Angeles González Gamio
Nuevas restauraciones

A pesar de la crisis económica que venimos arrastrando desde hace años, en el Centro Histórico continúan las restauraciones, devolviendo dignidad, belleza y funcionalidad a construcciones maravillosas de los siglos pasados, tesoro patrimonial que enriquece a todos los mexicanos. Frente a desgracias y carencias, esto es motivo de alegría y orgullo.

Recientemente, Papelerías Lozano inauguró otro establecimiento en República del Salvador 46, continuando con su interés en volver a la vida edificaciones valiosas, como la que llevaron a cabo en Cuba 93. Ahora, bajo la supervisión cuidadosa de Manuel Lozano, restauraron una bella casona del siglo XIX, que, como la mayoría del centro histórico, conserva vestigios de centurias anteriores: muros de tezontle y arcos de cantera, que en este caso conviven con los decimonónicos de ladrillo.

La fachada es de elegante cantera gris, combinada con aplanados color salmón. Aquí, al igual que en el interior, se combinan elementos modernos, como los portones de metal color óxido y la escalera del mismo material, que armoniza con las puertas de vidrio. Esto luce en el entorno de dos bellos patios ovalados y gruesos muros pintados de colores cálidos, que acentúan la luminosidad irradiada a través de los domos traslúcidos.

Ciertamente, comprar aquí es un placer, y aunque no se compre hay que darse una vuelta; si está alguno de los amables hermanos Lozano, pídale que le enseñe el interior, en donde, entre otros encantos, hay un alegre comedor-terraza que invita a tomar un refrigerio y leer La Jornada.

De la papelería de Cuba 93 --ubicada en otra casona muy bien restaurada-- ya hemos hablado, al igual que de su vecina de enfrente, en el número 92, que desde hace varios años está arreglando un grupo de economistas que allí estudió, cuando esa mansión fue sede de la entonces recién creada Escuela de Economía de la UNAM.

Ahora volvemos a esta casona, en virtud de las magníficas obras de recuperación que han llevado a cabo recientemente Mónica Baptista de López Negrete y Manuel Serrano, mediante las cuales han sacado a la luz hermosas pinturas originales, soberbia yesería, plafones pintados y toda esa elaborada decoración que caracterizó las mansiones de los más pudientes a principios de siglo.

Es notable el trabajo que se ha efectuado para reponer el lambrín de papel prensado del comedor, que a la vista parece fina madera labrada. Esta técnica, hace mucho olvidada, ha sido recuperada por los restauradores en un taller instalado en la misma casa, en donde también se hace la yesería y se limpia la bella herrería con gran cuidado, lo que le permite lucir su color natural, al igual que los barandales de latón de la majestuosa escalera. Sobresaliente es la limpieza y reposición de los faltantes de una inmensa y hermosa escalera de caracol de hierro forjado.

Ojalá esta residencia restaurada con tanto trabajo, amor y dinero, se dedique a un uso que la aproveche y la preserve. Es importante que se haga algún reglamento de conservación de estas joyas arquitectónicas, con el objeto de brindarles mantenimiento adecuado y evitar que en algún momento llegue algún dueño o administrador ignorante e irresponsable que destruya lo que tiene tanto mérito y creación, y que es --insisto-- patrimonio de todos.

Para el psicolabis de rigor, a la vuelta de estas bellezas está la Hostería de Santo Domingo, con su sabrosa cocina mexicana tradicional, que añade a su vasto menú especialidades diarias, según la temporada, como salsifís empanizados o huauzontles rellenos de queso, capeados y nadando en rico caldillo de jitomate. En los postres sucede lo mismo: tejocotes o guayabas en almíbar, o calabaza en tacha en los días de muertos, entre otras suculencias nativas.