninguno de los presuntos evangelistas conoció al biografiado. No hay pues un solo testimonio de alguien que haya conocido a Jesús. Las versiones de su vida, redactada entre fines del primer siglo y mediados del segundo, fue hecha por personas que ni siquiera conocieron a los discípulos del ungido. Igualmente, ninguno de los discípulos conocidos de Marx indagó en las causas que lo llevaron a identificar la religión como ``opio del pueblo''.
¿Debemos por tanto hacer tabla rasa y negar sus contribuciones a la emancipación o debemos pegarnos un tiro, tal como concluye Albert Camus en su hermoso libro El hombre rebelde? ¿La humanidad es una mierda o produce la mierda? Si lo fuese, sería incapaz de establecer la diferencia con la belleza. Y si no, a ella corresponde el diseño del drenaje profundo para disolverla. Julio Cortázar decía que ``entre tocar un seno y tocar un seno puede haber una diferencia insondable''.
En la lucha clandestina contra el ocupante nazi y en las cárceles de Hitler fraternizaron católicos, protestantes, comunistas, sindicalistas y socialistas, experiencias que pusieron a prueba la fe de ateos y creyentes sin distinción. Y fue allí, en la experiencia límite de los campos de concentración, donde el conocimiento verdadero sustituyó al dogma de la autoridad, cosa que por su lado conocieron las víctimas de Stalin cuando la revolución bolchevique perdió el rumbo en los tempranos años veinte.
¿Ni con unos ni con otros? Entonces sí, defendamos con ``ecuánime'' fanatismo que los ángeles tienen sexo pues al fin todo es un valle de lágrimas. Y es que ningún pensamiento auténticamente revolucionario ha gozado de unidad doctrinaria.
El llamado ``socialismo real'' fracasó porque sus protagonistas olvidaron que el marxismo es a tal punto crítico que comienza por ser crítico de sí mismo. Y cuando el cristianismo beato se niega a ver que tanto la primitiva Iglesia de Palestina cuanto algunos de los evangelios incluyen un rotundo mensaje social, estamos ante la perfecta negación de la palabra evangélica.
Prueba de ello es su necia adhesión a la indisolubilidad del matrimonio, la criminal satanización del aborto, la discriminación de la mujer y todo lo que lleva a las alegrías del sexo. Se puede creer o no creer.
Pero fuera de pajas ideologistas o fundamentalistas, el trigo político cosechado por Fidel Castro y el papa Juan Pablo II en Cuba nos permite entender con más claridad aquel comentario de una campesina polaca, que al enterarse de los viajes por el espacio exclamó: ``Los astronautas están buscando a Dios en el cielo''.