El gobierno no ha resuelto ni un solo problema estructural de la economía mexicana. A sólo dos años y medio de la colosal recesión que impuso para nivelar las cuentas externas, los beneficios del ajuste ya se esfumaron y volvió el déficit comercial. Sólo los ingenuos o mal intencionados se sorprenden ahora cuando descubren que tenemos dieciocho meses con un desequilibrio externo apenas maquillado por el saldo positivo de las maquiladoras y las exportaciones petroleras. En el caso del petróleo, sólo los ingenuos se sorprenden al saber que desde hace más de dos años exportamos más petróleo en volumen que en los últimos diez años debido al bajo precio del crudo. Hoy como ayer, la crisis no proviene del bajo precio del petrólo, o los coletazos del dragón, sino de una estrategia que agudiza la vulnerabilidad externa del país, y profundiza las distorsiones sectoriales y regionales internas.
El Ejecutivo ha dado muestras de carecer de un proyecto político o económico. Ahora el Presidente debería entender que el saldo de su sexenio en lo económico será negativo y ya nada puede él hacer para cambiar ese triste resultado. En lo relativo a Chiapas, aunque queda poco tiempo, quizás todavía su gobierno pueda hacer algo constructivo. Desgraciadamente, las últimas iniciativas del Presidente y su secretario de Gobernación mantienen rumbo fijo hacia la confrontación. El fantasma de la balcanización que provocaría la autonomía a nadie convence; la verdadera balcanización proviene de la acción de los grupos paramilitares. Por eso, aplicar los acuerdos de San Andrés, fortalecer la mediación y reactivar el diálogo mediante la aplicación de la Ley para el diálogo y la paz digna, revertir la militarización y desarmar a los grupos paramilitares, son acciones a emprender inmediatamente si el Presidente quiere todavía dejar un saldo positivo en lo que toca al conflicto en Chiapas. Tiene poco tiempo.