La Jornada 6 de febrero de 1998

BABILONIA EN LA CIUDAD DE MEXICO

Pablo Espinosa Ť Anoche, a las 22:02 horas, tocaron tierra mexicana los neumáticos de un Boeing 727, blanco, matrícula N521DB, con un valioso cargamento: sus satanísimas majestades.

Ya llegaron.

Desde hora y media antes, una extraña agitación cundía en la zona cercana al hangar presidencial del aeropuerto Benito Juárez: los uniformados rasos de una pequeña terminal, habilitada como muy privada, vieron llegar las cámaras, las libretas, las grabadoras y los rostros familiares de unos cuantos periodistas. Provenientes de San Diego, donde actuaron la noche en que en México comíamos tamales con atole y veíamos pasar un temblor oscilatorio de 6.4 grados Richter, los Rolling Stones completaron otro tramo de su puente a Babilonia. De aquel 2 de febrero al inminente 7 sábado, las melopeas de sus piezas clásicas se mecen como preciosos abalorios en los jardines colgantes babilónicos.

A las 22 con 19 aparece, recortada como en un instant karma, la figura inconfundible de Keith Richards y desciende como duende sosteniendo misterioso cargamento en su mano derecha: un maletín negro (¿vodka con jugo de arándano? Qué padre) y en la siniestra un sombrerito y bastón entre nayarita y bosquimano: madera delgadísima, un pedazo de árbol arrancado de manera incidental a la vera del camino.

¡Qué buena onda!, dice a manera de saludo al acercarse al pequeño grupo de periodistas que tirita de frío en medio de la pista de aterrizaje y el supremo gremlin es un haz de nervios que enternece con su tímido rascarse la cabeza y sus caravanas gargolescas y su bonhomía característica de cuando está contento: ``claro que estoy bien contentote (¡great to be here again!, fue lo que dijo) de estar otra vez en México, me encanta porque fue aquí donde me casé y por eso me siento medio mexicano, vaya, hasta ``hablo español un petito'', campechanea su español (poquitou) con su francés (petit) y después de veinte caravanas de pajarito atolondrado, luego de tres horas de vuelo, emprende desenfadado la graciosa huida hacia la negra limosina que lo aguarda en medio de un rumor nervioso de guoquitoquis, guaruras ingleses y felices policías locales vestidos de civiles.

En el ínter, mientras la Gran Gárgola decía sus palabras a los mexican media, Ronnie Wood aprovecha para escabullirse prontamente hacia el interior de la negra limo. La jerarquía de Richards lo dispensa del protocolo de bienvenida periodística.

Como siguiendo un guión con escalpelo, aparece entonces Micky Jagger en la punta de la escalera y la desciende frágil y elegante al mismo tiempo. Obedece al jefe gordo de los guoquitoquis extranjeros y no tiene más remedio que dirigir sus blandos pasos hacia el grupito periodista: ¡quíhubo! (!hi, there!, fue lo que dijo) y recita el diplomático it's great to be here y esquiva cuanto puede y acelera el trámite: ``todavía no sé si vamos a cambiar de repertorio o si vamos a cantar lo mismo, pero lo que sí les puedo decir es que va a ser un concierto pocamadre (¡a great show!, fue lo que dijo) y pues ahí nos vemos''. Y se lanza, lentes negros, traje azul en tres piezas con tonos equidistantes, sobre su asiento respectivo de la limosina.

En el ínter, mientras Susata Micky decía sus palabras a los local media, Charlie Watts aprovecha para escabullirse rápidamente hacia el interior de la negra limo La jerarquía de Jagger también lo ha liberado del protocolo y la rutina. Una rubia, que no es sino sólo se parece a Jerry Hall, también se clava hacia su asiento, pero en una de las varias camionetas de la distinguida caravana.

Todo lo anterior en un aleteo de mariposas. Del descenso delicado de Jagger, del tocar tierra religiosamente de Richards, de las escabullidas de Wood y Watts, al rechinar de llantas de la limo y su corte subida a camionetas, no hay más tramo que el de un suspiro. Sus satanísimas majestades se pierden en la noche fría rumbo a un hotel de Paseo de la Reforma de nombre vivaldiano.

Ya llegaron.