Ricardo Robles O.
De los muertos que decidieron vivir

Acteal, escalofriante, es sólo un eslabón de muestra. La cadena es muy larga, de cuatro años recientes, de cinco siglos ya.

Después de muchas otras palabras publicadas en homenaje debido, éstas quisieran, con un gran respeto, rescatar desde esas muertes tan libremente aceptadas, desde los corazones indios mexicanos, algo de su ofrenda de vida para todos.

Así se dicen ellos: ``los muertos de siempre'', los sin rostro, sin nombre, los que desaparecen para que en su sueño todos podamos caber. Decidieron la vida de sus pueblos y de todos los pueblos, y a ese sueño suyo han convocado a todos los que quieran caber en él.

Dicen que hace mucho que están muertos. En esa opción recogen su muerte de siglos y desde esa muerte cosechan y convidan esperanzas. No sólo son los insurgentes de Chiapas, no sólo son los generosos masacrados de Acteal. No, son los pueblos indios que siguen proclamando, desde las montañas, tiempos nuevos de justicia, dignidad y esperanza, desde su muerte.

Y así, aunque les pese a algunos que los niegan, aunque los gobernantes no los reconozcan como interlocutores, los pueblos indios, desde su ser comunitario han convocado al mundo. Sí, muchos han acogido su palabra. Por eso se han escrito tantas y tan diversas palabras verdaderas a partir de su sueño y de su muerte. Son las voces de los todos que somos ya los muertos convocados desde Acteal, desde los más antiguos muertos de los pueblos, desde los que trágicamente están por dar la vida todavía.

Bien sabemos que desde el poder se les rechaza, que no se les quiere aceptar, reconocer, porque son diferentes, porque no abrigan las mismas ambiciones, porque no aceptan vivir para la competencia. Bien sabemos también cómo su sueño es otro, el de un mundo donde todos podamos caber. Sabemos, si aceptamos, que cuando ellos decidieron vivir muertos para que vivan todos los pueblos, con esa opción inauguraron una historia nueva, diferente. Sabemos, si queremos, que esta historia nuestra ya no será sin ellos, sin su regalo de sabidurías y de humanismo. Sabemos, si escuchamos, que esta propuesta suya sólo puede nacer de sus cosmovisiones comunitarias, que no puede brotar de nuestros mundos individualistas.

De ahí, de esa opción colectiva, su inmensa libertad para innovar la historia proclamando justicia e igualdades, esperanzas y sueños sin estorbos. De ahí, desde su muerte, la libertad de todos esos pueblos para vivir la vida que ellos saben, como ella debe ser. De ahí su sorprendente capacidad de amor y sacrificio, de entrega y sangre, de vivir mundos nuevos para todos, pese al poder y la muerte.

Opciones como ésta, de aceptar que están muertos para poder vivir, no pueden darse sin una inconmovible certeza comunitaria de que la vida que quieren es posible en esta historia. Sí, de eso parecen estar bien ciertos, de que los tiempos han madurado para la cosecha, de que de alguna manera ésta es su hora, de que llega para todos una era de dignidades y fraternidades. Y así la van queriendo vivir, y así la seguirán viviendo pese a la muerte.

En vano los gobiernos y los ejércitos --como dicen ellos-- han querido acallar su palabra verdadera. En vano se ha pretendido ignorar sus gestas. En vano se ha rodeado de silencio a sus manifestaciones. En vano se seguirá intentando impedirles vivir a su manera. Ya están en la historia para marcarla. Ya la han marcado. Y seguirán tendiendo puentes hacia la vida con la gran libertad que ya les da la muerte.

Eso ya está, de por sí. Está también la terquedad que les niega su ser comunitario, la que no los acepta como pueblos, la que no los ha querido reconocer como interlocutores verdaderos.

Irónica y aberrantemente, la contraparte de estos pueblos y sus sueños son los propios gobernantes. Y así, las situaciones han llegado a los topes del genocidio.

Bien les vendría a los gobernantes entender con quiénes hablan, aceptar que sus interlocutores son los pueblos indios del país y que no necesitan de cerebros ocultos que los manipulen para saber quiénes son y decidir quiénes quieren ser. Bien les valdría intentar captar la identidad comunitaria de donde nace esta historia nueva, y no aferrarse a los estrechos individualismos de conveniencia y costumbre. Bien les ayudaría, en estos tiempos terribles, abandonar los caminos del engaño y el racismo, del achicamiento y el desdén. Bien les haría aceptar la evidencia de que los pueblos indios, los muertos de siempre, ya decidieron vivir.