La Jornada martes 3 de febrero de 1998

Ugo Pipitone
Davos, Suiza

El encuentro de Davos, donde se reúnen anualmente empresarios y gobernantes (además de académicos y periodistas) de distintas partes del mundo, se ha convertido ya en una cita anual ineludible. Para los empresarios se trata de tomar el pulso de situaciones globales o locales que puedan afectar sus estrategias de inversión, sus patrimonios y sus expectativas de ingresos futuros. Para los gobernantes se trata de mostrar la seriedad de sus políticas económicas y lo promisorio de las perspectivas de crecimiento de sus países, para atraer capitales y legitimación política internacional. En fin, una pasarela obligada. Y, al mismo tiempo, una ocasión para refrendar la impresión de estar en control en un universo globalizado en que causas y efectos forman marañas inextricables de fenómenos de evolución impredecible. En Davos, ricos y poderosos exorcizan sus incertidumbres frente a fenómenos mundiales que nadie, salvo los bufones, puede decir seriamente de entender en forma satisfactoria.

En la reunión de este año (la 11 en el formato actual y con una participación de cerca de 2 mil personas) hubo un par de novedades positivas que es oportuno señalar. La primera fue el compromiso chino, declarado en Davos por el viceprimer ministro Li-lanqing, de no devaluar el yuan. Una decisión esperada y deseada cuyo anuncio provocó el aplauso de los grandes empresarios presentes. Una devaluación de la moneda china habría introducido un elemento más de inestabilidad en un cuadro asiático ya bastante errático, sin considerar el impacto competitivo adverso hacia las economías occidentales. La segunda novedad positiva viene del anuncio del presidente argentino Carlos Menem, de iniciar estudios y negociaciones para una moneda única de las economías del Mercosur. Se dejó entrever que la posibilidad podría concretarse en un plazo de 15 años.

Una moneda única entre distintas economías latinoamericanas sería, y me disculpo por la banalidad, un hecho histórico trascendental. Un gran paso en el camino de solidaridades intrarregionales ausentes desde siempre y en la dirección de la convivencia entre eficiencia competitiva y consolidación de un dinámico mercado regional. El Mercosur ha dado hasta ahora pruebas importantes de su capacidad de construir una zona de estabilización comercial para los países miembros. Pasar al objetivo de la moneda única es un gigantesco salto hacia adelante que podría resultar determinante para la historia futura, política y económica del subcontinente. Pero dejemos a un lado este tema que acaba de despuntar en el horizonte y que, de madurar, nos obligará a reflexionar en sus alrededores por mucho tiempo en el futuro.

Volviendo al foro de Davos, hay algo que llama la atención. Y es la ausencia de reflexiones generales sobre dos temas que hace tiempo están al orden del día en la realidad. El primero es la convivencia crítica entre un sistema financiero y monetario internacional que (para decir lo menos) necesita ser remozado desde más de dos décadas y una globalización que pone en estado de tensión sus no sólidas estructuras. Parecería que empresarios y gobernantes no perciben la existencia de un conflicto que en cualquier momento podría estallar convirtiendo el actual problema asiático en un juego de niños. El otro tema es el de las relaciones económicas y comerciales mundiales. En un par de décadas el oriente de Asia podría representar más de 50 por ciento del PIB mundial. Y cuando esto ocurra las perspectivas de sobrevivencia del ya cuarteado estado de bienestar occidental podrían reducirse casi a la nada. Ha llegado la hora de comenzar a meditar seriamente sobre el mundo que está formándose en estos años, para pensar y discutir fórmulas de convivencia que nos eviten futuros y mayores dolores de cabeza.

Este año estuvieron en Davos personajes como Viktor Chernomyrdin, Jacques Santer, Aleksander Kwasniewski, Theodor Waigel, y decenas y decenas de líderes empresariales, gubernamentales, de organismos internacionales, etcétera. En fin, el Gotha de la riqueza y el poder internacionales. Sin embargo, una vez más, de Davos siguen sin venir ideas nuevas.