Teresa del Conde
Baselitz en el Tamayo

No es la primera vez que se exhiben obras de Georg Baselitz en esta capital. Muchos recordamos su participación en Origen y visión. Nueva pintura alemana (10 pinturas de gran formato) en el MAM, 1984, lo que constituye un antecedente de su actual muestra individual, en la que destaca la espléndida serie de 85 gráficas en diferentes técnicas pertenecientes al IFA (instituto para las relaciones culturales con el extranjero). Se adhieren 20 pinturas, ninguna de las cuales concurrió en Origen y visión más las cuatro esculturas que tanto sorprendieron a quienes asistimos al debate en el que el pintor --después de responder a las preguntas y reflexiones de José María Pérez Gay-- sostuvo un diálogo real con el público.

Los grabados: aguafuertes, aguafuertes con aguatinta, puntasecas, xilografías, algunas monotipias, arman una retrospectiva de sus inquietudes icónicas aunque algunos sean casi abstractos. Son magistrales y hacen ver que su manejo de la línea se inserta en lo que llamamos gran arte, dentro de vena contemporánea, acorde a los tiempos en que se fueron realizando: van de 1965 (hay dos figuras que son antecedentes o sucedáneos de pinturas suyas muy conocidas, El hombre rojo y Los amigos) hasta 1991 y 1992 con trabajos que me recuerdan la manera como Alberto Giacometti hacía fluir los trazos.

Baselitz está encadenado a una tradición que continúa la sarta de productos sobre los que se arma la historia del arte. Nada más ajeno a él, aunque pudiera negarlo, que prescindía de dicha tradición, de la que asimila cuanto puede y a la que procura encontrar continuidades discontinuas, porque si bien es cierto que ha creado sus propios manierismos, también lo es que se aparta de ellos radicalmente cuando lo necesita. Sus declaraciones, escritas o verbales, siempre son interesantes, aunque no tengan que ver con lo que hace, cosa típica en los artistas de toda latitud. En el espectador quizá permanece el dilema del mundo de cabeza, iniciado en 1969, pero hay que ver que él está bien parado en el suelo que pisa, aunque pareciera que pinta bocabajo, mirando entre sus rodillas. No lo hace así: extiende las telas sin bastidor en el piso, pero cuando dibuja maneja la figura al revés con evidente dominio visual de sus elementos, cosa que lo regocija.

Puede ser que en pintura él sea uno de los herederos del expresionismo abstracto, incluso en la vena action painting, pero sin ser abstracto ni propiamente hablando Expresionista, lo escribo con mayúscula porque el acento en la expresión es una cosa y los movimientos expresionistas alemanes, con sus paralelismos, son otra. Sea o no así, en algunas de las pinturas que se exhiben veo ciertas afinidades con Philip Guston, uno de los menos vitoreados y más personales pintores estadunidenses de los años cincuenta y sesenta. El curador de la exposición, Gštz Adriani, acuñó la siguiente apostilla en 1992: ``En tiempos de rápidas invenciones de estilos y cambios, Baselitz se sirve de los medios y géneros clásicos para revelar, a partir de ellos, su renuente mundo de expresiones''. Se entiende que por medios y géneros se está refiriendo a los elementos materiales con los que se hace ortodoxamente una pintura, un grabado o una escultura y no a los recursos formales que provienen del interior del pintor, de sus gustos y disgustos, de su respuesta ``arqueológica'' según sus palabras, a lo que le rodea. Al parecer la geografía, el lugar donde produce, se trate de la riviera italiana donde su estudio se encuentra rodeado de olivos, o de su castillo en Derneburg, puede provocarle impulsos disímiles aunque los resultados sólo puedan ser detectados por él mismo.

Una de las pinturas que más me interesó es Stephatos debajo de la cruz (1984), porque siendo un Baselitz típico (funcionaría como emblema) puede verse atendiendo sólo a la distribución de los verdes que ocupan el área mayor en la composición, partida en dos por una seudofigura que también está dividida en dos. Se trata de un cuadro ultrapictórico, en tanto que Lengua es más bien un dibujo pintado, espontáneo, que quiso ser caótico a contrapelo, hecho seguramente en una sola sesión. Ambas opciones convergen en una obra más tardía, a la vez refinada y brutalista, Naturaleza muerta callada (1995) pintura sobre pintura en hoja de oro con el efecto ilusorio del cuadro que desborda sus límites dentro de otro cuadro de 290 x 450 cm. Es la obra de mayores dimensiones de todas las que se presentan y aunque no hay en ella ni silencio ni más efecto de nature mort que algo lejanamente análogo a la forma de una col, se impone con autoridad y no por su tamaño, sino por su orquestación cromática y economía de elementos.

Las esculturas son dos cabezas y dos torsos, éstos últimos femeninos. Tres están recubiertas de tela. Me impresionó más la que deja a la madera libre (con un poco de policromía) como si fuera carne tajada.