Un presidencialismo autoritario mexicano, cincuentón y habilísimo en argucias para disfrazar de revolucionario lo contrarrevolucionario, vive de un dogmatismo que ha perfeccionado desde Miguel Alemán hasta el presente. Recordemos viejos antecedentes culturales. El dogmatismo teológico de la Edad Media buscó cimentar el acto político en el bien común, o sea en la realización del proyecto divino entre los hombres. En consecuencia, si el poder no acata tal proyecto, el resultado es diabólico.
Ahora salta la terrible pregunta, ¿quién define la connotación del proyecto divino? Para el cristianismo es la verdad revelada en los Evangelios, y dentro de estos textos, ¿qué es la verdad? Cristo respondió: la verdad soy yo. Todo esto está lleno de incógnitas que se ocupan de despejar eminentes pensadores y los miembros de concilios eclesiásticos, en los que por supuesto no participan las gentes del pueblo a pesar de que son los creyentes, sino únicamente élites escogidas por las altas jerarquías eclesiásticas. Para la apropiada sanción de insubordinados se instalaron tribunales inquisitoriales, aquí y acullá, encargados del castigo de los heterodoxos que ponían en riesgo fe y riqueza de los ortodoxos, asociando jueces santos con los seculares. Queda clarísimo, entonces, que dogma es mandamiento irrebatible en la meditación filosófica y en la práctica política, convirtiéndose en elemento opresivo de la sociedad y purgante de disidentes.
En nuestra era las cosas no han cambiado, Hitler utilizó el dogma de la raza pura en el propósito de adueñarse del mundo. Mussolini por su parte invocó el espíritu imperial romano. La nomenclatura soviética fracasó por transformar el materialismo dialéctico e histórico en un dogma absoluto, y en la actualidad Norteamérica declara su democracia empresarial como el dogma omnímodo que le sirve para sujetar a los pueblos al mando de las élites trasnacionales. Su modelo de gobierno, electoral y representativo, arraigado en mil formas de manipulación del voto ciudadano, es el que se busca imponer por las armas o la asfixia económica de los demás. Las democracias sin pueblo, en la expresión de Duverger, son las que se extienden en el planeta, poniendo punto final a la dignidad del hombre. Esto es lo que predominantemente sucede en los meridianos subdesarrollados, donde las democracias de papel susténtanse en muy diversos grados del dogmatismo político, cuyas premisas mayores están compuestas por los intereses del capitalismo trasnacional. Así es como puede hablarse de una epistemología del autoritarismo --su criterio absoluto de la verdad--, de una lógica autoritaria --la inferencia deductiva que parte de la identificación del bien común con el monopolio mundial--, y de una metafísica --la identificación de lo divino con el señorío del dinero.
En el México de nuestros días se vive un cabal aperplejamiento. El afán de armonía y progreso gira en torno del problema de Chiapas y los acuerdos de San Andrés Larráinzar, acogidos en la propuesta legislativa de la Cocopa, mas las incertidumbres se infiltran en la conciencia ciudadana.
¿Acaso no hay una persistente intención de elaborar un acuerdo de los acuerdos para eliminar lo acordado con anterioridad? Parece molestar la autonomía de las comunidades indígenas y el derecho a disponer de lo suyo, aduciendo que uno y otro puntos no se compaginan con el orden constitucional, como si hoy los estados federales y sus municipios fueran ajenos a lo implicado en tal autonomía.
Las comunidades indígenas nicaragüenses gozan constitucionalmente de autonomía, sin poner en peligro al país de Sandino.
Machaquémoslo insistentemente, porque así lo exigen los sentimientos nacionales: en un régimen federal las autonomías no son opuestas a la soberanía nacional ni el derecho a disponer de lo propio rompe el patrimonio general. Las expectativas son enormes, ¿triunfará el dogmatismo autoritario o será escuchada al fin la palabra de los mexicanos?, ¿acaso habrá quienes no se atemoricen y rechacen enérgicamente la posibilidad de un estallido guerrillero a lo largo y ancho de la República? Oigamos al pueblo y evitemos la catástrofe.