Miguel Barbachano Ponce
Chiapas cinematográfico

Benito Alazraki (director) y el camarógrafo alemán Hans Beimler fueron quienes realizaron para el cine nacional las primeras imágenes de aquella torturada región, Chiapas, en marzo de 1953. Imágenes en movimiento que dan aliento visual al segundo cuento de la película Raíces, estrenada en el cine Orfeón de nuestra megalópolis el 10 de junio de 1955. Aquella segunda historia debida a la pluma de Francisco Rojas González se denominó ``Nuestra Señora'' y narra las fatigas antropológicas de Jane Davis (Olimpia Alazraki), una estudiante estadunidense cuya tesis llega a la conclusión de que los indios chamulas son salvajes. Meses más tarde, Jane regresa a aquellos lugares y encuentra que sus desesperados pobladores han entronizado en el único altar de la ermita, como una presencia salvadora, la reproducción de La Gioconda que ella había olvidado durante la investigación. Entonces comprende el alto grado de sensibilidad de aquel pueblo y rompe la tesis equivocada.

Emilio Fernández y Alfredo B. Crevenna (directores) y Gabriel Figueroa (camarógrafo) fueron los siguientes cine-creadores que conjugaron esfuerzos para transvasar al celuloide los espacios chiapanecos, cuando en 1954 recrearon la novela de Bruno Traven, que relata las crueles condiciones de vida de unos peones indígenas en una montería de caoba, La rebelión de los colgados.

La tercera vez que las cámaras visitaron aquellas aquejumbradas tierras fue en 1959, cuando José Báez Esponda conjugó interesante mediometraje de acentos etnográficos de la región chamula (San Juan, la mítica Zinacantán) en cuyo título resuenan por igual el crepitar de las llamas y el sonido rítmico de las chirimías: Carnaval chamula. Aquí es necesario abrir un paréntesis para explicar por qué Zinacantán es hoy calificado como lugar mítico.

Resulta que la Virgen descendió del cielo para socorrer a los indígenas chiapanecos en la primera década del siglo XVIII (1708-1712), precisamente en Zinacantán, dentro de un palo que despedía rayos, según cuenta fray Francisco Ximénez en su vasto libro Historia de la provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala.

Avancemos hasta 1973 para volver a encontrar en las pantallas la problemática que estremece desde siempre a la desolada región. Esta vez el discurso cinemático estuvo a cargo de Archibaldo Burns, quien en aquel entonces adaptó a los fotogramas el libro de Ricardo Pozas, Juan Pérez Jolote, cuyo contenido refiere una situación étnica y cultural muy particular. En este filme los protagonistas fueron encarnados por indios tzotziles. De nueva cuenta serán actores indígenas hablando el maya y el tzeltal los que otorgaron carne y hueso a la siguiente cinta sobre la temática chiapaneca de la desesperación: Chac, dios de la lluvia (1974), del chileno Rolando Klein, y la fotografía del mexicano Alex Phillips Jr., que supo encuadrar con sensibilidad el caserío de Tenejapa.

Sin embargo, no sólo las vicisitudes campesinas han sido la temática a tratar de los creadores del cine nacional, también las angustias de la aristocracia latifundista. Por ejemplo, en 1976, la novela de la chiapaneca Rosario Castellanos, Balum Canán, cuya trama habla de una mujer que se aferra a sus tradiciones en contra de la reforma agraria cardenista, fue trasladada a las imágenes por Benito Alazraki.

También la selva chiapaneca y sus húmedos pobladores excitaron los impulsos narrativos de nuestros más lúcidos cineastas. Baste citar a Raúl Araiza y a su película Cascabel (1976).

La última referencia sobre Chiapas que hace el cine mexicano pertenece al ya citado Archibaldo Burns y lleva por título Oficio de tinieblas, otro transvase de una novela de Rosario Castellanos, capaz de relatarnos los trágicos sucesos que acontecieron en 1934 entre los campesinos tzotziles y chamulas y sus explotadores, precisamente en San Cristóbal de las Casas.