México no es un país menor. Desde la década de los 70 es clasificado como una potencia emergente por la Comisión Trilateral, integrada por líderes políticos, empresariales y académicos de Estados Unidos, Canadá, Europa y Japón. Y hoy que la brecha entre los países del Norte y del Sur se convierte en el principal problema del mundo de la posguerra fría, México aparece en el centro de la pregunta crucial: ¿será posible cerrar la brecha Norte-Sur, o al menos reemplazarla por puentes de interrelación mutuamente fructífera, y así evitar otra guerra mundial? La respuesta dependerá en mucho de lo que ocurra con nuestra nación.
Lógicamente, entonces, la guerra en Chiapas capta cada vez más la atención del mundo. Así lo pudimos confirmar, hace unos días, en el Seminario de Salzburgo (Austria), que es una institución muy prestigiada, entre otras cosas porque, desde su fundación en 1947, se dedica a ``desarrollar líderes con una perspectiva global'' respecto a los problemas internacionales más acuciantes. En esta ocasión el Seminario tuvo como tema los modelos de paz en el mundo contemporáneo.
A la tradicional pluralidad ideológica de esta institución, se agrega una gran diversidad geográfica y cultural. En la discusión participamos personas de una veintena de países, sobre todo de los que hoy tienen conflictos importantes: Croacia, Irlanda del Norte, Israel, (Autoridad) Palestina, Jordania, Rusia, India, Azerbaiján y, por nuestra parte, México. También gente de países que han logrado resolver sus conflictos, tales como Guatemala, Vietnam, Rumania y Sudáfrica. Sin faltar originarios de países estables de tiempo atrás (Estados Unidos, Francia, Noruega, Japón, Austria), así como representantes de organismos internacionales tanto gubernamentales (Unesco, Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, Programa de la ONU para el Desarrollo) como civiles y académicos: Red de Paz y Desarrollo, Instituto Internacional para la Democracia y Ayuda Electoral, Fundación para la Sociedad Civil, Centro de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, entre otros.
Pues bien, acaso lo más importante en relación a nuestro tema fue constatar un crecimiento cualitativo del interés mundial en Chiapas. Esta vez acudió al Seminario de Salzburgo una amplia gama de dirigentes en los más diversos campos: políticos, empresarios, académicos, diplomáticos, legisladores, periodistas, funcionarios internacionales, luchadores sociales, y hasta un cineasta. Si bien con marcadas diferencias, todos mostraron conocimiento del conflicto en Chiapas. Y muchos además mostraron una genuina preocupación sobre la desembocadura final del conflicto, aunque con motivaciones distintas; solidaridad con los indios chiapanecos o bien con México en general, posible expansión del conflicto a otra regiones del país o inclusive del continente, complicaciones para efectos de inversiones económicas o bien de relaciones políticas y diplomáticas.
El hecho es que el futuro de México se engarza más y más con el desenlace de la guerra en Chiapas y con su inevitable repercusión en la imagen internacional del país. Y el hecho también es que la no-política militarista para resolverlo sólo acrecienta el repudio a escala mundial. Primero fueron los Encuentros Intercontinentales en 1996 y 1997, luego las protestas ante los consulados de México en el exterior, más tarde resoluciones parlamentarias como las de la Unión Europea e Italia y, hace unos días, los plantones ante la presencia del Presidente de México ni más ni menos que en el Foro de Davos (Suiza), vitrina que atrae un creciente número de miradas.
¿Hasta cuándo se va a resolver el conflicto de Chiapas conforme al verdadero interés de México? ¿Acaso no preocupa el galopante deterioro de nuestra imagen ante un mundo globalizado, no sólo en lo concerniente a los dictados del mercado sino también, y cada vez más, a los reclamos de justicia, paz, democracia y dignidad?
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