La Jornada miércoles 28 de enero de 1998

Arnaldo Córdova
El Presidente, Marcos y Chiapas

El presidente Ernesto Zedillo merece que se le dé el beneficio de la duda en torno a lo dicho por él en Yucatán sobre el conflicto chiapaneco. No está muy claro qué es lo que desea aducir cuando habla de las diferentes ``interpretaciones'' que, según él, pueden hacerse de los Acuerdos de San Andrés y que hacen suponer, por fuerza, que no está de acuerdo con lo que ``interpretan'' los zapatistas y sus partidarios. Pero eso resulta, de verdad, secundario, cuando el presidente, que antes empaquetaba en uno sea los mencionados Acuerdos sea la propuesta de la Cocopa, ahora reivindica los primeros en todas sus letras.

Como un detalle hasta cierto punto secundario pero emblemático, llama la atención que ahora el primer mandatario acepte la fórmula de los ``sistemas normativos internos'' de los grupos indios, presente en los Acuerdos y en la propuesta de la Cocopa, para referirse a lo que sus subalteros insistieron en llamar, sin razón aparente, ``normas, usos y costumbres'' que, para cualquiera que tenga uso de razón, significa exactamente lo mismo.

Lo verdaderamente importante es que el Presidente haya aclarado reiteradamente en su discurso de Kanasín, Yucatán, que el gobierno federal está conforme en todo con lo estipulado en los Acuerdos de San Andrés Larráinzar. Eso hacía falta, porque el discurso oficial (incluido, en primer término, el del propio presidente Zedillo, sobre todo con sus recientes declaraciones desde Nayarit) persistía en una mañosa e innecesariamente provocadora tonadilla que no hacía más que negar validez a todo lo que los enviados del gobierno habían contraído con los representantes del movimiento insurgente, sin que nunca se supiera qué era lo que el Presidente y los suyos estaban buscando o pretendían.

En su discurso del pasado viernes 23 de enero, Zedillo hace una declaración que, por provenir de él, es de la mayor importancia: en Chiapas no habrá salidas de fuerza a los conflictos que ese estado experimenta. La solución será política, fue la expresión usada. Andrés Manuel López Obrador lo supo apreciar, aunque no así otros dirigentes del PRD. El obispo de Chiapas saludó con beneplácito la oferta del presidente. Los panistas, por su parte, después de asombrar a medio mundo con la lindeza de que los Acuerdos de San Andrés debían ser ``reinterpretados'', en seguida también se declararon de conformidad con lo dicho por el Presidente.

Debe tenerse claro, como ya se ha hecho notar, que Zedillo no se refirió para nada a la propuesta de la Cocopa y que su disidencia con respecto a ese documento queda clara. Debería verse como una propuesta del primer mandatario: no seguir discutiendo sobre ese mismo documento y elaborar otro en el que se recojan las opiniones y sugerencias del gobierno, sobre la base, ahora ya muy clara, de que aquél reivindica en todos sus términos los Acuerdos de San Andrés. Es una materia para negociar, no fue formulada como condición.

El Presidente ha hecho su postura. Ahora falta por saber cuál es la del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. No hay que olvidar que fue el EZLN el que rompió el diálogo y sus razones en su origen fueron justas. Que el gobierno no haya hecho nada por reanudar ese diálogo es un oprobio del que todavía tiene que responder y en el que radica lo peor de su responsabilidad en ese sangriento conflicto que pudo haberse resuelto desde hace mucho tiempo y que se dejó correr hasta que la violencia genocida llegó a Acteal. Pero el sub no es sólo un espectador en todo esto. Es algo que debería tomarse en cuenta, porque, en este drama, si alguien debe ponerse de acuerdo son Zedillo y Marcos.

En los escritos del dirigente insurgente de la última etapa no hay una verdadera oferta de paz dirigida al gobierno. El siempre está alardeando de estar en guerra (sin hacerla). Aparte de exigir la renuncia de Zedillo como condición, no aparece en sus escritos ni siquiera una línea en la cual se preste al diálogo y a la negociación como casi todos los mexicanos están pidiendo. Al momento de escribir este artículo, él no se ha pronunciado aún sobre el discurso de Zedillo. Pero casi se puede imaginar lo que va a decir.

Si debemos exigir al gobierno que sea serio en sus planteamientos de paz, también debemos exigirlo a Marcos. Su actitud ha sido tan provocadora e irresponsable como lo ha sido la del gobierno. El, evidentemente, quiere seguir ante las cámaras y en los medios de todo el mundo. Es su arma principal, más que las ametralladoras y todos deberían entenderlo de una vez por todas. Los centenares de miles de europeos que se pronuncian contra el gobierno mexicano deberían pronunciarse también porque Marcos se siente a negociar la paz ahora mismo. En eso, la Conai y la Cocopa, en su declaración conjunta, abrieron el camino. El líder guerrillero tiene en todo esto una responsabilidad moral y política a la que nunca ha acabado de hacer honor. Ya es hora de que lo haga, saliendo de sus guaridas en la selva como un abanderado de la paz y no de la guerra.