A unas cuantas horas de publicar la convocatoria para la elección de su candidato a gobernador en Chihuahua, el PRI tendrá que resolver la disyuntiva que se repetirá en todas y cada una de las elecciones en donde es oposición.
O se convierte en un partido político con un mínimo de reglas democráticas, o recurre a los procedimientos usuales, y el ``primer priísta del país'' continúa designando a los candidatos, con lo que enfrentará una creciente desbandada de sus miembros y se aproximará muy rápidamente a su final.
En Chihuahua, el PRI debe optar, en la recta final, entre Patricio Martínez -diputado federal, ex alcalde de Chihuahua y ex dirigente de la Canaco local- y Artemio Iglesias -miembro del Comité Nacional, ex senador, ex diputado federal, ex dirigente estatal del tricolor y miembro vitalicio del Consejo Nacional.
Aspirante a la gubernatura y responsable de la estructura partidista de los últimos cuatro procesos electorales, Artemio Iglesias es prototipo del priísmo nacional. Su formación y discurso es lo más apegado a los llamados dinosaurios priístas. Responsable de las elecciones de 1995 en Chihuahua, de las federales en todo el país en 1997, y de las locales del mismo año en Jalisco; además de su innegable ascendiente en la base del PRI local, lo ubican en inmejorable situación.
Patricio Martínez es ejemplo viviente del viraje que en su política económica y caracterización ideológica diera el PRI en los últimos quince años. ``Panpricio'', como le llaman sus contrarios al interior del tricolor, pues se dice que fue militante del PAN, apuesta a ser candidato mediante la designación presidencial.
Artemio no espera resolución diferente, si la decisión va en el sentido de elegir al candidato priísta mediante una convocatoria ``abierta'', él será candidato.
Los precandidatos, en oposición a la ortodoxia priísta, han declarado abiertamente sus pretensiones políticas y sus equipos han discutido acaloradamente los términos de la convocatoria. Heladio Ramírez, delegado del Comité Nacional, intentó consensar un candidato de ``unidad'' y se topó con un partido en el que los militantes se soltaron las amarras y exigen que se les permita elegir a su candidato a la gubernatura. Los priístas achacan a Salinas la derrota de 1992, cuando Francisco Barrio derrotó a un candidato priísta que no representó a la mayoría de la base del tricolor y al que se le auguró, desde la designación, la derrota.
Si Patricio fuera el candidato, significaría que el régimen apostaría a presentar una propuesta muy parecida a la del PAN. Los partidarios de Patricio arguyen que Artemio ganaría la elección interna, pero perdería la constitucional frente al PAN, que se le supone más vulnerable.
Si la designación recae en Patricio, un buen número de dirigentes y militantes buscaría otros rumbos, especialmente los del PRD, con lo que presumiblemente también ganaría el PAN. Los simpatizantes de Artemio, por su parte, esgrimen que postular a Patricio sería repetir el error de hace seis años: designar un candidato cómodo para el PAN. Seis años más fuera del presupuesto sería, con toda seguridad, la tumba del PRI.
Para el electorado no hay variantes, ninguno se enfrentará a los grupos económicos que dirigen la entidad. Ambos, en corto, son impulsores de la democracia, opositores al neoliberalismo, enemigos de la política bancaria y casi hasta simpatizantes de la izquierda; pero en público apoyan irrestrictamente la política económica del presidente Zedillo.
Si el PRI ganara las elecciones constitucionales de julio próximo, desde el punto de vista programático, será irrelevante quién sea su candidato, los dos ofrecen más de lo mismo.
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