Javier González Rubio I.
Camelot, Nebraska y Salem
Llegó a mitificarse tanto a la pareja Kennedy y su vida en la Casa Blanca que algún periodista bautizó el ambiente y el círculo de poder de esa época como Camelot.
Con los Clinton no se llegó a tanto, sin embargo, desde su campaña para ocupar la Casa Blanca empezó una estrategia de marketing político para asemejarlos, con matices y variaciones acordes con la época, a John y Jackie Kennedy. Ante la falta de una familia de tradición, a Clinton se le capitalizaron sus afanes en la cultura del esfuerzo y su rostro de big american boy; tan importante era en la vida americana la tradición de Massachusetts como la sencillez de Nebraska; ante la falta de charming y elegancia de Hillary, los estrategas destacaron su empuje, inteligencia y participación en la toma de decisiones. Tan se les pasó la mano a los mercadólogos para posicionar a Hillary Rodham que en el primer mandato de su marido ella parecía la inteligente y mandona.
En su primer periodo, Clinton tuvo que dar marcha atrás prácticamente a todos los proyectos (y promesas) sociales que tenía en mente, pues enfrentó la férrea oposición del Senado en manos de una mayoría republicana. Esa oposición fue invencible y, por lo tanto, los intereses más derechistas que hay detrás de ellos. De cara a su reelección, Clinton se quedó en el centro, pero con buenos resultados en la economía de su país, y tuvo la fortuna de que los grupos más radicales de la derecha de Estados Unidos se aterrorizaran ante la posibilidad de que la novela El Hombre, de Irving Wallace, se hiciera realidad si el general Colin Powell, héroe de la Guerra del Golfo (guerra que también era valor agregado a Clinton), llegaba a la presidencia. Por otra parte, oportunamente se le descubrieron malos manejos financieros al ultraconservador Newt Gingrich, líder de los representantes. Eso ayudó a que el candidato Robert Dole, eternizado líder del senado, fuera contrincante de Clinton, pero viejo y debilitado ante la figura de Powell.
Estando en el centro, Clinton tenía más o menos tranquilos a los conservadores extremosos. Pero la reelección le dio más libertades y más autoconfianza a Clinton, y sus programas sociales han empezado a activarse. No se puede pasar a la historia estando en el centro. Pero sus enemigos son necios. El cruzado contra Clinton y su esposa ha sido el fiscal republicano Kenneth Starr, que hoy en día mucho nos recuerda al terrible y ultrapuritano juez Danforth de las Brujas de Salem, ese drama de Arthur Miller siempre vigente. Si bien fracasó su estrategia para derrocar al presidente por supuestos fraudes con el fraccionamiento Whitewater, ahora tuvo la fortuna de que la inescrupulosa y ambiciosa Linda Tripp acudiera a él para ocuparse de las acusaciones sexuales que contra Clinton ha hecho Mónica Lewinsky. Y es que los enemigos de Clinton saben bien que, como el Kennedy de Camelot, ha sido tentado por la infidelidad. Recordemos que, además, no ha quedado resuelto el asunto del affaire Paula Jones.
Las mujeres que han provocado el Waterbraguette son sencillas, comunes y corrientes y, obviamente, ambiciosas. Ninguna es Marilyn Monroe, y en los sesentas no existía el concepto de acoso sexual. Aunque quizá --nunca lo sabremos-- los protectores de la vida sexual del presidente en Camelot optaban por el asesinato para prevenir las indiscreciones.
Hillary misma encabeza la defensa de su marido y muestra al mundo, con fotos y declaraciones, cuánto se quieren y la confianza que le tiene a su cónyuge. A pesar de esa estrategia de medios y, al parecer, del apoyo del Congreso manifestado a ambos con fuertes aplausos el martes a la hora de que el presidente informara sobre el excelente estado que guarda la Unión, Clinton puede caer gracias a los recovecos legales y a las subjetividades jurídicas.
Los Clinton quieren revertir las encuestas que indican que la sociedad que consume las revistas Penthouse y Hustler está escandalizada y señala con su dedo flamígero a su coqueto presidente. Los norteamericanos temen que su presidente haya mentido. Ya una vez Clinton violó una de las leyes fundamentales de la infidelidad, que es negar los hechos contra viento y marea, y acabó reconociendo una relación con Jennifer Flowers. El fiscal de Las brujas de Salem, Starr Hathorne, aguarda el momento de tenerlo frente a sí para condenarlo a la hoguera o bien para que él, a diferencia del granjero John Proctor, acepte firmar de su puño y letra haber tenido relaciones con Satanás y el escrito se haga público. Proctor se negó, para defender su nombre, a firmar semejante barbaridad, aunque le fue la vida de por medio. Si Clinton, como hizo al respecto de Flowers, aceptara su idilio con la Lewinsky o se le comprobara, estaría hundido ante la opinión pública estadunidense, ante los habitantes de Salem.
Hillary empezó otra ofensiva en televisión argumentando que su marido está siendo objeto de una conspiración de la ultraderecha estadunidense. Puede realmente tener razón. Una mujer debe tener muchos ovarios en su vida para demandar al Presidente de Estados Unidos por asuntos eróticos, o puede tener una gran audacia licuada con inconsciencia o muy buenos padrinos, porque además los abogados cuestan. O las tres cosas.
En una novela de Mario Puzo, La Cuarta K, publicada antes de la llegada de Clinton a la Casa Blanca, un sobrino de Kennedy es presidente de Estados Unidos.
Debilidades liberales, entre ellas sus afanes de mejorar los servicios sociales para los pobres, así como su supuesta mano débil ante los terroristas, árabes por supuesto, irritan a un grupo de superempresarios que conspiran en secreto para derrocarlo y reactivar, entre otras cosas, el gasto militar.