La Habana. El Papa coronó durante su misa en Santiago a la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. La ceremonia fue transmitida por Radio Reloj en un formato desquiciante: un locutor de voz oscura lee noticias un minuto, cuando llega al final anuncia la hora exacta; hasta aquí el formato puede parecerse al de cualquier estación-reloj del mundo, pero sucede que abajo del noticiario brevísimo, cada segundo, de cada hora, de las 24 que tiene un día, va siendo marcado por un metrónomo. Cinco minutos de exposición al correr del tiempo vía el tic-tac pone al espectador frente a este abismo filosófico: ``no soy más, ni menos, que una sucesión de segundos''.
La misa de Santiago, transmitida por Radio Rebelde, iba siendo guiada por una locutora que, como quien narra un partido de beisbol, daba cuenta de los movimientos del Papa y de sus obispos: ``ahora todos se hincan'', ``se ponen de pie''. O también, a propósito de alguna oración: ``este es uno de los rezos característicos del catolicismo''. O ya en detalles más específicos, como la definición radiofónica de mitra: ``sombrero que se usa en las grandes solemnidades''.
Esta misa, como las demás que se celebraron en la isla, contaba con el mejor soundtrack del mundo; no podía ser de otra manera, aquí la primera fuerza es la música, los santos bajan a través de ella y el Papa, que no venía jugando al triunfo sino al empate sincrético, adaptó su vaticanismo al cubanismo, y fue a coronar a la Virgen del Cobre, que es en realidad Oshún, la diosa Yoruba del amor, la maternidad, la belleza y la riqueza.
Aquel que se entrega sin reservas a esta ciudad de La Habana sufre al cabo de unos días, cuatro para ser exactos, un desasosiego estremecedor. Para entregarse es necesario no llegar a hotel sino a casa, beber ron, asistir a los bailes que se celebran todos los días de todas las semanas, fumar cigarros Populares, ir a un toque de tambor, huir de los escenarios turísticos, interaccionar sin reservas con cualquier semejante, cortejar con las diversas espiritualidades, en fin, se trata de convertirse, en la medida de lo posible, y descontando atavismos, costumbres, economía y otros factores que se vienen cargando desde occidente, en habanero. Hay que ganar o perder; no jugar, como el Papa, al empate.
El desasosiego empieza a partir del descubrimiento de que el viajero ha dejado de ser él mismo: huele a otra cosa, se comporta de otra manera, piensa distinto y en ese discurrir mental descubre que trae la ciudad adentro y aquí es donde queda cifrada la crisis, el yuma poseído por La Habana, extraña durante un día completo, al individuo que fue.
Partiendo de que La Habana no es, por muchas razones, una ciudad del occidente cultural, se recomienda al yuma atribulado por la posesión de la ciudad, esta breve lista de actividades útiles para regresar de manera fugaz a su occidente perdido. El yuma, por cierto, es el extranjero.
1. Entrar al hotel Meliá, que es un trozo pálido de Madrid. Instalarse en la barra del bar o en alguno de sus insípidos restaurantes y ordenar una hamburguesa o unas croquetas. Acompañar la comida con una lata verde de cerveza Heineken.
2. Fumar un Camel en lugar de fumarse un Popular y en vez de mojito, daiquirí o ron derecho, ordenar un Jack Daniel's con Seven up.
3. Hacer uso del servicio de taxis OK, que se anuncia así: OK, your magic phrase, air conditioned Mercedes Benz around the clock. Curiosamente un viaje en taxi Mercedes Benz cuesta igual que un viaje en automóvil particular modelo 1958, al cual eventualmente habrá que empujar, cuando el motor truene y el chofer cortésmente nos pida que cooperemos. Subirse al Mercedes y pedirle al conductor que anule, con el aire acondicionado, los treintaytantos grados de temperatura exterior.
4. En la intimidad de una habitación, recostado en la cama, beber ginebra Gordon's, mientras se lee a Camus y se oyen los grandes éxitos de Ray Charles. Media hora después de estar aplicando esta combinación, se caerá en el reconfortante exceso de beberse, leerse y oírse a uno mismo.
5. En el momento climático del desasosiego hay que aplicar este remedio infalible, que pega directamente en la superficie del corazón: meterse a un hotel y pagar la llamada de larga distancia más cara del mundo (4 dólares por minuto) a cambio de un rato de conversación con la mujer que se ama.
Cualquier yuma puede aliviar el desasosiego del cuarto día, aplicando alguna de estas fugaces visitas a occidente, a condición de que regrese, lo más pronto posible, a disfrutar de su recién adquirida cubanidad.