La vía pública se inunda cada vez más de comentarios que denostan el ejercicio médico. No sorprende ni es para menos: los médicos son también pacientes, y los pacientes son finalmente esqueletos humanos. Lo de esqueleto viene a colación para resumir la condición humana contemporánea: somos más desventura que alegría. El ejercicio médico y la relación entre enfermo y doctor se desarrolla en ese complejo tinglado de moral interrumpida, crisis económica, sobrepoblación y tiempo enjuto. Y es en el tiempo y en la cotidianidad, buena o mala, donde se hermanan médicos y pacientes, ante la amenaza de servicios de salud gubernamentales y privados ineficientes, mediocres y carentes de recursos.
Pese --o quizá junto y debido-- a lo anterior, los dolientes acuden con los médicos, no sólo porque confían, sino porque depositan en ellos algo más allá, más crítico y vital. Algo complejo de definir, pero incluso más importante que la propia confianza: aquello que determinará la calidad de su existencia y en ocasiones, incluso, su propia vida. Esa es la realidad del enfermo y esa su urgencia: que se le escuche. Es simple escribirlo, pero complejo entenderlo: muchas veces el doliente se siente defraudado porque sus lamentos no fueron bien recibidos. A quien sufre, poco le importa la realidad externa.
Confianza es el término central en la relación entre doctores y afectados. Y la confianza no admite cuestionamientos ni conceptos intermedios: existe o no existe. Lo mismo sucede con la ética y, por supuesto, con los vínculos entre enfermedad y curación. Tal relación es total o no es relación. Los hilos sueltos, los nudos iniciales, las semillas del tejido futuro se construyen sobre esos pilares --ética y confianza--, y de ellos depende el éxito del nexo aludido. Subrayo nuevamente que el doliente no tiene la capacidad ni le importan los factores externos que pueden menoscabar la fuerza de la relación con su médico. El dolor busca. El dolor exige compañía y respuestas. Incluso los dolores ``inventados'' --que, dicho sea de paso, son quizá los que más laceran y, por supuesto, los más difíciles de curar. El sufrimiento no espera: al lado deberían quedar presiones económicas, de tiempo, de espacio.
No es el azar lo que hace que la mayoría de los enfermos que acuden con los doctores suelan no tener padecimientos físicos sino del alma, cuya curación, con frecuencia, depende casi exclusivamente del diálogo. Diálogo que se resume en las palabras y la escucha, en la ``literatura de las recetas'' y en el juego sin fin que nace del dolor --el dolor también es un hueco-- que busca solución. Es probable, me atrevo a pensar, que la mejor receta sea la ``no receta'', la que no requiere papel para explicarle al enfermo las vías de la curación. El médico que se atreve a no prescribir y el paciente que no se enfada por abandonar el consultorio sin un papel membretado, son quienes han entendido la naturaleza del mal y la importancia del vínculo entre ambos.
En ese tamiz la confianza no puede admitir flaquezas. Ni de la medicina ni de los doctores ni de las grandes instituciones. La creación de la Comisión Nacional de Arbitraje Médico, así como el altísimo número de demandas en contra de galenos en la Comisión Nacional de Derechos Humanos, son producto de las flaquezas por las que atraviesa la relación médico-paciente. Traicionar y resquebrajar la confianza es demeritar las creencias y la apuesta que hacen los enfermos hacia sus interlocutores. Es, a la vez, desviarse de la ética. Etica es quizá el lugar más común cuando de medicina se habla, y uno de los refugios que buscan las personas cuando enferman. De ahí que el universo demarcado por ética-moral y la relación médico-paciente sea aquel que puede ayudar a sanar.
Durante el sepelio de Emmanuel Levinas, Jacques Derrida caviló sobre las enseñanzas del filósofo, y dijo: ``La repercusiones de su pensamiento han cambiado el curso de la reflexión filosófica de nuestro tiempo, así como sobre la ética o, según otra idea de la ética, con la responsabilidad, la justicia...''. La desolación del doliente, la angustia de confrontar el padecimiento sin guía, la de la palabra no escuchada, es la antítesis de Levinas y de la relación médico-paciente. Responsabilidad, justicia, humanismo y ética son términos emparentados e indisolubles. Curar o mejorar es una avenida bidireccional: en eso consiste la relación médico-paciente.
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