Antes del levantamiento armado del EZLN y en ocasión de lo que la oficialidad católica llamó ``V Centenario de la Evangelización de América'', el papa Juan Pablo II afirmó tajante en Santo Domingo: ``el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente del dinero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica''.
Poco después, en lo que sería la tercera visita del Papa a México, un indio maya describiría en tierras yucatecas el enorme abismo que hay entre lo que propone la fe católica y la realidad indígena, constatado cotidianamente por los múltiples problemas e injusticias a que se enfrentan nuestros pueblos indígenas. Así lo reconocería el propio Papa al decir que ``como ya lo señaló la Conferencia de Puebla, existen grupos humanos particularmente sumidos en la pobreza; tal es el caso de los indígenas (cf.n. 1265)''.
Recordando estos antecedentes y queriendo aprovechar los vientos de esperanza que transmite el Papa a millones de fieles católicos, el presidente Ernesto Zedillo trató de limpiar la negra imagen que su gobierno se ha ganado como premio por la matanza de Acteal y por su indiferencia frente a los derechos indígenas concretados en los Acuerdos de San Andrés.
Sin embargo, lejos de lograr su propósito, el gobierno de Zedillo ha mostrado una vez más su intención de seguir instrumentando una política asistencialista y caritativa frente a los grandes desafíos indígenas, a sabiendas de que ésta no conduce a ninguna parte. Zedillo nos ha recetado de nueva cuenta en Yucatán como su mejor propuesta para solucionar los múltiples problemas de nuestros pueblos, conceder ciertos derechos ``asistenciales'' sin tocar la columna vertebral de nuestras demandas: el reconocimiento de la autonomía indígena en el marco del Estado mexicano.
En otros términos, y contrariando a las tesis sostenidas por el Papa, el gobierno mexicano considera que el verdadero desarrollo de los indígenas se dará asignándoles mayores recursos financieros, incrementando las ayudas materiales y afinando las estructuras técnicas en las regiones indígenas. Desde luego, todo lo anterior bajo el control y la dirección de las instituciones del Estado y sin la plena participación indígena.
En la lógica anterior se inscribe la nueva estrategia gubernamental hacia el proceso de paz en el sureste mexicano que, entre otras cosas, señala que existe un segundo texto de la Cocopa --lo cual es totalmente falso-- y que desde su punto de vista puede ser la base de la discusión sobre el asunto de las reformas constitucionales, así como la pretensión de reducir sus 27 observaciones a cuatro, al texto único y original de la Cocopa. Ni uno ni otro son la salida, sino el cabal cumplimiento de elevar a rango constitucional la propuesta de la Cocopa presentada el 29 de noviembre de 1996 a las partes en conflicto.
Por todo lo anterior se demuestra que el gobierno sigue sin comprender que la autonomía indígena representa para nosotros un anhelo colectivo de libertad, pues la libertad ejercida con responsabilidad es el único camino que nos puede garantizar ser sujetos y protagonistas de nuestro propio destino. De otra manera, discursos como los pronunciados en Kanasín no pasan de ser meros pronunciamientos que alejan la posibilidad de una paz justa y digna en México.
Un pueblo no puede permanecer privado de su libertad por toda la eternidad. Las cadenas, así como los sistemas políticos autoritarios, se derriten de manera inevitable ante el avance de la conciencia de los ciudadanos que las padecen. Y así como muchos regímenes totalitarios han tenido que definir su recomposición en el presente siglo, el gobierno tendrá que dar señales claras en los hechos sobre qué vía elige para conducir a México hacia la verdadera democracia de cara al siglo XXI: la violenta o la pacífica.
A la par, debe quedar claro que lo anterior no es una responsabilidad exclusiva del gobierno, sino también de la sociedad mexicana en su conjunto en tanto debemos ser nosotros mismos los protagonistas de nuestra historia. Esperemos que los vientos papales de esperanza soplen fuertemente en esta dirección.