La Jornada sábado 31 de enero de 1998

Adolfo Gilly
El silencio de Marcos

Me pregunto por qué tanta gente quiere que Marcos, o el EZLN, contesten al discurso del doctor Zedillo en Kanasín. Ese que combina, en las palabras, declaraciones más cercanas a la razón y al derecho, y en los hechos, un intento de ganar tiempo mientras trata de poner cierto orden en las alteradas filas del gobierno federal.

Marcos está actuando a la vez como militar y como político. Mientras el desorden reina todavía en el bando contrario, no tiene por qué abrir la boca. Es lógico apostar a que ese desorden termine de hacer su obra, aunque la espera siempre tiene riesgos y puede estar preñada de sorpresas y de golpes de mano. Es también sensato esperar a que ese otro bando defina de una vez qué propone y cómo entiende alcanzarlo, antes de moverse él mismo.

Kanasín no resolvió la crisis, nomás la contuvo en una meseta. Mientras algunas realidades no cambien en los hechos, en ningún lugar del mundo tales crisis se resuelven con los meros discursos. Por eso, aunque no es descartable que en algún lugar y algún momento el gobierno haya buscado -y logrado- contactos discretísimos entre emisarios aún más discretos, sin propuestas muy concretas sobre qué cómo y en qué plazos, es difícil imaginar que a estas alturas un diálogo abierto pueda establecerse.

La frialdad general con que el discurso de Kanasín ha sido recibido en la opinión pública, pese a que sugiere una modificación parcial de la política del gobierno federal en el conflicto de Chiapas, es un nuevo indicio de lo profundo de la pérdida de credibilidad en sus palabras y promesas. Aquel famoso ``beneficio de la duda'' parece haberse disuelto entre la ira y la sangre de Acteal.

Ya casi nadie cree en las palabras cuando éstas vienen de Los Pinos. Es el altísimo precio que el gobierno federal ha tenido que pagar por haber desconocido su firma en los acuerdos de San Andrés. Cuesta imaginar -y sin embargo es verdad- que no se haya dado cuenta en su momento de que éste sería el resultado de esa burla a la buena fe de la otra parte y de la sociedad. Este descrédito es uno de los ingredientes decisivos de la crisis de Estado que vivimos.

Otros factores adicionales impiden que esa crisis, contenida por ahora en una meseta provisoria, encuentre una salida. Estos factores nada tienen que ver con Chiapas y, bien miradas las cosas, son más difíciles de resolver que este conflicto.

Por un lado, la guerra de bandas dentro del PRI toma ahora una de sus múltiples formas en la disputa abierta entre diversos candidatos por la aún lejana sucesión presidencial, que a la vez se entrecruza con los enfrentamientos y desgarramientos con sus aliados del PAN.

Por el otro, aún más grave y menos controlable, se acumulan las presiones financieras provenientes del sudeste asiático, donde lo que ha entrado en crisis, como en México en diciembre de 1994, no son meras economías nacionales, sino los sectores más riesgosos y más frágiles de la economía mundial. Como la de México entonces, esta del sudeste asiático es una nueva crisis de la globalización. Davos, ciertamente, podrá dar paliativos, pero no respuestas. La política económica del actual gobierno, lejos de proteger a México de ese turbulento entorno, abre sus fronteras a todas sus tormentas.

En este cuadro, sin embargo, pocos han registrado el significado de un paso prudente pero indispensable: el aumento de 18 por ciento en sus salarios otorgado por el gobierno del Distrito Federal a su personal de base. Con los restringidos recursos de este gobierno. Aquel paso significa, sin embargo, una ruptura desde arriba del tope salarial, modesta pero importante. Como lo adelantó en estas páginas Jlio Boltvinik, esa medida tendría un efecto de arrastre y daría la pauta para las subsiguientes renovaciones salariales. Es lo que ha sucedido, a comenzar por el propio gobierno federal que tuvo que ajustarse a esa pauta fijada no en los desplegados, sino en los hechos.

Vuelvo a preguntarme por qué tanta gente quiere que Marcos y el CCRI rompan su silencio, cuando si algo han mostrado saber manejar los indígenas son el tiempo, el silencio y los tiempos.