La Jornada sábado 7 de febrero de 1998

¿OTRO ALIADO DE LA EPIDEMIA?

Ayer, el presidente nacional de la Cruz Roja Mexicana, José Barroso, realizó una serie de declaraciones que, además de absurdas y peligrosas, son muestra de una profunda confusión. Barroso señaló que es mentira que el uso del condón sirva para abatir la incidencia del sida y, en cambio, mencionó a la abstinencia y la difusión de los valores morales como las medidas adecuadas para frenar la expansión de esa pandemia. Para colmo, afirmó que es mejor atender a un millón de enfermos de cualquier otra enfermedad que a 10 mil pacientes con sida, aun si éstos mueren por ese mal.

Es deplorable que el presidente de una institución tan importante y digna de respeto como la Cruz Roja Mexicana ataque abiertamente las campañas encaminadas a proteger la salud de la población, en este caso del contagio del VIH, pues con ello no sólo desorienta y confunde a la sociedad sino que desacredita los esfuerzos de las instancias públicas y privadas que, con base en criterios científicos y de salud pública, han promovido el uso del condón como la única opción viable para frenar el avance del sida. Además, al anteponer consideraciones de índole moral a un tema que es estrictamente médico, el presidente de la Cruz Roja sugiere entre líneas que las instituciones de salud, sean éstas oficiales, civiles o particulares, dicten a los ciudadanos las premisas que deben regir su vida privada y sus prácticas sexuales, contraviniendo así los preceptos de libertad individual.

Y, por si fuera poco, el señalamiento de Barroso de que es preferible atender a un millón de enfermos de cualquier padecimiento que a diez mil que sufran de sida, podría traducirse como la validación de una intolerable actitud discriminatoria y fóbica que, de cumplirse, constituiría una violación a los derechos humanos y que resulta sorprendente en boca del presidente de una institución que, históricamente, ha practicado la asistencia social y el humanitarismo.

Si bien es cierto que el tratamiento de un paciente de sida es altamente costoso y que, en muchos casos, ni los centros de salud ni los enfermos cuentan con los recursos suficientes para llevarlo a cabo, las consideraciones humanitarias deben anteponerse a cualquier otro razonamiento, y más aún en el caso de la Cruz Roja. En esta lógica, cabría preguntarse si, en el caso de que los fondos fueran insuficientes para atender a los pacientes de ``cualquier otra enfermedad'', ¿suprimiría la Cruz Roja la atención de los enfermos de padecimientos venéreos tradicionales y después a las víctimas de alguna intemperancia --alcoholismo, gula, ira-- para reducirla por último a quienes, sin sombra alguna de pecado o de falta de templanza, son víctimas inocentes de un accidente de tránsito o de un virus gripal adquirido en el trabajo? ¿La atención médica debe supeditarse a consideraciones administrativas y contables? ¿Es lícito, ética y médicamente, categorizar a los enfermos y negarles la atención médica por motivos económicos, ideológicos, religiosos o inspirados en una moralidad trasnochada? ¿Es moralmente válido que un servicio médico condene a muerte a diez mil personas, así sea verbalmente, en lugar de buscar los medios para atenderlas?

Mientras no se descubra una cura para el sida, el condón será el único medio viable y al alcance general de la población capaz de contener el avance de esa enfermedad. Por ello resulta alarmante e inquietante que el propio presidente de la Cruz Roja se coloque del lado de los grupos más retrógrados de la sociedad y se sume --así sea de manera tangencial y declarativa-- a las voces que, por consideraciones del todo ajenas a la medicina y a la protección de la vida y la salud de los mexicanos, rechazan la promoción del condón en las acciones de prevención del contagio del sida y, lo más grave, discriminan y desprecian a quienes lo padecen.