Emilio Krieger

Una esperanza fundada

Si bien el sexenio salinista se caracterizó por el cinismo y la corrupción en múltiples formas, el periodo de continuación, el zedillismo, que ha completado ya su primera mitad, ha tenido como dato identificador la falsedad, la hipocresía, la mendacidad sin límites que sistemáticamente ha mandado a sus epígomos, empezando por el propio Ernesto Zedillo, a proclamar afirmaciones, en ocasiones penetradas de un limitado grado de veracidad, y a proceder, en la realidad, de manera completamente distinta. Esa conducta tortuosa y mendaz ha prevalecido en la posición oficial: mientras proclama el camino de una paz justa y digna, y el respeto a los derechos de los aborígenes y los de sus comunidades, lanza ofensivas militares, protege genocidios paramilitares contra los indígenas de Chiapas que luchan por sus derechos humanos y comunitarios, y las acompaña de su pública negación.

La prensa del pasado sábado apareció plagada de notas que dan publicidad a una novedosa postura de Ernesto Zedillo en la cual, contraviniendo ostensiblemente la realidad, afirma que su gobierno aspira a una paz justa que permita llevar a cabo los acuerdos de San Andrés y que elimine los foros antidemocráticos y los autoritarismos, y concluye sus afirmaciones con la evidente mendacidad de que su régimen no ha aplicado, no pretende aplicar la fuerza militar para la solución del conflicto chiapaneco.

Las incontables manifestaciones escritas y habladas, que muy distintos y numerosos grupos ciudadanos están dirigiendo a Zedillo y sus secuaces para que tomen una decisión verdaderamente pacífica, justa y digna, han recibido respuestas verbales acogedoras pero continúa con su ofensiva militar contra las comunidades indígenas y, además, tolera y hasta estimula los ataques genocidas de las fuerzas paramilitares, adictas al partido oficial.

¿Tendrá aún el pueblo de México, la paciencia y la inocencia angélica entremezclada con credulidad y buena voluntad, de creer una última vez en la decisión del gobierno zedillista, fiel aliado de la hegemonía capitalista yanqui?

Me atrevería a recomendar que no se deposite la confianza en el régimen neoliberal que hoy nos malgobierna, pero tampoco me inclinaría por continuar indefinidamente en una lucha ya muy sangrienta, muy dolorosa y muy revestida de inhumanidad y discriminación racial. Debemos abrir la inteligencia, la sensibilidad y la buena voluntad del pueblo para imponer una solución justa, pacífica y digna.

Sólo un camino bien orientado nos queda: que el pueblo mexicano, ayudado por la opinión pública mundial, obligue a la oligarquía capitalista, globalizadora y genocida a aceptar la solución que hoy se pide y que, en no mucho tiempo, habrá de imponerse por decisión democrática de la humanidad entera, que hoy tiene sus ojos fijos en la tragedia que la autocracia militarista ha impuesto al pueblo chiapaneco con sangre indígena en sus venas y sin alimentos suficientes en su estómago, ni respeto a sus derechos humanos.

¡Demos una última oportunidad al régimen neoliberal de Zedillo, pero sin entregarle nuestra confianza y sin deponer las armas materiales y morales! ¡Que sepan los miembros de la plutocracia seudogobernante, que la solución no depende ya de sus deseos egoístas y lucrativos, sino de la voluntad de un pueblo que es el único titular legítimo de la soberanía popular! Concedamos, pues, una oportunidad final al régimen salino-zedillista para aceptar una solución pacífica, justa y digna al gran conflicto que asuela a Chiapas y a gran parte de nuestra Nación; pero no depositemos en él nuestra confianza, tantas veces engañada, ni depongamos las armas morales y materiales, que nos están permitiendo la gran batalla en la que participan ya millones de mexicanos, encabezados por el EZLN, que enarbola ideales de humanismo, justicia social y dignidad para todos, y que son compartidos en muchas partes del mundo.

No caigamos en el error de creer que Zedillo y sus huestes armadas o detrás de limpios escritorios burocráticos nos donarán la paz justa que queremos; afirmemos nuestra convicción de que será la voluntad del pueblo mexicano la que obligue a la plutocracia a dar por buena la solución exigida por varios millones de indígenas, por muchos millones de mexicanos y por miles de millones de seres humanos que habitan nuestro planeta, al final del segundo milenio de nuestra era.