A pesar de que la modalidad de teatro cabaret es más bien escasa entre nosotros, no resulta difícil encontrar sus diferencias con las escenificaciones que se dan en otros escenarios, así sean los llamados espacios alternativos. El teatro cabaret o café teatro --casi vienen a ser lo mismo-- debe tratar con ligereza temas de actualidad, con personajes muy reales e identificables, aunque la sátira de que son objeto los disfrace de alguna manera. Esto ocurre por lo menos en nuestro país, en donde la influencia del sketch carpero se hace sentir de manera muy próxima. La estructura misma del espectáculo es mucho más lábil, con meditados momentos de vacío en el canevá o línea argumental que permiten la improvisación de los actores, lo que en el otro tipo de teatro debe quedar descartado (aunque algunos actores del teatro comercial se dediquen a la llamada ``morcilla'' para deleite de un público más bien ingenuo).
Sobre todo, el teatro cabaret requiere una interacción muy directa con los espectadores, lo que va más allá de la comunicación habitual en los escenarios. El actor de esta modalidad despliega una energía muy especial, muy carismática para que todas y cada una de las personas de su público se sientan aludidas, participen y acepten las no pocas burlas de que pueden ser objeto. Darío T. Pie y Pilar Boliver, a los que se reconoce una amplia gama actoral que incluye todo tipo de teatro, dominan esta modalidad. En La hora del Karma, con una trama más bien débil de Fabiola Díaz de León y las aportaciones que ambos actores hayan dado a la línea argumental, el regreso de Lady Di del mundo de los muertos, mantienen la hilaridad constante a base de su gracia personal y su capacidad para la improvisación y el albur (que yo más adivino que entiendo) y con el apoyo de proyecciones en que encarnan diferentes personajes históricos y seudohistóricos. Su espectáculo no pasaría de ser un banal cuanto afortunado divertimento si no fuera por un aspecto.
Los dos actores --que han encontrado un perfecto punto de equilibrio en el que no hay protagónico y patiño-- sostienen que en su espectáculo no hay un afán político, de lo que yo disiento. Muy aparte del aserto de que todo teatro es político, porque aun el apoliticismo maneja una postura política, la sátira --por lo menos en su sentido actual-- entraña un elemento crítico que no puede menos que ser social y por ende político. Esto ocurre con La hora del Karma, no sólo por las referencias a la herencia política del anterior gobierno, o a la contaminación de nuestra capital, casi obligada actualización del tema, o el destino que aguarda a una mujer nacida marginada, sino a otros fenómenos que no son propios sólo de nuestro país.
Por un lado, la charlatanería con que son tratadas, por seudovidentes de toda laya, creencias que mantienen varios millones de personas en todo el mundo. En este absurdo milenarismo que vivimos, la revoltura de religiones milenarias --nunca sincretismo: simple revoltura-- de las culturas de oriente, y que comparten no pocos habitantes del mundo occidental, son aprovechadas por pícaros sin escrúpulos que estafan, como la vidente que aquí encarna Pilar Boliver, basados en la crisis de las religiones tradicionales y la necesidad de creer en algo que es un factor muy humano. Más en Estados Unidos, quizá, pero en México no estamos tan libres de ellos.
Por otra parte, la Diana de Waffles que personifica Darío T. Pie es también una ácida crítica al fenómeno Lady Di y sus secuelas en todo el mundo; aquí mismo, en México, pudimos ver con azoro filas de llorosos dolientes que iban a firmar el libro de pésames en la embajada británica. La Diana que vemos carece de todo encanto y es presentada como una mujer muy tonta, lo que evidentemente no fue, quizá porque su imagen de Cenicienta torturada y de acompañante de la madre Teresa no resulte tan convincente para todos. De las posibles facetas de una personalidad compleja, se elige un ángulo, que para eso es tratada en tono de farsa. Se hace mucho hincapié en su historia sexual con el príncipe Carlos, de acuerdo con las revelaciones que hizo y que alimentaron todo morbo público. Pero también se satiriza su doble personalidad de princesa millonaria y de mujer preocupada por los pobres del mundo. La caridad, vista como limosna de las sobras --literal y repugnantemente identificada con la Guácara soup--, con el propósito de crear imagen, puede ser una visión muy despiadada, pero va mas allá de la crítica a esta mujer en particular y se revierte hacia muchos estratos de los sistemas sociales.