Andrés Aubry y Angélica Inda
La vida cotidiana en pueblos paramilitares
Por muy machos que aparenten ser, los paramilitares de Chenalhó han tomado el poder tan sólo en ocho de los 61 parajes del municipio. Tuvieron miedo de meterse en los 38 que son zapatistas, pero impusieron el terror en los 17 donde reinaba el PRI y luchaban ``Las Abejas'', fuerza de oposición numéricamente superior, allí, a la de las bases de apoyo del EZLN.
En los parajes priístas, los disidentes (el EZLN o ``Las Abejas'') son delincuentes, susceptibles de exterminación, mientras que en los zapatistas, la oposición --es decir el PRI-- goza de derechos: en Polhó, por ejemplo, convivían pacíficamente 68 priístas. Por algo miles de desplazados escogieron refugiarse en su territorio.
Los Consejos Municipales de Seguridad recibieron la consigna de llegar a ``acuerdos de comunidad'' para prohibir que se hicieran críticas al gobierno, y establecieran un vínculo entre la pertenencia a la comunidad y la afiliación al PRI. A continuación, se presentaron públicamente los primeros cuernos de chivo . Para demostrar su potencia, dispararon contra los muros de la escuela. La moraleja que concluyó la prueba fue: ``para que entiendas que sólo si eres del PRI te salvas''.
Sistematizando estas expresiones, tenemos una versión pueblerina, vernácula, de lo expresado por Sedena en sus instructivos de ``la guerra irregular'', según los cuales la ``seguridad'' se expresa por la ``unidad'' compacta, sin pluralismo que la divida. Esta unidad ``patriótica'' se defiende con ``el miedo que te mete el arma'', y con la satanización de quien corroe la unidad con ``otras ideas''. Sus diablos son dos: ``el Samuel'', con su ``ayudante'' local, el sacerdote Chanteau, y ``el extranjero que nos cambia las ideas'' . Son enemigos porque ``siembran la mala semilla'' o, como ``los gusanitos'' de las plagas agrícolas, contagian todo el campo --semántica ésa tomada en préstamo a ``Mascara Roja''. Defenderse de ellos es atacarlos, ``porque es guerra''. En Los Chorros como en los parajes de Tila, las iglesias de San Pedro y de Esquipulas están cerradas; para ellos como para Paz y Justicia, la diócesis y el EZLN están en el mismo costal.
Con esta doctrina, el nuevo bastón de mando es el arma, es decir manda quien tiene el uso, por turno, de los cuernos de chivo comprados colectivamente con el impuesto de guerra. ¿Será por este motivo que los camiones de Seguridad Pública escoltan a los paramilitares cuando cumplen con su ``misión''? Este cambio de autoridades viene a ser la señal más clara de la guerra: ya no mandan las ejidales, ni las basadas en la costumbre, ni siquiera el agente municipal. Jóvenes ``guardias'' se permiten amarrar a ancianos al poste erigido como picota colonial, hacerlos ``cantar'' toda la noche con el cañón de su .38 en un hoyo de la nariz, hasta condescender a su liberación de madrugada, después de comprometerlos a pagar una multa de 5 mil pesos, para comprar parque; mientras no cumpla, el viejito ``como si fuera muchacha'', atenderá la cocina para desplumar y guisar los guajolotes robados que alimentan a los guardias.
Otras víctimas están invitadas a compartir el festín para comprometerse con los paramilitares; hasta se les advierte que el puerco o el pollo que van a comer fueron sustraídos a don Fulano, su mejor amigo.
Si aceptan, pisotean sus más honorables relaciones, y si no, estalla el pleito con los paramilitares quienes, para compensar la ofensa del desprecio, inventan otro castigo.
Cualquier descuido puede ser delito: atender los animales de un zapatista o de un ``abeja'' ausente; platicar o comentar lo que pasa; ir a su parcela sin pedir permiso; no tener a la mano la suma exigida como cooperación para el parque; prender velas y rezar sin decir públicamente por quién; ser testigo de la quema de la casa de un disidente sin colaborar.
En esto último, los policías hicieron el favor de aconsejar que, antes de echar lumbre, se recogieran algunos bienes y se ofrecieron a comercializar el material salvado del fuego.
Con tanta presión, el amigo de ayer puede ser el enemigo de hoy porque, ante la imposibilidad de negarse a tantas acciones deshonestas, uno termina por tratar de arreglarse, o se afilia al PRI, o se borra la conciencia y coopera con los matones. Zapatistas, ``Abejas'' y catequistas peligran hasta dentro de sus propias familias: todos tienen a hijos o yernos que, cansados de un heroísmo cotidiano, se pasaron al otro bando para sobrevivir, pues hasta en San Cristóbal los paramilitares rastrean a los disidentes por las calles.
Quien opta por resistir no tiene otra solución que el monte o la fuga. Los desplazados salen arruinados, agotados físicamente, humillados moralmente y heridos afectivamente.
Pese a la austeridad del refugio en Polhó y al sufrimiento, allí se recuperan al reencontrar la dignidad.