¿Quién no ha visto en sueños o quién no ha leído alguna vez, más o menos bien hecha, una descripción de una sirena, ser fabuloso, mujer bellísima hasta la cintura y de cintura para abajo, forma de tronco y cola de pez, con escamas verdes? ¿Quién no ha leído u oído decir que las sirenas, siempre en plural, con su hermosura extraordinaria, sus cánticos seductores y atrayentes constitutivos de grave riesgo fueron en especial para Bill Clinton, el poderoso presidente de los Estados Unidos de América, un serio peligro cuando se tropezó con ellas en su camino, ya que cautivado por ellas se tambalea atraído por su belleza, víctima de su locura amorosa, estrellado contra las redacciones de los periódicos, estudios de radio y televisión donde las sirenas de cabellera rubia, ojos verdes, labios rojos, brazos y busto de nácar y rosa llegaron coquetas, dispuestas a humillar, dejar fuera, al pobre hombre que se esconde detrás del Presidente, fácilmente seducido?
Qué feo debe sentir Clinton confrontado después con la amarga realidad. Las sirenas ni eran tan hermosas, ni tenían cuerpos tan seductores, ni se entregaron en cuerpo y alma. Sólo le dieron la magia de lo inasible, inatrapable y ni siquiera eran sirenas, más que en la imaginación asoleada del Presidente. Gracias a la cual su indócil pajarito se fue en vuelo hacia mundos ignotos sin controles y en contra de la voluntad de su poderoso dueño. Esta pérdida de control del volador pajarito permitió que sus enemigos se lo trataran de arrebatar, por no decir se da cortar, en la nueva forma de grillar del hipócrita y puritano país.
Así, el tan inoportuno pajarillo volador de Bill --igual al de todos-- percibió clarito sirenas nunca vistas ¡y sobre ellas!, y se quedó desfallecido sin poder coger vuelo cuando más necesitaba dejar contentas o de perdida calmar a las invisibles sirenitas verdes. Descuidando el pequeño detallito que un fiscal cuidapajaritos, voyeurista y perverso. ¡Ese sí! lo espiaba a todas horas, en todas partes, incluyendo sus poderosas secreciones y descargas llenas de la magia donjuanesca con que las hadas lo premiaron desde el nacimiento.
Pero la insaciabilidad del fiscal Kenneth Starr (voyeur) de su deseo de espiar lo ha llevado a adquirir una significación sádica y omnipotente cada vez mayor, dejando tranquila su conciencia y poniéndose en primer plano de la opinión pública mundial, gracias a su perversa patología (``Yo no lo hice, yo sí controlo a mi pajarito. Yo sólo observé lo que Bill hacía'').
Sin darse cuenta del desplazamiento del pajarillo a la vista (o sí?). Desplazamiento que se torna cada día más sádico e infligidor de dolor al Presidente observado --con el objeto de evitar los sentimientos de responsabilidad y culpa-- quedando como el ``buenito'' chismoso premiado para la sociedad del time is money.
¿Quién es más perversa, una sociedad representada por el fiscal, que remplaza acción por ``contemplación moralista'' o el actuador que no puede controlar su amarillo pajarillo cuando cree ver sirenas verdes que luego resultan sádicas castradoras enmascaradas de la fiscalía.