Tuvieron razón Gilberto Guevara Niebla, Raúl Alvarez Garín y Eduardo Valle: el encuentro entre el ex presidente Echeverría y los legisladores que investigan el 68 fue un fiasco de consideración. Al modo de los mariscales de campo del futbol americano, Echeverría les cambió la jugada en el último momento y dejó paralizada a la defensa del adversario. A los diputados no les quedó más que permanecer en el escenario y escuchar una retahíla de lugares comunes, o dejar el recinto en acto de banal protesta.
Obviamente fue un error de cálculo político y estratégico que la cita con el ex Presidente se diera en su propio territorio, y que éste se hiciera cargo del formato de la reunión. La lección es evidente. La búsqueda de la verdad en torno a un crimen de Estado difícilmente puede rendir frutos en sesiones de té canasta.
Sin embargo, podría equivocarse el ex Presidente si piensa que con golpes de comediante podrá manipular por tiempo indefinido a la opinión pública. Ahora depende de los legisladores regresar a la cargada y establecer los marcos de la interpelación sin dejar resquicios para el escape de los interrogados.
A lo largo de 30 años he tenido la convicción de que en 1968 fuimos objeto de una magna provocación, montada desde la Secretaría de Gobernación, si juzgamos que fue su titular de entonces el principal beneficiario de la tragedia. No obstante, la acción de los granaderos y de grupos de porros universitarios y politécnicos creó las condiciones del bazukazo que derribó la puerta de la Preparatoria de San Ildefonso, y hasta la fecha no sabemos quién se encuentra detrás de esos actos iniciales de provocación.
Ahí el movimiento estudiantil cobró fuerza de masas. Ciertamente, una vez iniciada la movilización, se conjugaron muchos otros factores que le dieron congruencia a la protesta estudiantil, hasta convertirla en verdadero inicio de la resistencia frente al presidencialismo autoritario.
De modo significativo, debemos esa consistencia política ideológica y programática a la participación de dirigentes y militantes de la izquierda mexicana de la época, que se debatían, dentro de una relación particular de fuerzas, entre sus aspiraciones maximalistas de acceder a la insurrección revolucionaria para cambiarlo todo y las proporciones más realistas de un movimiento democrático sin pretensiones de poder.
Queda a los historiadores, legisladores y otros buscadores de la verdad establecer las posiciones y el comportamiento específico de cada cual, hasta que la visión del movimiento rompa con los esquemas maniqueos y recuperar toda su diversidad, complejidad, riqueza y perversiones ideológicas propias de la Guerra Fría de uno y otro lado.
Sin descartar, valga insistir, que a lo largo del desarrollo del movimiento se dieron otras circunstancias que parecen avalar la hipótesis de un movimiento provocado por conocidas fuerzas gubernamentales interesadas en manipular la sucesión presidencial a su favor, que aparentemente planearon las modalidades del inicio de la agitación, pero que también pudieron incidir en la tragedia de Tlatelolco.
Recuérdese el papel desempeñado por Ayax Segura y Sócrates Campos en el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Primero ambos propusieron, en franca provocación, que el movimiento se organizara militarmente durante la sesión del CNH del 26 de agosto; después Sócrates arrebató el micrófono durante el mitin del 27 de agosto y propuso en un arranque, posiblemente teledirigido, que el diálogo público debiera sostenerse en el Zócalo el mismo día y en la misma hora del Informe Presidencial; fue también idea de Sócrates la absurda permanencia de guardias estudiantiles en el mismo Zócalo hasta la realización de ese diálogo imposible, que condujo a la intervención del Ejército para desalojar la plaza a bayoneta calada en la madrugada del 28 de agosto.
Finalmente, se cuenta con elementos y testigos que parecen confirmar que Sócrates organizó una supuesta ``columna armada'' de muchachos para ``defender'' a los participantes en el mitin del 2 de octubre, lo cual apunta hacia la confirmación de una verdadera conspiración. Y existen sospechas más o menos fundadas de que Sócrates trabajaba para Luis Echeverría en el seno del CNH, al menos eso quisieran demostrar los servicios de inteligencia del Ejército -Sección Segunda de la Secretaría de la Defensa.
Obviamente, todo esto habría que demostrarlo, incluso cabría averiguar quiénes más, dentro y fuera del Consejo Nacional de Huelga, jugaron el papel de agentes provocadores al servicio del secretario de Gobernación. Quizás, Sócrates es el eslabón débil de la cadena echeverrista. No lo sabemos. Toca a los desairados legisladores que se ocupan del 68 investigarlo.